Yo no soy teólogo ni catedrático, ni siquiera un simple maestro, e incluso de ellos no recibo atención ni cobijo cultural, sino indiferencia; pero sí gozo de sentimientos y puedo y quiero analizar el entorno social que me rodea. Es por ello que jamás desearía ser cura ni corresponder al fanatismo que los fieles: inocentes, humildes y deseosos de encontrar el camino de los milagros y la gloria individual, ante buen vendedor de almas darían la vida. Y ello sin más esfuerzo que el de la esperanza y la veneración a no sé qué santos o efigies que otros más vivos han diseñado para redimir y conducir a los débiles. Pese a ello son inocentes; y lo son porque lo hacen por miedos a lo desconocido: al más allá, al diablo, al purgatorio y otras centenares de filosofías temerosas que la religión ha implantado, primero a la fuerza y después bajo presión del infierno y el diablo, Con el único propósito del domino de las masas necesitadas de gloria y o de paz espiritual, a lo que llaman fidelidad y hermandad cristiana. Aunque en el caso que nos ocupa, cuando terminan las procesiones, cada cual se marcha a su casa y la gloria de la hermandad no pasa de fantásticas y fanáticas concentraciones humanas que se encierran en las directrices de dictaduras corruptas de líderes sectarios. La historia del conocimiento universal, sin embargo, ha destapado la verdadera misión de las iglesias: Opio del pueblo, las llamaría Carlos Marx, con bastante acierto. De hecho, los líderes más importantes de la iglesia, empezando por el conocido Padre de la Iglesia Católica: africano y tocayo mío, Agustín de Hipona, a quien le siguen los Borja valencianos, españoles -ello sin que yo respete edades ni fechas-. Por ello concluyo con el Papa actual, hoy involucrado en no sé que tapaduras morales y penales de corruptos, ya desvelados, y que han vivido entre los más grandes políticos, reyes y dirigentes sociales que a la vez hicieran de santos, justos, jueces y verdugos de la fe y de la presunta gloria que el padre celestial trajera a la tierra, de manos del Apóstol San Pedro...
Expongo sin resentimiento y sin obviar lo desconocido y misterioso:
Ante todo mis respetos a los miles de seguidores y organizadores de las procesiones de Semana Santa y sus entresijos. Y con el mismo respeto expongo: actualidad y política
SENTIR SINCERO Y PASAJERO.
Las emociones de la Semana Santa están a punto de concluir. Con ellas se marchará, un año más, la tradición popular religiosa e histórica. El fanatismo y la veneración a los santos dejará paso a la realidad de la vida y cada cual se marchará a su casa, sin reparar en la verdadera hermandad por la que el Profeta pereciera en crucifixión. Sin embargo, es ahí en la soledad cuando debería llegarnos la refllexión del ¿por qué y para qué se hizo carne, sufrió y murió por amor a sus hermanos?
Las palabras del Nazareno no estaban destinadas al vacío de lo vano y la veneración. Aún menos en su propia efigie, sino que iban encaminadas a engrandecer el amor de los cristianos: los que él amara, los que respiran, sufren y padecen los tormentos de la crisis: espiritual, económica y social.
A Jesucristo le hubiera gustado saber que sus palabras y el amor con que las transmitiera se entendieron en cabal terminología, y así debieron llegar al pueblo; en beneficio del propio pueblo: del amor y de la solidaridad, de comprensión y tolerancia de, y para sus habitantes...
Un pueblo que se estanca en las veneraciones, muy dignas, emotivas y deseadas por las mentalidades más puras, aunque débiles y alejadas del verdadero y único amor al vecino, al forastero, o a la participación activa y efectiva de la mujer en los entresijos sentimentales, organizativos y directivos de las hermandades que a fin y acabo son las que trabajan en la sombra para que los actos se lleven acabo. Los seguidores se apasionan tras la imagen, sufren, lloran y sienten el dolor, pero a cambio piden y esperan un milagro, por todo esfuerzo, en favor de sus hermanos. Sin embargo, esa peculiaridad deja de crear riqueza social, progreso y bienestar para los propios hermanos; por quienes Jesucristo muriera en al cruz; y para quienes deseara amor y solidaridad.
Agustín Conchilla
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domingo, 4 de abril de 2010
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