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sábado, 8 de enero de 2011

Beatriz, la morisca

BEATRIZ, LA MORISCA Ramón Fernández Palmeral

 I Toma sentido la claridad de un despertar y todo se ordena como los instrumentos individuales de una orquesta de músicos, al conjunto le llaman música y yo me propongo, desde ahí y ahora hacer conciencia y aplicado repaso de algunos errores, para que todo nuestra pasado empiece a tomar sentido de la verdad, porque al fin todas las cuentas cuadran cuando el contable repasa cada suma una a una. No existe mejor maestro que el paso forzoso del tiempo, y ahora que tú y yo estamos muertos y hemos visto pasar cada grano de la arena del tiempo como una desgracia demasiado evidente e imposible de detener, vemos la punta del ovillo y, comprendemos que nada se hizo por caprichos, sino por un Dios que nos dirigió en el destino, sin que pudiéramos advertir la mano divina. Tú, mi querido y respetado esposo, me dejaste viuda muy pronto cuanto cumplí los treinta y tres años, en tu epitafio mandamos poner Ruy Gómez de Sílva príncipe de Éboli (Nápoles) y Duque de Pastrana, primado del Rey, que descanse en paz. Viniste a España desde Portugal en tus años juveniles como menino de la emperatriz Isabel de Portugal y llegaste por ti sólo a lo más alta confianza en la corte de Felipe II, su secretario. En mi hornacina, si es que el escultor lo grabó bien, debe figurar: Ana de Mendoza y de la Cerda, (Cifuentes 1540 - Pastrana 1592), princesa de Éboli y Duquesa de Pastrana, única hija de Diego de Mendoza (príncipe de Mélito) y de Doña Catalina. Pero cariño déjame que te tutee como a una amiga en confidencia del cuarto de labores, sin que eso suponga menoscabo al respeto que debo de un esposo y padre de mis hijos, no te preocupes, hoy no te voy a reprochar nada, ni referir los asuntos domésticos de nuestros hijos que ahora mismo no deseo recordar, porque me duelen, me duelen tanto que por doler me duele hasta el aliento, nos quedan siglos, la eternidad por delante para hablar de ellos, tampoco quiera hablar de mí, me resisto a seguir lamentándome de lo mal que me ha tratado la vida, ni de Felipe II nuestro Señor, el Prudente, orgullo regio que gobernó nuestras vidas, ni de la desgraciada y joven Isabel de Valoi a princesa de la Paz, me resisto a recordar el mirar sospechosos y suspicaz de mis admiradores, los amantes que me colgaron para difamarme en la villa, hoy me niego a recordar un pasado confuso que he aplicado, he reformado, -ni de Teresa de Jesús que me negó ser monja y alcanzar la santidad y el perdón divino, ni la mal que lo pasé durante los últimos años en mi enclaustramiento forzoso en la torre de Pinto y en Santarcaz, únicamente quiero hablarte de una de mis doncellas a la que no llegaste a conocer y que, después de tu muerte, la tomé a mi servicio, la tuve durante quince años, unas veces como dueña, otras como confidente, sí, hoy quiero hablarte de Beatriz de Frixiliana, nunca sospeché que fuera una evadida esclava morisca, una moza que estuvo a mi servicio y que tu no llegaste a conocer, que tuvo un trágico final en la plaza de la Cebada de Madrid... Era la primera vez que la bella y tuerta Princesa de Éboli puede hablar y desahogarse, sin tú me des la espantada y te marches a tu despacho del Alcázar de la villa y corte con la excusa de que tienes asuntos más importantes a los que atender. Parece que ha cuajado una existencia ajena a nosotros, ahí afuera reina una sospechosa calma, que confunde los olores guardados en la memoria de los rosales que ya se han desnudado de sus faldones de pétalos, pero sigue existiendo en mi memoria la rosa primera y por eso las rosas no mueren, ni los días que viví, ni mi infancia feliz llena de sueños, imaginación que me hacía viajar por las Indias Occidentales. Beatriz me fue siempre fiel camarera de corazón, salvo una sola vez en que cometió un error y yo se lo perdoné como mujer que entiende los sentimientos, le dije: no me engañes, jamás me engañes, no lo soporto,. Ella no me hizo caso, era como tú, fiel hasta donde podías serlo o te dejaban, unas veces obligados por las circunstancias y otra confusos de otra mujer, el alma femenina, ¡qué voy yo a contarte a ti del alma femenina!, si no entiendes ni pez de un camesú o de un perfume. Yo la perdoné porque la comprendí y aceptó, desde ese ,omento sublime del perdón, en servirme en lo bueno