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jueves, 10 de abril de 2008

MAS SOBRE EL CASO MORLA Imprimir E-Mail
miércoles, 05 de diciembre de 2007

Por Julio Gálvez Barraza (publicado en Sociedad de Escritores de Chile)

Sobre Miguel Hernández, supuestamente, ya se ha dicho todo. Eso es lo que más o menos señala una reseña literaria a la biografía escrita por José Luis Ferris. Sin embargo, también señala que ninguna biografía, por muchos datos que lleguemos a aportar, estará jamás completa del todo. Creemos que Miguel Hernández: Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, la magnifica obra de Ferris, tampoco cierra completamente el llamado caso Morla, es decir la supuesta negativa del entonces Encargado de Negocios de Chile en España a otorgar asilo al poeta oriolano.

Miguel Hernández buscó refugio en la Embajada de Chile y el embajador de ese entonces, Carlos Morla Lynch, le negó el asilo al gran poeta, aun cuando se decía su amigo. Estas pocas palabras, escritas por Neruda, han causado un constante desacuerdo entre los biógrafos de Hernández. Se han usado (y abusado) en un sinfín de controversias. Sin embargo, el llamado caso Morla tiene otro vértice menos cuestionado que las inexactas palabras de Neruda, es Germán Vergara Donoso, quien sucedió a Carlos Morla Lynch en la Embajada de Chile en España.

Propongo revisar, contrastar y comentar dos testimonios de testigos fundamentales durante el segundo intento de asilo de Miguel en la Embajada chilena. Se trata del fragmento de un ensayo de Antonio Aparicio, publicado en Guatemala en 1953 y de dos declaraciones de Germán Vergara, publicados, una en la revista Ercilla y la otra en el diario ABC.

Veamos lo que dijo Antonio Aparicio1 en el capítulo IV de su ensayo:

-En la cárcel he conocido lo mejor de España.

Había salido de la cárcel en forma inverosímil. Es necesario tratar de formarse una idea aproximada de cuál era el grado de amontonamiento de presos en las cárceles españolas durante los años que siguieron a la caída de la República, para aceptar que un simple error de administración, tal vez una confusión de nombres, hiciera posible que un hombre sometido a larga condena viera abrirse de pronto ante sí las puertas de la prisión. Miguel mismo no había salido todavía de su sorpresa. Había estado hundido en el fondo del cautiverio más negro.

A los pies de la tiniebla

más súbita, más feroz,y sin saber cómo, veíase, inesperadamente, libre. Pero libre de una cárcel, otra más vasta y más sombría, -la cárcel gigantesca que era toda España-, seguía reteniéndole entre sus rejas. Mientras permaneciera en ella, su libertad y su vida seguirían en peligro. La única salvación era salir de España y para conseguirlo no había otro recurso que el asilo en una embajada. ¿Por qué este asilo le fue negado? ¿Por qué se cerraba a Miguel Hernández las puertas de una embajada que había asilado, durante la guerra, a más de dos mil falangistas,2usando para ello no sólo el edificio de la embajada sino también la casa personal del embajador Señor Carlos Morla Lynch -calle de Hermanos Bécquer, número 8- y hasta una o dos casas alquiladas con tal fin, a las que se puso bajo la protección de una bandera chilena? Lo cierto es que Miguel Hernández, después de pisar por algunos momentos el suelo seguro de la embajada de Chile, en Madrid, debió abandonarla y caer otra vez en la encrucijada tenebrosa de la huida constante, sintiendo tras sí, un día y otro, los pasos de la policía fascista que no tardarían en volver a tenerlo entre sus redes3. Y así fue. Volvió a caer preso y entonces sobrevino la condena a muerte, conmutada más tarde por la de cadena perpetua, y, dos años después, tras cruentos martirios, su fallecimiento en marzo de 1942.

