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martes, 19 de enero de 2010

D. Joaquín Dicenta Benedicto está enterrado en Alicante

D. Joaquín Dicenta Benedicto murió en su habitación del Hotel Simón, de Alicante, el día 21 de febrero de 1917, a las 15:00 horas. Su enfermedad se había complicado las últimas semanas, hasta el extremo que el Dr. Antonio Rico Cabot (del que ya hablamos en ESTE artículo de la campaña "Ser alicantino duele... ¡¡en el más allá!!") no se separó de él hasta su último suspiro. El propio Dicenta, viendo cercano su final, hizo constar que no quería confesión religiosa alguna. El Dr. Rico, previa consulta al Dr. López Campello y en presencia del propio paciente, ordenó que llegado el momento, se le administrase una inyección para aliviar el sufrimiento y los dolores a D. Joaquín Dicenta. Y así fue.
Un literato aragonés descansa en el panteón de los hijos adoptivos olvidados de nuestra ciudad, a pesar de cultivar con exito y madurez el periodismo, la poesía, el cuento y el teatro. Su nombre era D. Joaquín Dicenta Benedicto...; y esta es su historia.

D. Joaquín Dicenta, padre del poeta del mismo nombre y del actor Manuel Dicenta, nació el 3 de febrero de 1863. Hijo de un teniente coronel del ejército, su madre alumbró en la población de Calatayud acidentalmente y de forma apresurada, cuando su familia hizo un alto en su camino de Alicante a Vitoria. Dicenta recordaba con amargura cómo durante la guerra carlista, su padre "cayó herido en la cabeza, sufriendo un terrible daño cerebral por el que perdió la razón". Su madre, fuerte y tenaz, se negó a internarlo en un psiquiátrico, por lo que la familia regresó de nuevo a Alicante, en donde su padre malvivió algunos años más. Aquí pasó Dicenta su infancia y parte de su adolescdencia, estudiando bachillerato junto a D. Rafael Altamira y D. Carlos Arniches.

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Olivareros de Navas de San Juan.


Olivareros de Navas de San Juan.


Bocina para el pan despierta,
entre amanecer y luz diurna,
a las turbas de cara incierta,
que provienen de la nocturna.


Hombre de sacrificio y vara,
entrega de sudor y usanza,
sobre tamiza, tierra y ara,
en necesidad de su crianza.


Entre fríos te ves madura,
aceituneros te derraman,
en recogida y almazara,
donde las prensas te desgranan.


Circula en arroyos de bronce,
líquido y textura que asombra,
por olivas, no extraen ponche,
oro fino en caudal que alumbra.


Vasijas y silos te acogen,
en sabores, gustos y doma,
a que fuera de navas gocen,
suavidad, aceite y aroma.


Poda, pestuga, en rama pende,
para hoguera y trituradora,
que volatizan o las prende,
en llamarada que devora.


Arar suelo en azada sobra,
por motor y desbrozadora,
que zigzaguea como la cobra,
entre tierras y afeitadora.


Los algodones azufrean,
sobre la flor que ya despunta,
entre penumbra que granjean,
semana santa y mayo apunta.


Aceituna en San Juan verdea,
con circunferencia y tersura,
que en verano y calor ondea,
a espera de invierno y frescura.


Hasta las navas va la musa,
disfruta de olivos y siesta,
pero se vuelve muy confusa
porque la marcha le detesta.


Agustín Conchilla

Torre Vigia de El Campello


Fotografía de Palmeral, tomada en 2008

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