y en lo malo casi como una promesa matrimonial, ya te lo conté, ¿recuerdas?, aquel caso de... bueno mejor no te lo recuerdo ahora, sé que no te gustó. Ahora, en este despertar, en este momento único y asombroso, quiero rememorar la mala vida y virtud que sufrió y padeció en su carnes Beatriz de Frixiliana, la bella morisca de ojos negros, hoy le toca a ella resucitar en mi memoria como nacida de nuevo, y que me confesó toda su vida, aquel día que le vi una horrorosa quemadura en un muslo que despertó en mí una gran curiosidad, me quedé muerta de curiosidad la hacerme dueña de su secreto: una esclava morisca oriunda de la Axarquía, tierras allá en el al-Andalus, tierras de herejes y de moros en el confín de la tierra de Cristo. Jamás pude sospechar de su condición de fugitiva, ni que hubiera disimulado también su acento árabe con tantas jotas en su pronunciación, su castellano era correcto en vocabulario y en giros, nadie hubiera dicho por su condición y modales refinados que una salvaje morisca llegara a tener una educación casi de dama. Beatriz se merece estos días toda mi atención, todo el palomar de mis pensamientos. Desde su ejecución a pena de muerte por ahorcamiento tras sufrir tormento, sintí grandes remordimientos y pesares, en parte, se sentía culpable por haberla utilizado en la muerte de Escudero. Después de ejecutada la recordé mucho, una sentencia como una trampa en su cuello: la horca, le sumergió en una gran soledad, la echaba de menos por razones que se deben callar por recato. Ella me fue fiel y leal hasta el finar, no delató a sus cómplices a pesar de serle aplicada la tortura, no hablo de forma inculpatoria contra su ama. II LA BATALLA DE FRIGILIANA. Beatriz de Frigiliana tenía un halo de tristeza en sus ojos que la hacía aún más bella, tenía hechizo bajo la sombra de sus cejas, lloraba cada vez que recordaba o me contaba la infancia que el destino le había reservado, recordaba a sus padres o a su marido, a sus dos hijos, pero no menos sentimiento de pérdida de mostraba cuando hablaba del Peñón o del Fuerte de Frixiliana en la remotas tierra de la Axarquía. Yo le pedía, mientras estuvo a mi servicio que olvidara, que tomara una nueva vida a mi lado, quiero que seas otra mujer, lo primero es que comas, anda, hija, come algo, que estás muy delgada. Pero no me hacía caso, era de poco comer y de poco mundo. Tampoco es que fuera una niña, cuando la conocí en 1573, ella me dijo, tengo treinta y ocho años para servir a Dios y a usted. La habían educado muy bien en la sumisión y eso era una cauliadad que me gustaba y agradaba, puesto que nada hay tan molesto como la mala educación y las respondonas. La historia de la rebelión de los moriscos, según me contó ellas, empezó por la presión del fisco a que fueron sometidos, pagaban impuesto por todo, hasta por respirar. También conocí la historia de la resistencia del Peñón de Frixiliana por parte de su pariente lejano Diego Hurtada de Mendoza, hijo del infante D. Iñigo López de Mendoza y María de Pacheco, duques del Infantado con palacio en Guadalajara. Primo lejano por parte de padre, vivió aquella guerra cuando fue desterrado a Granada tras haber caído en desgracia, aunque luego fue rehabilitado y enviado como representante del Emperador al Concilio de Trento. Además de Beatriz, a nuestro ducado de Pastrana llegaron moros conversos de los expulsados de Granada, conocedores de cría del gusano de seda y manejar los telares, sólo se quedamos con la gente de Las Alpujarras y Bentomiz. Beatriz me contó en varias ocasiones sus sufrimiento y como fue vendida como esclava junto a su hijo Omar de tres años y su suegra Aixa. Empezó la revuelta cuando una mañana de mediados de abril del año de gracia de nuestro Señor de 1569, cuando sobre el señorío del Conde Cabra y Marqués de Comares, apareció el morisco rebelde el Muezín de Guájara en la tranquila Canillas del Aceitún, donde hubo un encuentro que fue la premonición del polvoriento verano que se avecinaba . Un cristiano de este lugar tenía a su mujer como esclava, convincente en su habilidad de palabra reunió y argumentó a los mozos de Canillas del Aceitun en el molino de Paipey que se sublevaran como lo habían hecho ya los de Las Almujarras donde habían elegido cono rey de los mariscos a Aben Humeya en Béznar o en Cadiar en la Pascua del año anterior. En Bentomiz eligieron a Diego de Oriola rey de los