Pero no nos equivoquemos: no esperemos que la simple enumeración de unos datos, con el nombre de varias cárceles y la mención de algunas fechas, pueda decirlo todo sobre el horrible crimen que puso fin a la vida de un gran poeta. Quien lo conoció sabía muy bien que su ánimo fuerte correspondía a una naturaleza física difícil de quebrantar. Ahí están sus retratos, ahí está el testimonio de familiares y amigos. ¿Cómo pudo Miguel ser reducido, con tres años de cárcel, a ese espectro sobrecogedor retratado a lápiz por un prisionero que lo vio morir? A falta de mejores informaciones, nos queda la que el poeta pudo dejar dentro de su obra. Leamos esos poemas y empezaremos a saber algo sobre aquellos tres años mortales. Abandonado por todos,4 ni una sola mano se acercó para recoger las lágrimas de quien decía de sí:

...vuelvo a llorar, desnudo como siempre he llorado

En el mes de julio de 1958, el semanario Ercilla de Santiago de Chile, publicó un artículo firmado por Victoriano Lillo en el que se acusaba a Germán Vergara de haber negado el asilo a Miguel Hernández. El autor se basaba en un ensayo publicado por el poeta Antonio Aparicio, uno de los asilados republicanos en la Embajada de Chile. Victoriano Lillo señala que el ensayo de Aparicio contiene datos que los chilenos desconocían:

Lo que no sabíamos, lo que aprendemos ahora, con rubor, era que Hernández había ido a golpear las puertas de la Embajada de Chile en Madrid después de haber huido milagrosamente de su última prisión. Antonio Aparicio nos lo cuenta en un documentado ensayo que publicó hace ya algún tiempo en una revista centroamericana. Según Aparicio, nuestra embajada, que había asilado durante la guerra a más de dos mil falangistas, dio un portazo sobre la frente luminosa del gran poeta que pretendió cobijarse a la sombra de la bandera chilena.

No tardó en contestar el aludido. A la semana siguiente, con el titulo de: Responde Vergara Donoso: Nunca negué asilo al poeta,5 se publicó la carta respuesta. En ella, el diplomático señala que:

Con sorpresa me impongo del artículo de Victoriano Lillo, aparecido en Ercilla 1.207 (Tribuna), sobre la muerte del poeta español Miguel Hernández. Fundado en algo escrito por Antonio Aparicio, se me culpa de no haber dado asilo a Miguel Hernández y, en consecuencia, de ser responsable de su muerte en prisión meses más tarde. Los hechos son textualmente diferentes, y bien lo saben el propio Antonio Aparicio y todos los que estuvieron asilados en la Embajada de Chile en Madrid, en los años 1939 y 1940.

