El anarquismo de una mancha de aceite
Por Ramón Fernández
Ya cabalgo poco, amigo César, desde que perdí la vista y no ensarto bien el hilo en ojo de la aguja, pero vamos buscando la calidad de la Denominación de Origen más que la cantidad de aquí te pillo y allí te mato. He tenido un accidente. Estoy magullado. Bueno, la verdad es que no es para tanto pisé una anárquica mancha de aceite invisible y traidora en la puerta de la Diputación, ¡vaya por Dios!, en la misma puerta de los cielos de la cultura alicantina. Esto no sabe uno cómo interpretarlo si como un buen augurio o algo peor que va a suceder en venideros días. Aunque, un traspié lo tiene cualquiera, cualquiera que tenga pies, claro. Una mancha de aceite grande como una manada quieta de ovejas en La Mancha, que no me avisó y me caí sobre todo el culo, sin eufemismos, y la línea divisoria de los dos cachetes se me puso roja como un culote del cartucho a punto de ser disparado. Al final tuve que ir al médico y me mandó rehabilitación para dentro de un mes y pico. ¿Sí como lo oyes para dentro de un mes y un día como las penas? Por estas tardanzas de la administración sanitaria me gustaría ser un anarquista o un marxista de ideas, claro, porque a uno le entran los nervios beligerante.
Pillé una mancha de aceite no democrática ni afiliada a ningún partido y acabó conmigo por los suelos sin aviso previo, esto no es justo. Esto es política pura, acabar con el adversario por los suelos, manchas de aceite invisibles por todas partes aguardando su oportunidad para vencerte y para situarse en el poder, que es lo único que les interesa a ellos/as: mandar aunque sea en un hormiguero. La política que tú describes, amigo Cesar, en tu artículo «La unidad de los pueblos», contiene mucho humanismo y buenas intenciones, queda muy idealizada, son principios y fundamentos nada más, utopías de un pensador con buena voluntad de arreglar el mundo. Estoy de acuerdo en que cada pueblo, cada provincia, cada región, cada autonomía tenga y disfrute de su idiosincrasia, lengua, cultura propia, porque sin duda la diversidad es riqueza, sin embargo el nacionalismo chovinista y poco reflexivo que sólo piensan en su ombligo, es pernicioso para la UNIDAD de españa, sí, la unidad de España está compuesta por 17 Autonomías, más las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, luego en provincias, en términos municipales, en barrios y en chozas, si las hubiera. Un ejemplo es la unidad monetaria, todos la consideramos propia y nos entendemos perfectamente. Porque la unidad, está visto y demostrado que hace la fuerza, lo averiguaron los de la Internacional de Trabajadores con sus huelgas.
Ahora todo va tan bien que no son necesarias, que los sindicatos, si es que existen pactan con los gobiernos, y los líderes se quitan la corbata para parecer obreros de verdad en las asambleas. ¿Qué son los sindicatos? ¿Dónde están los sindicatos? Hace tiempo los obreros dejaron en creer en sindicatos, son la correa del reloj, no el reloj. Si los hombres, fueramos hombres de verdad, no harían faltas sindicatos ni tantas leyes orgánicas e inorgánicas, sobrarían los Estados, los Ejércitos, las policías, las religiones, bajo la bandera de la absoluta libertad de individuo, la república del individuo, esto se llama anarquismo con todas sus letras, me gusta el anarquismo de Bakunin como utopía, como catecismo social, pero es muy de lamentar que por mucho que insistiera Jacobo Rousseau en el Contrato Social (1762) que el hombre era bueno por naturaleza que es lo mismo que decir en general, que no es decir nada. Aunque esta premisa no del todo cierta, aquí hay un error, o habría que añadir dependiendo de las circunstancias. Porque de un hombre hambriento, de un hombre humillado, de un hombre vilipendiado no te puedes fiar, porque él no puede dominar sus instinto básico o de origen animal reprimido. El hombre es un ser que nace libre y luego le educa la Vida a golpes, es un ser racional en proceso de domesticación, egoísta por naturaleza, todavía más vengativo y resentido. Todos los hombres hermanos, ¡Ojalá!, que así fuera o fuese, pero si es que los propios hermanos de sangre se odian a muerte. «Te odiaré como a un hermano dice el refrán libanés». Somos hermanos de especie y nada más.
No acaban las guerras, esas guerra modernas aéreas sin riesgos, hay mafias que asesinan, prostitución infantil, terrorismo, inseguridad ciudadana, se sigue asesinando a joyeros cada mes, se roba más que nunca. No sé, qué tiene el hombre, en general, de bueno. No hay hombre ilegal, estoy de acuerdo, abrir las puertas a los inmigrantes, bien, que no haya fronteras en el mundo, me parece bien, pero esto es una utopía. Sin embargo, en mi país yo tengo un DNI que me controla, un carné de conducir y pago mis impuestos, contribuyo con Hacienda, y cada día, hago propósitos de enmienda para no ser un salvaje, que es lo que me gustaría. Lo mínimo que yo pido y exijo es que esos inmigrante que ahora entran por todas las costuras de nuestras fronteras (Europa es mi país), es el que estén documentado, con un contrato de trabajo. Hay que ser solidarios, porque antes (guerra civil y postguerras) salimos los españoles afuera exiliados orán, hispanoamérica o emigrados para trabajar, primero en la vendimia francesa luego en la industria y los servicios.
Esta es la verdad de la vida cotidiana en nuestro país, y, muchas veces, mientras espero el autobús, pienso, recapacito y me pregunto: ¿Por qué unos hombres son ricos y otros pobres, por qué unos hombres no hacen colas, por qué unos hombres no van en autobús, por qué unos hombres no van a las cárceles? Estas desigualdades dan para mucha más tinta y palabras con buenas intenciones. Las utopías y los ideales están muy bien, amigo César Rubio, pero la realidad es otra. Ahí fuera, en la otra línea de alambradas de las fronteras, no piensan así, Marruecos histórico vecino mal avenido, el 11-M, fue asunto suyo. Respeto su religión, sus costumbres y su gobierno monárquico absoluto, pero convivamos en paz sin oídos históricos, sin resentimientos. Olvídense de Ceuta y Melilla, que son España. En fin todo ha empezado por una anarquista mancha de aceite que me derribó al suelo, y ahora casi nos ponemos a darle la razón a la mancha, porque el malo soy yo, que no mira en el suelo, esto dice mi mujer, que no tengo cuidado, que soy un manazas, y encima piso las pobres manchas de aceite que allí estaba ella tan tranquila tomando el sol en un paso de cebra.