moriscos y a el Darra como jeque de Frigiliana. De acuerda estuvieron con él los monfis de Sedella al mando de fugitivo Andrés de Choraírán y decidieron asaltar la venta del Mellado situada en el canino de Vélez a Granada en los campos de Alcaucín donde siempre se hospedaban viajeros, un arcabucero que por allí rondaba avisó al verlos llegar, y se refugiaran dentro y se hicieron fuertes, los monfies pidieran todo el dinero o prendían fuego a la venta, como no salieran mataron al ventero, a su mujer y a siete personas cristianos. Cuando llegaron las noticia al Corregidor de Vélez Arévalo de Zuazo, mandó en severa misión de castigo a sus tropas al mando del Licenciado y Juez de Vélez Pedro Guerra, cuando llegaron a Canillas el alcaide cristiano Gonzalo de Cárcamo le requirió que no entrara dentro, porque aquel lugar era Jurisdicción del señorío del Marqués de Comares, no hizo caso y el Licenciado detuvo a varios ariscos y también encadenó al alcaide de los mariscos de Canillas Luis Xéndez, que no obstante había aconsejado a sus vecinos que de ninguna manera se alzasen como los de Las Alpujarras, fueron llevados a Vélez con cormas en el cuello hasta el presidio de Vélez donde los examinó con rigurosa tormento y de sus confesiones resultaron muchos otros culpados, y prendió a algunos de ellos y a darles tormentos hasta morir en una mazmorra, luego confiscadas todas sus haciendas. Este hecho fue motivo para que el Chorairán, más Abu Audalla con una veintena de hombres, encabezados por una antiguo estandarte moro que guardaba Francisco de Rojas de sus antepasados, un tafetán colorado con tres medias lunas verdes, entraron el Canillas e hicieron venir a todo los hombres y pidió Juramentos delante del estandarte para que se sublevaran todos, hubo muchos que se unieron, nientras tanto el alguacíl del castillo Gonzalo de Cárcamo hizo fogata sobre el castillo con hunareda para dar la alarma a la vez que mandaba a un morisco a Vélez. Algunas moriscos se unieron al Chorirán y otros no quisieron entre peleas y grescas, Los de Sedella y Salares se Juntaron en la piedra del Aquíla para protegerse de la tropas cristianas que se sabía iban a subir, atacaron el castillo de Benanocarra sin éxito. Los moriscos de las tahas de Bentomiz y Frigíiiana se levantaron contra el pago de alcábalas, primicias a diezmos por los abusos a que habla sido sometidos, prohibición del uso sagrado de la lengua, costumbres, vestidos, fiestas, robos, el 29 de abril de 1569 se reunieron todo los mariscos de veinte lugares desde Alcaucín a Maro en las proximidades de Cómpeta, ya que en la plaza no se cabla, salió de entre ellos un hombre de honrado y culto al que todos respetaban llamado Martín Alguacil tomó la palabra de oradores y dijo: "quiere la justicia de Vélez destruirnos a todos, no se contentan con matar a mucho de nuestros amigos en tortura a Luis Nández primo mío, por estos sucesos toda la nación morisca se mantenía alborotada, estamos tan tranquilos en nuestras casas y vienen a molestarnos, mirad esta carta en que me manda aviso el corregidor de Vélez, entiendo que es para prenderme y hacerme morir porque no tenemos otros negocios entrambos. También ha llamado a Hernando el Darra: la muerte es cierta, ya pienso emplear mi vida donde al -menos quede sin venganza, defendiendo nuestra libertad. Si muriésemos peleando, la madre tierra recibirá lo que produjo, y al que faltare sepultura que le esconda, no le faltará cielo qu el cubra. Que no se diga que los hambre de Bentomiz no osaron morir por su patria". Tras alaridos, gritos, silbidos de las mujeres, oraciones y salas, le pideran al orador que fuer rey de Bentomiz. Luego le pusieron sobre los hombros un rico almayzares de seda y oro, la subieron sobre una mula blanca, y todo los allí reunidos le besaron la mano y las ropas, y éll con los ojos fijos en el cielo y la manos abiertas en súplica exclamó: ¡Bendita y loado seais Señor, que me de,jastes ver este gloriosa día" Luego cada una de los hombres se fue a su casa y tomó las armas: gumias y balletas de madera de tejo. Los colonos o repobladores cristianos junto con el presbítero Cristobal Frías de aquel pueblo se encerraron en la iglesia de la Asunción que antes fue mezquita, sustados ante los noriscso armados. Quedaba todo por hacer, primero organizarse y fuego ser capaces de luchar cona cierta. Se nombraron alfaquies o consejeros ancianos