Cuando llegué a Madrid, en mayo de 1939, había terminado ya la lucha y Miguel Hernández se encontraba desde tiempo atrás en prisión. Meses más tarde, (no recuerdo con exactitud la fecha) Miguel Hernández fue puesto en libertad a raíz de dictarse una medida general que ordenaba libertar a todo detenido a quien no se hubiese iniciado formalmente proceso.6 Miguel Hernández fue entonces a la Embajada de Chile y tuve ocasión de conversar con él. Se hallaban asilados en la Embajada 18 personas7, entre ella el propio Antonio Aparicio. Hernández estuvo con todos ellos. Más de uno le sugirió que pidiera asilo y me hablaron sobre ese punto. Hernández, sin embargo, no lo pidió, ni quiso pedirlo, a toda costa, según mis recuerdos, deseaba ir a su pueblo en Alicante (Orihuela) a ver a su hijo que acababa de nacer y al cual tenía ansias de conocer. Como es sabido, este hijo le había llegado después de perder el primero, lo que explicaba la vehemencia de su decisión. En su pueblo fue inmediatamente reconocido y lo que no había sucedido en Madrid, se le imputaron hechos ocurridos durante la Guerra Civil. Las decenas de miles de procesos iniciados al terminar la guerra civil impidieron muchas veces que se identificara al detenido y se juntara al personal de la guerra civil con el preso en cualquiera de las cárceles repletas. Fue lo que aconteció con Miguel Hernández y por eso quedó en libertad. La segunda detención, a raíz de su viaje al pequeño pueblo donde vivía su familia, hizo posible que se le reconociera y fuese concretamente denunciado por los hechos que se le imputaban.
Ya preso por segunda vez, recibí avisos, entre otros de Pablo Neruda, sobre la situación de Miguel Hernández, junto con el encargo de ocuparme de él.8 Hice todo lo que tuve en mi mano por evitar su condena a muerte; me ayudaron en esta tarea precisamente las personas a que se refiere el artículo de Ercilla, como amigos míos falangistas y que efectivamente son y siguen siendo mis amigos: Víctor de la Serna, Sánchez Mazas, Eugenio Montes. Los tres eran escritores, conocían a Hernández y, por cierto, eran falangistas y muy bien situados. Por lo mismo recurrí a ellos ¿o se quería que recurriera a enemigos del Gobierno para obtener lo que deseaba? Y no sólo recurrí a ellos, también ayudaron fray Justo Pérez de Urbel, escritor benedictino, José María de Cossio, escritor que había sido jefe de Hernández en la Editorial Calpe y muchos más.

No conozco el artículo de Aparicio en que relata estos hechos, pero, en cambio, tengo en mi poder muchas cartas del propio Miguel Hernández desde la prisión agradeciendo lo que por él se hacía y de su mujer desde su pueblo natal agradeciendo la ayuda directa que a ella le llegaba, poemas manuscritos del poeta y hasta su autocaricatura con expresiones de afecto para mí.

Yo hice todo lo posible por aliviar la situación de Miguel Hernández y de muchos otros más. No siempre pude obtener lo que quería. Pero no dejé resorte por tocar ni gesto por hacer. En el Ministerio de Relaciones deben existir muchos informes sobre estos casos.

Aunque basta el hecho de que Miguel Hernández no pidió asilo, creo que debo agregar que, sugerido o
pedido por sus amigos, el asilo no aparecía procedente, pues las circunstancias habían cambiado fundamentalmente.9 La guerra había terminado hacía varios meses. Se había comunicado al gobierno español a comienzos de abril la lista completa de los asilados y se gestionaba activamente su salida de España,10 aceptar uno más en ese momento, significaba -supuesto que jurídicamente fuese procedente y se conformara a las instrucciones del Gobierno de Chile- poner en grave peligro la situación de los 18 que ya estaban asilados. Esto lo sabe muy bien Antonio Aparicio y todos los refugiados.11

No me parece necesario insistir ni acumular más datos sobre el caso de Miguel Hernández, pero pongo a la disposición de Ercilla las cartas que tengo en mi poder y a las cuales ya me referí.

