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sábado, 21 de noviembre de 2009

El toro de la Vega (Tordesillas)

IR A LA FUENTE "ANIMALES"



Amo tanto a los animales, les veo tan vulnerables, son tantos los abusos que el hombre ejerce hacia ellos, que soy incapaz de tener alguno, aunque parezca una incongruencia así es.

Cuando era un niño, en casa de mis padres había una perra loba, se llamaba Almenara, vivía como uno más de la familia, la cuidábamos y ella nos cuidaba a nosotros, en la parte trasera de la casa había un gran patio con algo de terreno donde mi padre gustaba de criar animales y plantas, ella mantenía a raya a cualquier ladronzuelo que quisiera acceder a robar algún conejo o gallina de las que teníamos allí. Con sus ladridos ahuyentaba al ocasional intruso, alertando enseguida a mis padres que salían inmediatamente a mirar por los sitios donde era susceptible de colarse algún amigo de lo ajeno. Se hizo viejecita mi perra y la vimos enfermar. Confieso que todavía recuerdo aquella mirada triste y angustiada de mi Almenara, que parecía querer despedirse de nosotros. Al escribir esto aún me emociono y me estremezco al recordar aquellos ojos. Mi pobre perra murió después de llevar en mi casa muchos años. Me prometí a mí mismo que cuando me independizara y tuviese mi propio hogar jamás tendría ningún animal de compañía. Sentí aquella muerte como si de un familiar muy allegado se hubiese tratado.

Después de muchísimos años, ya casado y con hijos, un día llegó volando hasta mi balcón un canario, posiblemente escapado de la jaula de alguien cercano a mi domicilio, pero al no enterarme quién era su propietario no lo pude devolver. Mis hijas, muy pequeñas todavía, me rogaron que comprase una jaula y alpiste para cuidarlo ellas. Era muy bonito, tenía un plumaje variopinto, a los pocos días comenzó a cantar por las mañanas, era una maravilla escuchar sus gorgoritos y cambios de tono. Todos los días desayunábamos con un concierto que nos daba nuestro Nicol—así le llamábamos en casa.

Llevaba con nosotros poco más de un año y dejó de comer, se acurrucó en el extremo de uno de los palos que tenía la jaula y ya no cantó más. Me dio tanta tristeza verlo así que me arrepentí de haberle dado cobijo, al final murió. Mis hijas, llorando amargamente, con una tela de raso forraron un viejo estuche de lápices e introdujeron dentro al pobre pajarito tras darle un beso, una vez cerrado, me pidieron que le diese sepultura. Así lo hice, con un nudo en la garganta me marché a un parque cercano a mi domicilio, allí, debajo de un pino, hice un agujero y deposité la cajita con lágrimas en los ojos.

Todo esto viene a cuento por las barbaridades que el ser humano comete con los animales simplemente por diversión. Hace unos días vi en la televisión como lanceaban a un toro en Tordesillas sin ninguna piedad. Los mozos, por una mal entendida tradición, echan a la calle una res y la ensartan con lanzas desde todos los puntos hasta abatirla, el animal, mira hacia todos los lados asustado sin comprender por qué le hacen eso. Le dan una muerte horrorosa mientras ellos se ríen y saltan de alegría.

En Manganeses de la Polvorosa, hasta hace poco lanzaban una cabra desde un campanario. Ahora, para evitar sanciones de la autoridad tiran un muñeco con fuegos de artificio.

Son diversas las ciudades que en sus fiestas echan toros a la calle: El toro embolado, bous al carrer, toros al agua, el toro ensogado. (…)

En Candás, hacen algo que a simple vista parece muy inocente, la suelta de patos al agua. A decir de algunos expertos esos animales sufren porque se tiran a cogerlos muchos jóvenes bañistas y los asustan; además, el agua salada no es el elemento natural de ellos.

Se celebran fiestas donde cuelgan por las patas aves vivas y los mozos se tiran a cogerlas arrancándoles la cabeza.



Focas apaleadas hasta matarlas con fines comerciales, elefantes que les cortan los colmillos con el consiguiente sufrimiento, dejándoles desprotegidos, etc...

Todos los animales, sin excepción, son explotados por el hombre: Carreras de caballos, carreras de galgos, peleas de gallos, corridas de toros… Y no digamos aquellos que producen: Gallinas enclaustradas comiendo día y noche con luz artificial para la producción de huevos, vacas que son ordeñadas mecánicamente sacándoles el máximo provecho, mataderos donde abren en canal algunos animales todavía vivos, ocas que las embuten para engordarles el hígado artificialmente y producir más cantidad de paté…

Las corridas de toros siguen siendo el máximo exponente del maltrato animal legalizado por parte del ser humano. El toro, bien criado en la dehesa—no lo discuto—, lo meten en un cajón de unas proporciones tan reducidas que no puede girar hacia ninguna parte. Lo trasladan hasta el lugar donde se va a celebrar la corrida—a veces, cientos y cientos de kilómetros—. Después vendrá el clavarle la divisa en su lomo, ser picado desde un caballo—que también sale con los ojos vendados y exponiéndose la vida—, es banderilleado y muerto a estoque, algunas veces tan mal que tiene que ser descabellado torpemente repetidas veces. Cuando el toro, en legítima defensa, proporciona al torero una cornada le llaman “toro asesino”. Yo me pregunto: ¿Quién lo es más?

Los animales irracionales se merecen un respeto por parte de los animales racionales, al fin y al cabo somos todos seres vivos que hemos nacido y vivimos en este planeta que llamamos Tierra, (otra tontería del hombre cuando las tres cuartas partes del planeta es de agua). A veces, el instinto de los animales supera a los sentimientos del hombre, si no, vean esos casos que se dan de perros que al morir sus dueños se van al cementerio al lado de la tumba y acaban muriendo ellos también de hambre y de tristeza.

Y todo el bien que hacen por la humanidad: lazarillos inseparables de personas con ceguera, perros policía que ayudan a encontrar niños perdidos o heridos en catástrofes como terremotos, búsqueda de alijos de droga, etc.

Deberíamos meditar sobre las enseñanzas de San Francisco de Asís y, como él, considerar a los animales verdaderos hermanos nuestros.

Qué razón tenía Roberto Carlos cuando cantaba aquello de “…yo quisiera ser civilizado como los animales…”



Antonio Colomina Riquelme

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