una de Daimalos, otro de salares y otra de Sedella, cono jefe del ejército al capitán Hernando el Darra y cono lugarteniente a Neliú al que mandó a Berbería a pedir refuerzo al Emir de Argel. Hubo varios días de lucha en Canillas y Sedella y coma el castillo de Bentomíz estaba en ruinas y además no tenía agua y el de Canillas de Aceituno se encontra a manos de los cristianos, por esa Martín Alguacil decidió reunirse todos los mariscos de las Axarquias, alquerías, lugares y pueblos de Bentaniz en el castillo de Frigiliana argumentando que se hallaba cerca al mar y por donde llegarían los refuerzos encargados a Meliú (además de que en Figiliana vivía su hija Beatriz con su marido) no sin que hubiera por parte de algunas morabítos reticencias para abandonar sus casas, sus haciendas, cementerios donde tantos antepasados se quedaron en el camina de la vida (aunque algunos se llevaron los huesos de sus antepasados en un saco para que no fueran profanados). Só1o se quedaron en los pueblos algunas enfermos, ancianos y viudas a las que todo les daba igual. III LOS CAUTIVOS DE FIGILIANA Enterado de todo la acontecido en Cómpeta, el Corregidor de Vélez Arévalo de Zuazo, organizó fuerzas con mil quinientos infantes y cien caballos para reducir a los últimos amotinadas en el cerro Fuerte de Frigiliana, un cero natural con castillo natural al que protegieron con fortificación. Al pie del cerro acudieron los capitanes Hernando Duarte y Pedro de Coalla, Alonso Zapata, Beldrian de Andía, marcos de Barrera y Villalabos, tomaron el camino de Torrox para subir por el río y las Mayarines. En Torrox se le unieron 160 hombre venidos de Almutécar, el sábado 28 de mayo de 1569, por la mañana y cerca de los Petíancillos hubo una emboscada por parte de los mariscos, que con honda, piedras, piedras rodadas como piedras de molinos, hubo una a batalla, y ante tal desastres Arévalo de Zuazo tomó retirada para Vélez con veinte muerta y 150 heridas. Un mes más tarde y a causa de un fuerte marejada se refugiaron entre las playas de Nerja y Torrox y Torre del Mar una escuadra que venía de Italia la mando del Comendador de Castilla don Luis de Requeséns, con Tercios de Nápoles al mando del Maese de campo don Pedro Padilla. Al conocedor el Comendador de la sublevación de los mariscos y del castigo inflingido a Arévala de Zuaza, pidió permiso el Comendador a Don Juan de Austria en Granada, y autorizó el acoso al Peñó y al Fuerte. Asi que el 11 de Junio día de San Bernabé, del mismo ato con cerca de nueve mil nombres entre refuerzos de Málaga, 300 galeotes remeros turcos a los que se le concedia el perd6n si luchan contra el pelí6n o fuerte, empezaron a subir por los pedregales hasta el castillo de Frigiliana, mientras los mariscos defensores comenzaran a arrojar, muchas piedras, piedras de molinos atravesados con maderas por los ojos, y no había piedra bajaban con tanta furia que no se llevara a cincuenta soldados, los mas diezmados fueron los primeros soldados que mandaba Pedro Padilla. Los . moriscos escasos en artillería, usaban flechas envenenadas y armas de fuego, se defendieron a palos, pedradas de hondas, picas, hachas, espadas, se defendían en el cuerpo a cuerpo. Mientras los cristianos desplegaban cañones y arcabuces. Conforme los cristianos a avanzaban los mariscos abandonaron el castillo y se refugiaron en cerro El Fuerte, mucho más elevado y donde había agua y fortifiaci6n, allí resistieron el humo de la quema de pinos, pero los tajos les salvaron a muchos que huyeron por la sierra Almijara hasta Las Alpujarras y unteronse a Aben Humeya, el emir de los Moriscos, proclamando en Béznar La noche en que se evacuaba el Peñón de Frixiliana, apareció una nube negra en el cielo, una tormenta de relámpagos y truenos. Beatriz con su hijo Omar y su suegra no pudieron seguir a su esposo Diego de Oriola, en el camino volvieron a la casa de Frigiliana, al refugio contra los elementos de la naturaleza. Aquella noche se separró de su esposo y de su otro hijo Alí. Ciertamente Beatriz era un nombre cristiano, el que le pusieron a Jalifa cuando se casó en Frixiliana. Tras mes y medio de resistencia en el cerro coronado de el Fuerte, Diego de Oriola con su hijo Alí, Alamino, Hernando el Darra, el Meliú, Andrés de Chorairán y otras gentes hulleron por la sierra de Almijara a Las Alpujarras. Mucha gente murió peleando en el Fuerte, otros viéndose perdidas