No fue este el único caso doloroso en que me correspondió actuar en Madrid, ni el único de los que me tocó conocer desde Santiago como Subsecretario de Relaciones durante la guerra española y después de la guerra. En ambas ocasiones el Gobierno de Chile hizo todo lo que pudo y creo que ningún otro gobierno en la historia ha hecho más, ni durante la guerra ni después de ella en Madrid.12 La muerte de Miguel Hernández no puede imputarse al Gobierno de Chile ni a la Embajada en Madrid ni al entonces Encargado de Negocios. Por el contrario, tengo el reconocimiento por escrito de muchísimos españoles agradecidos, entre los cuales no me falta el de Antonio Aparicio, que ahora aparece descubriendo interpretaciones nuevas carecientes en absoluto de verdad.
Gracias a los archivos de la fundación Miguel Hernández, pude conocer un artículo de José M. Moreiro13 en el
que reproduce una carta que le habría hecho llegar Germán Vergara Donoso. Es muy similar a la publicada por la revista Ercilla en Santiago. Moreiro no indica cuándo ni cómo recibió este testimonio, pero, considero, es complementario su examen para el caso que nos ocupa. Dice en ella Germán Vergara:
En el verano de 1939 recibí en Madrid una carta de Pablo Neruda14 desde París, interesándose por la suerte de Miguel Hernández, su amigo, que según sus informaciones estaba preso en la capital de España. Hice algunas averiguaciones y comprobé que lo afirmado por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso ni se juntaba la persona del detenido con la persona del poeta Miguel Hernández. Esto obligaba a actuar discretamente y así se hizo. Pocas semanas más tarde recibí en mi oficina de la Embajada de Chile, donde yo era encargado de Negocios, la visita de Antonio Aparicio, asilado en la misma Embajada, en compañía de un muchacho muy joven a quien me presentó como Miguel Hernández. Conversamos tranquilamente y pude apreciar el limpio espíritu y la gran calidad humana de Miguel Hernández. En la conversación, Antonio Aparicio me insinuó la idea de agregar a Miguel Hernández a la lista de asilados en la Embajada. Miguel no se refirió a este punto; hacía poco tiempo que había nacido su segundo hijo y quería ir a conocerlo a su pueblo. Contesté a Antonio Aparicio la imposibilidad de agregar a nadie en la lista de asilados, pues estaba ésta, hacía meses, comunicada al Ministerio de Relaciones Exteriores y no era ya posible, legítimamente, agregar nuevos nombres.15 Tampoco era posible dejarlo como huésped y asilado sin conocimiento del Gobierno, porque se ejercía sobre la Embajada una vigilancia muy estrecha,16 y alterar en cualquier forma la situación era poner en peligro la vida de los 17 asilados ya. Le repito que Miguel Hernández nunca pidió o insinuó un asilo porque quería ir a su pueblo. Además, no era imposible, aunque siempre muy difícil y peligroso, que encontrara la manera de salir de España. Miguel Hernández mantuvo su resolución y se fue a su pueblo.17 Como es sabido, allí fue detenido y devuelto a Madrid, ya perfectamente identificado. Al saber la noticia di todos los pasos posibles para que, por intermedio de amigos y conocidos se llegara a la resolución menos mala respecto a su proceso, entre los que más intervinieron y me ayudaron con verdadera dedicación puedo señalarle a los señores José María de Cossío, Fray Justo Pérez de Urbel, Rafael Sánchez Mazas, José Ibáñez Martín y muchos otros. Tengo la conciencia absolutamente clara de haber hecho todo lo posible por librarlo de una pena capital y de haberlo ayudado en todo cuanto me dieron mis escasas fuerzas.

La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Es una cita que usa Manuel Ramón Vera Abadía en una reseña al libro Hacia Miguel Hernández, de Ramón Pérez Álvarez, publicada en la revista digital El Eco Hernandiano. En este libro, que recoge los artículos publicados en la desaparecida revista La Lucerna, Pérez Álvarez afirma entre otras cosas que: la posibilidad de su exilio a través de las gestiones de Pablo Neruda, -[es un] extremo que queda desmontado-...; Describe también las gestiones de Carlos Morla Lynch,... y la imposibilidad de prestarle asilo,18 ... y de Germán Vergara Donoso,... quien se apiadó de Miguel y, de su bolsillo particular, dio durante muchos meses una asignación a la mujer de éste. Miguel, por el tono de exigencia con que pide a Josefina que no tenga inconveniente en pedir dinero a la Embajada, creyó seguramente que el dinero provenía de Neruda. No había tal. Neruda le dio sólo el título honorífico de "hijo" y pare V. de contar.19

Don Germán Vergara -señala Pérez Álvarez-, visitó en la cárcel a Miguel, acompañado por Cossío, durante el período de su condena a muerte. Cossío es, incuestionablemente, quien salvó la vida de Miguel,...

Sabemos la condición que ponía José María Cossío, lo mismo que Rafael Sánchez Mazas, Luis Almarcha y otros, para salvar la vida de Miguel; renunciar a sus ideales, a su obra, por lo tanto, a su vida. Como señala Pedro Collado, una de las más acusadas virtudes del poeta, era la espontaneidad de sus decisiones y la sinceridad y la firmeza con que las defendía. Si hubiese cedido a las presiones de los antes citados, posiblemente, no es seguro, hubiera salvado la vida, pero... ¿se hubiese salvado su obra? ¿Sería hoy, a pocos años del centenario de su nacimiento, el Miguel que tanto honramos, queremos y admiramos?

Esperemos que la revisión del testimonio de Germán Vergara Donoso y los comentarios en las notas al pie de página, sirvan para completar la biografía de Miguel Hernández y ayuden a cerrar el llamado "caso Morla". Suceso en el que algunos biógrafos no logran ponerse de acuerdo, creo que por dos motivos fundamentales; uno es la equivoca carta de Neruda. El otro motivo es puramente especulativo, pero lo expondré: pienso que algunos biógrafos, con respecto al asilo en la Embajada de Chile, confunden dos etapas en la vida del poeta; el primer intento, marzo de 1939 y el segundo, inmediatamente después de su puesta en libertad, septiembre del mismo año. Mes y año en que arribó a Chile el "Winnipeg", barco en que Miguel Hernández estaba destinado a viajar y encontrar una nueva patria.

1 Antonio Aparicio; El Rayo que no Cesa. Revista de Guatemala Nº 6, año III, enero, febrero, marzo de 1953.

2 No sólo falangistas se asilaron en la Embajada de Chile. También entraron quintacolumnistas, espías y numerosos nazis alemanes, entre ellos algunos aviadores de la Legión Cóndor. En julio de 1939, después de que Hitler se hubiera anexionado Austria, después de que los nazis alemanes invadieran Checoslovaquia y la invasión de Polonia fuera ya un secreto a voces, el ya ex Encargado de Negocios, Carlos Morla Lynch, fue condecorado con la Orden del Águila, en nombre del Canciller Adolf Hitler, por el Secretario de Estado Weizhaegker. El diplomático chileno recibió esta distinción: por los valiosos servicios prestado en Madrid a los ciudadanos alemanes allí residentes.

3 Nota en el ensayo de Antonio Aparicio. Estaba en aquella fecha al frente de la Embajada de Chile en Madrid, el Encargado de Negocios señor Germán Vergara Donoso, amigo de altos dirigentes de la Falange Española, como Víctor de la Serna, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, José María Alfaro y otros. Es posible que el deseo del señor Vergara fuera dar asilo a Miguel, pero no lo hizo. ¿Fue esa la orden recibida de Santiago de Chile? ¿Fue obedeciendo a presiones de la Falange Española, no saciadas aún con el famoso crimen de Granada?

4 Sabemos que Miguel Hernández no estaba tan solo y abandonado como señala Aparicio. Algunos biógrafos se empeñan en demostrar que sus compañeros lo abandonaron a su suerte.

José Luis Ferris, haciéndose eco de aquellos que sostienen que ni siquiera estaba en la lista de recomendados por la Alianza de Intelectuales para asilarse en la Embajada de Chile, anota en la pág. 404 de su libro: Según las confesiones de María Teresa, "Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla ... Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una Embajada. Me vuelvo al frente... ¿Y vosotros?, nos preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda, con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció". El texto no tiene desperdicio -continúa Ferris-, y aporta algunas claves que pudieran haber cambiado el destino de Hernández... Por último -y he aquí lo relevante del asunto-, Miguel, que había entrado en el Partido Comunista de la mano de María Teresa León y Rafael, que había estado unido a los altos mandos del ejército republicano, ...era abandonado a su suerte para que se refugiara en una Embajada que no ofrecía demasiada seguridad y que para ellos no era otra cosa que limosna o inadmisible gesto de piedad.