se despegaran por los tajos (tajos del vértigo coma agujas de un cerro formado de terremotos, rayos y tormentas). El resultado de la contienda que duró cuarenta días fue de dos mil muertos, la mitad de lo que lucharon cuerpos que fueron incinerados, y los cuatrocientos muertas cristianos enterrados. En el corazón de Beatriz no quedaba otro hombre más que su hijo Omar de once año. Denunciados por los cristianos viejos, las dos mujeres, y el niño fueron tomados como botín. En la plaza de Fixiliana, los Jefes militares o alcaides las desnudaron en pública subasta para elegir a las mejor dotadas, y ella fue selecciona entre los cuerpos más armónicos, también mostraron a las hombres más sanos, ella tuvo suerte de ganar la vida y quedó en poder del capitán Hernando Duarte y éste la vendió a su vez a un rico mercader de Málaga llamado Malquiades que no pudiendo tenerla en casa la dejó en arriendo como pinche de cocinera al servicio del obispado en pago de primicias Fue una más del botín de prisioneras mujeres y niñas que capturaron en el Peñón de Frigiliana en junio del año de gracia de Nuestro Señor de 1569, tras la sangrienta batalla en la que murieran cerca de 2.000 moriscos y otros muchos cristianos. comprada como esclava en Málaga por su amo Malquiades Molto y prestada como sirvienta en la cocina de la casa obispal. .Otras mujeres moriscas fueron entregadas a soldados como botín en pago de su lucha, y las mujeres peor dotadas en edad y en físico, las que no quisieron a su servicio y disfrute, vendidas para casas de lenocidio por toda Andalucía y Castilla. La eterna prostitución que no es más que un acto de abuso de persona necesitada. V BEATRIZ VENDIDA EN MALAGA El número de prisioneros de los moriscos concentrados en el bastión de el Peñón de Frixiliana fueron unos tres mil, y por su fuerte resistencia y salud, vendidos como esclavos. Entre ellos Beatriz, su suegra y su hijo Omar. Por el que dieron un buien precio, era alto, fuerte y tenía una magnífica dentadura. A Beatriz la compraron en el obispado de Málaga para servicios de cocina y otros menesteres. La separación de su hijo Omar le produjo un eterno odio hacia los cristianos. Nada se sabe de vieja Aixa, la suegra. Lo único que sabía es que a su hijo lo compró un virrey como regalode bodas para su hija, y que parece ser se lo llevaron para Sevilla. Desde quel comento de separación no le volvió a ver ¬¬ Permíteme, mi querido y respetado esposo, una licencia, que te cuente el abuso de algunos desaprensivos curas. Le ocurrió a Beatriz en Málaga, en la suaves tierras al sur el antiguo al-Andalus. Me contó Beatriz que una mañana del año de gracia de Nuestro Señor de 1571, hecha esclava, no paraba de gemir, de no comer, de llorar a moco, pero una mañana atrapó con una mirada todo el cielo malagueño del mes de mayo del años de gracia de Nuestro Señor de 1571, perdona por repetir la fecha, aquel cielo sin caricias de nubes que se abría asomado a una ventana del ático y archivo del palacio obispal, porque me contaba ella que allí los cielos siempre tienen las mejillas pintadas de azul, de un azul disuelto en presentes, aquel cielo andaluz tan cómplice de la transparencia realzaba, sin dudas, sus poderosos ojos negros grandes como ciruelas pasas, jamás vi ojos tan grandes en una mujer solo comparable a los de un vacuno, y, ¿qué esos ojos no me hicieran sospechar su origen árabe?, me imagino su cabellera larga azotándole las espaldas desnudas, su piel de melocotón tersa y dura en la que rebotaban los pellizcos, cuerpo perfectamente modelado por un hacedor que empleó toda su ciencia, y entre los muslos se dejaría ver su tatuaje intacto, antes de que se la quemara con una plancha. Jamás se me ocurrió preguntarle por la figura que representaba del tatuaje. La cuestión es que cambió profundamente el modo de llorar sus penas y decidió hacerse fuerte para poder, algún día ser libre y buscar a sus dos hijos y a su esposo desaparecidos en el Fuerte de Ftixiliana. Evidentemente, de hacerle visto yo un tatuaje en el muslo a Beatriz, inmediatamente le hubiera despedido, porque una mujer que lleva tatuada la piel es una ramera o musina mora, artes hechiceras al que son tan aficionadas, profesionales de realzar la belleza con mejunjes, colonias y cremas, y hasta se pintaban las uñas de los pies con alheña, para engatusar y perder el sentido a los hombres. Beatriz aprendió a