Sin embargo, el biógrafo mutila la cita. El texto de María Teresa, dice: Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla ... Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una Embajada. Me vuelvo al frente. Nosotros insistíamos: Ya sabes que tu nombre está entre los quince o dieciséis intelectuales que Pablo Neruda ha conseguido de su Gobierno que tengan derecho de asilo. Miguel se ensombreció aún más. ¿Y vosotros?, nos preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda, con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció.

De la cita completa se desprende claramente que el nombre de Miguel estaba entre los recomendados por Alberti a Morla.

5 Ercilla N° 1.208, Santiago, miércoles 16 de julio de 1958, pág. 20

6 Algunos biógrafos de Miguel Hernández, entre ellos Juan Guerrero Zamora, Arturo del Hoyo y el propio Ferris, niegan la gestión realizada por María Teresa León y Neruda ante el cardenal Braudillart por la liberación de Miguel. Es muy posible que dicho cometido no fuera el detonante para liberarlo de la cárcel. Adhiero a la opinión más generalizada; Miguel fue puesto en libertad por el caos administrativo de aquellos días y/o, por la orden gubernamental de poner en libertad a los presos que no habían sido juzgados a la fecha. Eso no es motivo para negar la veracidad de la gestión conjunta de los Alberti y de Neruda, independiente de sus resultados. En ningún caso creo que María Teresa y Neruda narraran este episodio en sus memorias sólo para atribuirse la hazaña de haber protagonizado la puesta en libertad de Hernández.

7 El número de 18 personas corresponde a los 17 asilados republicanos españoles, más el poeta chileno Juvencio Valle, quien también permanecía refugiado en la Embajada.

8 Santiago Ontañón, en sus memorias, confirma este hecho. (Unos pocos amigos verdaderos. Fundación Banco Exterior de España, Madrid, 1988). Señala que en el verano de 1939, recibió Vergara Donoso una carta que Neruda le enviaba desde París, interesándose por la situación de su amigo, quien, según sus informaciones, estaba preso en Madrid: Tras las averiguaciones pertinentes, Vergara comprobó que lo afirmado por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso ni se unía la persona del detenido con el poeta Miguel Hernández, lo que obligó a actuar discretamente.

Ontañón recuerda que mientras estaban asilado en la Embajada de Chile, un día recibieron un angustioso mensaje escrito en un papel de fumar. Era una nota angustiosa escrita por Miguel desde la cárcel. Decía: "Me han condenado a muerte. Haced lo que podáis. Miguel Hernández." Así nos llegó la noticia de su suerte. Cabe imaginar la profunda tristeza y la impotencia que nos embargó al grupo, asediado como estábamos en un Madrid hostil, dispuesto también a hacer carnaza de nosotros a la menor oportunidad. Aquel leve papel de fumar, manuscrito con noticia tan tremenda, nos angustió indeciblemente. Yo hice lo que podía: escribir. Envié tres cartas: a los Alvarez Quintero, a Víctor de la Serna y a Borrás. De las tres, sólo obtuve contestación del Alvarez Quintero que quedaba, en la que me decía que haría lo que pudiese, tratándose de la vida de un hombre y sobre todo la de un poeta, pero que dudaba que su intervención fuera eficaz, ya que, decía: "Aquí yo no cuento nada".

9 Dice Ferris en su libro: Según algunas fuentes, Vergara ofreció asilo al poeta oriolano sabiendo que la expatriación no tardaría mucho en producirse. Sin embargo, no cita las fuentes que afirman tal ofrecimiento.

10 La entrega de esta lista la hizo Enrique Gajardo el 20 de abril de 1939, al Ministerio de Asuntos Exteriores español, (No al "Ministerio de Relaciones Exteriores de su país", como señala Ferris). En el escrito, además solicita el salvoconducto para el traslado de los refugiados fuera de España.

11 La Embajada de Chile en Madrid sufrió cuatro intentos de allanamientos para sacar por la fuerza a los refugiados republicanos. El primero de ellos; el mismo día 5 de abril, fecha en que Chile reconocía oficialmente al Gobierno franquista. Vergara Donoso no tomó las drásticas medidas que dos años antes había tomado Aurelio Núñez Morgado, el Embajador de Chile que asiló a los franquistas. Por el diario de Morla Lynch, deducimos que Vergara Donoso era bastante más "inocente" que Núñez Morgado. Morla, en su diario, dice saber que: en las cajas de fierro de la Embajada, de propiedad del Sr. Núñez Morgado, existen algunas joyas y valores recibidas en custodia por él, de los cuales sacó gran parte al extranjero. Además, señala Morla, el embajador mantenía un arsenal para la "defensa" de la Embajada, que el Embajador Núñez Morgado había traído desde Alemania. (Carlos Morla Lynch. Informes diplomáticos sobre la Guerra Civil española. Ril Editores, Santiago de Chile. 2003.)

12 Respecto al primer intento de asilo de Hernández, José Luis Ferris señala en su biografía que: el problema que se planteaba entonces y del que Miguel fue consciente desde el primer momento era la falta de garantías que podía ofrecer en aquellos momentos la Embajada chilena. Añade que el Gobierno de Chile no estaba dispuesto a crearse problemas con el nuevo régimen político español y mucho menos por causa del asilo diplomático. Ello provocaría medidas muy restrictivas del Ministerio chileno de Relaciones Exteriores, reduciendo a lo meramente imprescindible el número de personas que pudieran ser acogidas en la sede de su Embajada.

No nos parece acertada la afirmación. El número de asilados republicanos obedeció a la voluntad de Morla. Es más, no conocemos testimonios de personas a las que se les negara el asilo. Por otra parte, dada la fuerte represión franquista, ninguna embajada estaba en condiciones de ofrecer garantías a los asilados. En el caso de Miguel Hernández, que es el que nos ocupa, como sabemos llegó a Cox el 13 de marzo, sin embargo, en Chile, recién el día 30 de marzo la Cancillería recibió los primeros cables en los que Morla daba cuenta de la entrada de asilados republicanos en la Embajada.

El problema de los asilados supuso un escollo para las buenas relaciones entre ambos países desde el momento en que Chile no renunció a ejercer el derecho de asilo, reconocido por los países latinoamericanos, pero no por España. Se solventaba así el razonable argumento de Morla: Si el Gobierno de Chile, a la caída de Madrid no reconocía inmediatamente al Gobierno de los vencedores, el asilo otorgado resultaría nulo, aún más, constituiría un mayor peligro. El Gobierno chileno, a excepción de México, fue de los últimos en reconocer oficialmente al Gobierno de Franco. Esto sucedió el 5 de abril de 1939, (no el 20 de abril, como señala Ferris), un día después de que los nacionalistas asaltaran la embajada de Panamá en Madrid y apresaran a los once refugiados republicanos asilados en ella. Panamá no había reconocido al gobierno de Franco y, por lo tanto, no le asistía protección diplomática. Enrique Gajardo, quien había llegado a Madrid dos días antes para reemplazar a Morla Lynch en el cargo, ante tal evento, decide trasladar su alojamiento a la Embajada para salvaguardar a los asilados.