hablar aljamiado o castellano gracias a los progresos que hacia sobre la manta con el secreto amante, debía ser clérigo importante, se le debían reconocer cualidades en el dominio de lenguas: latín, griego y castellano en el más exquisito de la pronunciación, por algo era natural de Plasencia. Cuando terminaba una evangelizadora sección matinal, Beatriz salía primera que su amante por una puerta falsa del archivo del ático donde se guardaban polvorientos legajos de cuyos pergaminos se desprendían de guerra por el capitán ...., y llevados a Málaga para ser vendidos. Cuando sonó el badajo del címbalo de la catedral de Málaga, todavía en obras, daba la hora del principio de la tregua del amor, Beatriz, que se mostraba cansada de besos con mal aliento, de mordiscos en el cuello, de chupetones en el pecho, de tanta saliva babosa de un torpe amante, manos que se multiplicaban hurgando los vedados rincones y hoyuelos del cuerpo de una mujer, de ser penetrada, de muslos humedecidos por el sudor y la fricción de los cuerpos por aquel secreto y sin vergüenza amante que ella respetaba tanta por su condición de religioso y miedo sublime a las represalias de la docta y madre Iglesia. Beatriz seguro que se levantó de la manta de lana extendida en el suelo como quien acepta la tregua sin capitulaciones tras al agotador encuentro de un torneo o del juego de cañas, porque eso es el sexo, una lucha cuerpo a cuerpo, aunque claro tú hacías años que veías los torneos desde la tribuna, porque vos fallasteis más que una ballesta mora. Nunca me mires a la cara cuando hagamos el amor, no quiero que me reconozcas. Y su amante anónimo continuó tomando su cuerpo. Como quien está resuelta a tomar una decisión de huida o escapada a donde ladran los perro de la muerte, a toda velocidad y sin lavarse las vergüenzas porque allí no habría ni una decente jofaina, Beatriz se cubrió con sayón de lino y marlota toda su espléndida desnudez de pies a cabeza, sin las molestias de usar interiores como las que debemos usar quienes nos llamamos damas -. corpiños, corsé, sostén, ceñidor, ajustador, refajo, enagua, falda, pollera, medias. - . , de estas 'prendas, los hombres, sólo conocéis la difícil que son de desabrochar. Reafirmando la fama de lujuriosas que gozaban bellas morisca, segura que se colocó en la cabeza pañuelo grande o almalafas, toda aquellas prendas que el recato obliga a castigar a un cuerpo desnudo moreno de diecinueve abriles. Los desahogo carnal con tan piadoso y singular amante, se venían repitiendo cada vez con más frecuencia, todas las mañanas después de maitines, entre las siete y las ocho de la mañana, desde el día en que Beatriz. Un castigo más que un placer. Y siempre, después de la coyunta ilícita utilizaba irrigaciones o lavativas de agua con algún mejunje de perejil para ahogar la semilla masculina y no preñarse.. Lavativas que debí yo de usar contigo, queridísimo y respetado esposo, y no me hubieras cargado con once hijos, y no sé cuanto abortos. ¬>>Vestir un cuerpo femenino, de tan perfectas y provocativas formas, con aquellos harapos, era como vestir los ríos, los puentes romanos, cubrir los árboles, ponerle pañuelos a las gacelas, era un acto de humillar a la propia naturaleza, es como cubrir las estatuas griegas a la Venus de Esquilina con harapos o flores o vestir a las la sibilas desnudas de las vidrieras o de los cuadros, destruir la belleza de naturaleza que con tanta destreza ha reproducido el arte. Me contó que el amante se metió dentro de su sotana talar coma la serpiente pecadora que se retorna a vestir con la piel seca que antes dejó junto a una rama al arrastrarse y creyó que al desprenderse de ella no le volverla a servir, porque se había creído por un momento de debilidad: hombre amante y no santo varón que habla sometido su vida sexual al celibato, sin advertir que esa sotana había cumplido su misión de vestir a un odiado demonio tentador y promotor del quebranto de una promesa. Segura que para él, aquel fabuloso cuerpo de mujer, supondría una tentación de la carne y nada más, confesable con una severa penitencia, sus sentimientos más profundos permanecerían intactos en sus convicciones seminarista, luego llegaría la culpa, la mortificación y el arrepentimiento como una demostración de que el pecado es propio del ejercicio con la conducta de los hombres. Tal aceptación de la debilidad del ser, igual que la franqueza es agradable al Todopoderoso porque así Él se siente superior y contento porque te puede perdonar. Las llaves del cielo le importaban poco, su nivel de realidad nada de nada, era vencido por un deseo de placer superior al deseo sublime de la castidad. Una mañana bajó Beatriz a la cocina ligera como quien se siente culpable de llegar tarde y quiere disculpares con demostraciones de servilismo y dispuesta a todos los trabajos, y preguntó a sor Catalina la cocinera, qué debía comprar esa mañana en el zoco, para aquella cocina que daba a de comer a un obispo, un secretario, diez sacerdotes y una monja, incluida Beatriz que a pesar de ser morisca y esclava también comía, no en la misma mesa con los santos hombres en el comedor general con lectura de evangelios ni con la monja, sino aparte en la cocina como los perros contra la pared, aunque el mozo de cuadras tampoco contaba en gastos de cocina, pues su manutención entraba en los gastos de pesebre y comía en la cuadra con los caballos de tiro de una calesa arzobispal. Beatriz, tomó su cesto de cañas florecido con un asa grande de las que venden los gitanos ambulantes, se la izó a la cabeza sin roete como tenían costumbre en los campos de la Axarquía tal y como los vendimiadores transportan la uva de las viñas a los paseros en planos cestos de mimbre a la cabeza. Al salir por la puerta de servicios del obispado, don Pablo, el sacerdote portero y administrador, le dijo que no llevara el cesto a la cabeza al estilo morisco sino a la cadera como las cristianas de buen nacer y del bien obrar, porque estaba prohibida toda costumbre que recordara al enemigo de Dios, así Beatriz, asintió con un gesto de la cabeza a la vez que le recriminaba a don Pablo, quizá coma nuestra de un desahogo, que ya se debían al verdulero treinta tres maravedíes. "la pronuncies esa sagrada cifra, no ves que es la edad con la que murió Cristo, -se persignó varias veces lavarte la boca y cuando tengas de pronunciar esa cifra santa con tus labios sarracena debes de decir: treinta más tres "Bueno, lo que su eminencia diga, pero se deben". Recalcó ella con esa gracia espontáneo y un gesto con la boca de putera, que le reconocía un cierto genio y energía. Llevaba su pañuelo a la cabeza y su delantal blanco liso los extremos, sin bordados, hasta las pies, le acompañaba Diego, un mozo de caballos y servicios de recados, que no tendría más de trece a los, huérfano, e hijo de un soldado cristiana muerto en Las Alpujarras en la batalla del Tablete. Eran dos antagonistas pero en el fondo de su soledad se llevaban bien, se toleraban en sus bromas, que a ella no le gustaban. "Mueve ese trasero Jalifa -le dijo el mozo a Beatriz por no decirle morisca directamente -. "No me llames Jalifa que estoy bautizada como Beatriz, sí se entera sor Catalina que me llamas así nos hecha a los das. Además ya nunca tuve nombre, mis padres me llamaban la Segunda, por ser la segunda de mis hermanos, y Beatriz cuando me bautizaron en la parroquia de la Asunción". Llegó Beatriz al zoco cerca de Puerta del Mar, acompañada de su mozo de cuadras, el ruido de las carretas, las voces de las verduleras, el conta cuentos, los picapedreros del puerta, los niños y el trajín de los clientes producían en los oídos un zumbido como el de los tábanos que le dan a ella dolor de cabeza. Se acercó al puesto del pescado donde ella comprar casi siempre boquerones porque no los quería nadie y el único pez baratos o salazones de pulpo seco. - Guapa, mi alma –le piropeó el pescatero malagueño- cuánto quieres que te ponga, una caja, dos... << A ti, mi querido esposo, jamás te salió un piropo de tu boca, claro que con tus preocupaciones y tantas austeridad en la corte, cualquiera se atrevía a gastar en piropos, porque al Rey le ponía el cuerpo malo ver a alguno de sus consejeros o ayudantes vestir un traje de tafetán nueva, cuando acudíais a los consejos os poníais las ropas más viejas que agradaban mucho a la vista y al sentimiento del Rey, que no quería que se gastara un ducado de más en gastos suntuosos, todo sus millones de ducados subordinados para los asuntos religiosos y los compromisos extranjeros que insistía en que no podían abandonarse, para el Rey, por encima de toda necesidad se hallaba la cristiandad y los compromisos del Papa, era tan cristiano que ser católico ya ofendía, no le importaba que los campesinos que se muriera