El reconocimiento no varió la posición chilena respecto de los asilados y, de algún modo, tampoco la española. (Las difíciles relaciones con Chile en la inmediata posguerra civil. Blanca Esther Buldain Jaca (UNED). Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, H. Contemporánea, N°2, 1989, págs. 89 111)

13 ABC, Martes 18 de noviembre de 1997, p.64

14 Nótese que en esta segunda declaración, Vergara ya no dice: recibí avisos, entre otros de Pablo Neruda,... Este testimonio, avalado por el de Santiago Ontañón, contradice a algunos biógrafos hernandianos que se empeñan en desconocer la preocupación de Neruda por su amigo. Al parecer, el auxilio de Neruda a Miguel Hernández, a través de Vergara Donoso, es conocida desde hace más de cincuenta años. Quizá la primera en dejar constancia de ello fue Concha Zardoya, quien anota: Esta situación de hambre [de Miguel Hernández y su familia] se soluciona un tanto con la ayuda económica mensual que empieza a prestarle don Germán Vergara Donoso, Encargado de Negocios de Chile en Madrid, a petición de Pablo Neruda. (Concha Zardoya. Miguel Hernández: Vida y obra. Hispanic Institute. Columbia University. Nueva York, 1955. p.41)

15 Seguramente Vergara desconocía algunos trucos "ilegítimos" que había usado Aurelio Núñez Morgado, Embajador de Chile en España durante la Guerra Civil. En el caso de los asilados nacionales, Núñez Morgado se atrevió a agregar más nombres después de entregar la lista de ellos a las autoridades republicanas. Es posible que con ello salvara algunas vidas, lo que no ocurrió en el caso de Miguel. Lo declara Morla Lynch en su informe: Hube de vencer, al hacerme cargo de la Embajada, la difícil situación creada por la admisión en ella, por iniciativa del señor Embajador, de nuevos refugiados después de entregadas las listas [al Gobierno Republicano], con lo que se faltó al compromiso contraído. (Carlos Morla Lynch. Informes... Ed. Cit.)

16 La vigilancia ejercida la testimonia también Juvencio Valle. Fue detenido en la puerta de la Embajada y condenado por llevar en sus bolsillos una carta de Neruda con indicaciones para gestionar la libertad de Miguel.

17 Como vemos, Miguel, con la inocencia que le caracterizaba, tomó el mismo camino que había tomado en marzo de 1939: se marchó a su pueblo. Al respecto, dos afirmaciones de Ferris en su biografía, son dignas de comentario. Un de ellas es cuando sostiene que: Para el diplomático, [Morla Lynch] aceptar a Miguel en su lista de refugiados era una grave responsabilidad, esencialmente por la destacada envergadura política que el oriolano había adquirido... La otra dice relación con la negativa gubernamental (Republicana) de otorgar pasaportes a los hombres en edad militar. La aclaración a ambos puntos está en el informe de Morla Lynch: En vista de la situación en que se encuentra [Miguel Hernández] le digo que, llegado el momento de la hecatombe final, se asile en la Embajada. Días después, preocupado por el muchacho, mando llamar a Juvencio Valle. Me dice que Hernández ha declarado que no "se albergará en sitio alguno porque lo considera como una deserción de última hora". No ha tomado ninguna medida de precaución. Le envío con él una carta para el Gobernador Civil de Madrid, señor don José Gómez Osorio, a fin de que le facilite su salida de España en el momento oportuno para hacerlo. El Gobernador lo recibe unas horas después. Le escribo, asimismo, al Comisario General de Seguridad, quien está dispuesto a concederle un pasaporte pero desaparece y no vuelvo a verle por más esfuerzos que hago para dar con su paradero. Es decir, Miguel contaba con una oferta de asilo y también con un pasaporte. Lamentablemente, no supo presentir el trágico calvario que le esperaba.

18 Si hacemos caso de los informes de Morla, documento citado por la mayoría de los biógrafos hernandianos, éste no tuvo ninguna "imposibilidad" de prestar asilo a Miguel Hernández.

19 No sabemos si Vergara Donoso ayudó económicamente a Miguel y a su esposa con dinero de su propio bolsillo. Tampoco sabemos si Miguel "pensó" que el dinero provenía de Neruda. No son rigurosas las especulaciones. Pero sí sabemos que el poeta Homero Arce, secretario de Neruda, hasta los años sesenta, aún despachaba algunas remesas de dinero a Josefina Manresa.

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