de hambre en las puerta de las ciudades. Cuanto se murió el Rey, los miembros del consejo del ayuntamiento de EL Escorial votaron por unanimidad concederse seis ducados para un traje de luto decente en su honor. -No, me das cuatro libras y en lo apuntas. -Se acabó el crédito guapa, que dar fiado a la Iglesia es cono perderlo todo. -Dios te va a castigar. -Bueno, dejemos a Dios en su divino reino –a al vez que se persignó- que por lo menos él no come, dile a don Pedro que me debe con estas cuarenta y un maravedíes y de no puedo transformar esta deuda en limosna. Beatriz terminó de hacer sus compras y regresó a la cocina del Obispado mientras Diego se comía una manzana que de seguro la habla hurtado en un puesto, habilidad de pícaro resulto a no pasar hambre. Cuando regresó a la cocina, vio extraña la presencia de su amo Melquiades que hablaba con un sacerdote, coayutor del Obispo, en una conversación privada, ella se sorprendió mucha sabedora de que todo hambre comente pequeñas traiciones e imaginó que habla sido delatada por su amoríos en el ática de los archivos, sin ninguna explicación venia su ama llevarse, confundida se fue con su amo hasta a calle Granada frente a la Iglesia de Santiago, que dicen que fue antigua mezquita, donde vivía Melquiades Molto. Luego apareció otro sacerdote, el magistral, era el amante anónimo, la señalarón y el magistral afirmó con la cabeza, había sido descubierto, por por la denuncia de ella, sinoi por otras circunstancias que nunca se supieron, él fue castigado al destierro, de haber sido con alguna cristiana lo condenarían al emparedamiento, por solicitación, que era lo que se merecía, y ella vendida de nuevo. Al segundo día de estar encerrada en el palacete de su nuevo amo, apareció un joven llamado Álvaro de Casitas cristiano viejo, hijo de un haciendo del trapiche de Antequera que poseía junto al río, una estricta familia donde la ibana educar a conciencia en los dogmas de la fe cristiana. No sabía que había sido vendida por veinte ducados y se la llevaron sola y triste por el camino de Antequera una veces a pie y otras a la grupa de un caballo a través de Puerto de la Torre, Villanueva de la Concepción, Boca del Asno (puerta a través del Tarcal). VI BEATRIZ EN ANTEQUERA. Hoy se cumplirán dos años de mí fallecimiento, seguro que nuestros hijos ni se acuerdan de nosotros, porque no hay nada mis olvidadizo que un hijo de los cumpleaños de sus padres, y para qué decir un nieto o biznieto. Me satisface que los Mendoza, los Media Sidania y los Cerda vivan con el orgullo de su apellido y eso es para mí suficiente; quiero dejar a hablar de los nuestros, para seguir con la interesante vida de mi doncella Beatriz. Me contó que cuando se vio en manos de su nuevo amo, se sintió muy incómoda, el hombre que la tenla que llevar a Antequera, que no era otro que Alvaro, el hijo del nuevo amo. Tras un largo e incómodo viaje por el camino viejo de Antequera, siempre en subida una veces andando y otras a lomos de una mula por los empinados cerros de un paisaje cultivado de almendros y algunas bancales en los márgenes de un arroyo sediento, con la resistencia de algunas pozas de agua para mantener fresca la piel líquida de algunas ranas y resistentes carpas, cruzando portales de ventas y cortijos con vecinos que se asomaban en las ventana con postigos entre abiertas, y al norte siempre el Torcal de muralla natural realizada por una mano no terrenal o semejando la ensofíaci6n del zócalo de un paraíso de rocas con sombrero de nubes y un cielo abrillantado por un sol resistente a las miradas. Al fin del día, cuando la noche se apodera de la luz para venderte las sombras, no se pudo ver muy bien una gran peña que sobre el plano de la vega se alzaba como rota por un rayo a la derecha, y Alvaro sin dirigirse a Beatriz, anunci6, en voz alta, que aquellas rocas eran la Peña de los Enamorados pero no contó la leyenda. Desde la bajada a Antequera se vieron desde arriba la Alcazaba, y al rededor la Colegiata de Santa María la Mayor, la iglesias de los Carmelitas, el convento de la Trinidad y Monteagudo, a calle Reconquista llegaron Beatriz y Álvara de la Torres, y tres peones de a pie, la casa nueva de una planta era la de nu nuevo ano Antonio de la Torre, una casa recién construida a la entrada de Antequera, luciendo escudo de armas en el dintel

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