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sábado, 7 de febrero de 2009

Isla Negra 4/170. Vicente Aleixandre

Isla Negra 4/170
Casa de poesía y literaturas.
-Febrero 2009-
suscripción gratuita. Lanusei,Italia. Dirección: Gabriel Impaglione.
Publicación inscripta en el Directorio Mundial de Revistas Literarias UNESCO
revistaislanegra@yahoo.es - Especial - http://isla_negra.zoomblog.com

Vicente Aleixandre
“En esta casa, desde la que le hablo a Usted, vivo yo desde el año 1927. Siempre digo, como un recuerdo querido, que a esta casa vine siendo un poeta inédito...”

Vicente
Pío Marcelino Cirilo
Aleixandre
y Merlo
(Sevilla, 26 de abril de 1898 – Madrid, 13 de diciembre de 1984; aunque oficialmente figurase el día 14 como el de su muerte, en realidad falleció el día 13 a las 23:23 hora española). Poeta español de la llamada generación del 27. Elegido académico en sesión del día 30 de junio de 1949, ingresó en la Real Academia Española el 22 de enero de 1950. Ocupó el sillón de la letra O.
Premio Nacional de Literatura en 1933 por La destrucción o el amor, de 1932-33, Premio Francisco Franco en 1949 y Premio de la Crítica en 1963 por En un vasto dominio, y en 1969, por Poemas de la consumación, y Premio Nobel de Literatura en 1977.
Hijo de una familia de la burguesía española, su padre fue ingeniero de ferrocarriles. Nace en Sevilla en 1898 pero pasa su infancia en Málaga, donde comparte estudios con el futuro escritor Emilio Prados. Se traslada a Madrid donde cursa estudios de Derecho y Comercio. En 1919 se licencia en Derecho y obtiene el título de intendente mercantil. Ejerce de profesor de Derecho Mercantil desde 1920 a 1922 en la Escuela de Comercio. En 1917 conoce a Dámaso Alonso en Las Navas del Marqués, lugar donde veraneaba, y este contacto supone el descubrimiento de Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Inicia de este modo una profunda pasión por la poesía. Su salud empieza a quebrantarse en 1922. En 1925 se le declara una nefritis tuberculosa, que termina con la extirpación de un riñón, operación realizada en 1932. Publica sus primeros poemas en la Revista de Occidente en 1926. Establece contacto con Cernuda, Altolaguirre, Alberti y García Lorca. A lo largo de su vida ocultó su homosexualidad. En los años treinta el poeta conoce a Andrés Acero y ambos inician una intensa relación amorosa que será interrumpida por el exilio a México de Andrés tras la Guerra Civil. En palabras de Molina Foix, "Aleixandre era muy pudoroso de su condición homosexual por el daño que pudiera hacer a su familia, sobre todo a su hermana, pero a mí me dijo que cuando muriese no le importaba que se supiera la verdad; consideraba que no era ningún desdoro". Después de la Guerra Civil no se exilia, a pesar de sus ideas izquierdistas, permanece en España y se convierte en uno de los maestros de los jóvenes poetas.

Obra poética

Su obra poética presenta varias etapas.
Poesía pura. Su primer libro, Ámbito, compuesto entre 1924 y 1927 y publicado en Málaga en 1928, es la obra de un poeta incipiente, que aún no ha encontrado su propia voz. Predomina el verso corto asonantado y la estética de la poesía pura juanramoniana y guilleniana, además de ecos ultraístas y de la poesía clásica española de la Edad de Oro, especialmente Fray Luis de León y Góngora.
Poesía superrealista. En los años siguientes, entre 1928 y 1932, se produce un cambio radical en su concepción poética. Inspirado por los precursores del surrealismo (en especial por Arthur Rimbaud y Lautréamont) y por Freud, adopta como forma de expresión el poema en prosa (Pasión de la Tierra, de 1935) y el verso libre (Espadas como labios, de 1932; La destrucción o el amor, de 1935, Sombra del Paraíso, de 1944). La estética de estos poemarios es irracionalista, y la expresión se acerca a la escritura automática, aunque sin aceptar la misma como dogma de fe. El poeta celebra el amor como fuerza natural ingobernable, que destruye todas las limitaciones del ser humano, y critica los convencionalismos con que la sociedad intenta apresarlo.
Poesía antropocéntrica. Tras la guerra, su obra cambia, acercándose a las preocupaciones de la poesía social imperante. Desde una posición solidaria, aborda la vida del hombre común, sus sufrimientos e ilusiones. Su estilo se hace más sencillo y accesible. Dos son los libros fundamentales de esta etapa: Historia del corazón, de 1954 y En un vasto dominio, de 1962.
Poesía de vejez. En sus últimos libros (Poemas de la consumación, de 1968, y Diálogos del conocimiento, de 1974), el estilo del poeta vuelve a dar un giro. La experiencia de la vejez y la cercanía de la muerte le llevan de vuelta al irracionalismo juvenil, aunque en una modalidad extremadamente depurada y serena. A estos dos títulos canónicos, esto es, de los publicados en vida por el propio poeta, podría añadirse un tercero, «En gran noche», de aparición póstuma, en 1991, y en la misma línea metafísica y reflexiva que los dos anteriores.

Obra en prosa

Aunque menos conocida, Aleixandre también tiene una producción en prosa, tan interesante como breve. A ella pertenecen Vida del poeta: el amor y la poesía (1950, discurso de ingreso en la RAE), Algunos caracteres de la nueva poesía española (1955) y, sobre todo, Los encuentros (1958, colección de 39 evocaciones de escritores españoles, que luego fueron ampliadas hasta el número final de cincuenta y dos semblanzas). Recientemente se ha publicado una recopilación bastante exhaustiva, que incluye una muestra de su riquísimo epistolario: Prosas completas (Madrid: Visor, 2002).

Libros de poesía

Ámbito, Málaga (6.º Suplemento de Litoral), 1928.
Espadas como labios, M., Espasa-Calpe, 1932.
La destrucción o el amor, M., Signo, 1935 (Premio Nacional de Literatura 1933).
Pasión de la tierra, México, Fábula, 1935 (2ª edición aumentada: Madrid, Adonais, 1946).
Sombra del Paraíso, M., Adán, 1944.
En la muerte de Miguel Hernández, Zaragoza, Cuaderno de las Horas Situadas, 1948.
Mundo a solas, M., Clan, 1950.
Poemas paradisiacos, Málaga, El Arroyo de los Ángeles, 1952.
Nacimiento último, M., Ínsula, 1953.
Historia del corazón, M., Espasa-Calpe, 1954.
Ciudad del Paraíso, Málaga, Dardo, 1960.
Poesías completas, M., Aguilar, 1960.
En un vasto dominio, M., Revista de Occidente, 1962 (Premio de la Crítica).
Retratos con nombre, B., Col. El Bardo, 1965.
Obras completas, M., Aguilar, 1968 (2º edición aumentada: 1977).
Poemas de la consumación, B., Plaza y Janés, 1968 (Premio de la Crítica).
Poesía surrealista. Antología, B., Barral, 1971.
Sonido de la guerra, Valencia, Hontanar, 1971.
Diálogos del conocimiento, B., Plaza y Janés, 1974.
Tres poemas seudónimos, Málaga, Col. Juan de Yepes, 1984.
Nuevos poemas varios, B., Plaza y Janés, 1987.
En gran noche. Últimos poemas, B., Seix Barral, 1991.
Álbum. Versos de juventud (con Dámaso Alonso y otros), B., Tusquets, 1993 (Edic. de Alejandro Duque Amusco y María-Jesús Velo).
Poesías completas, M., Visor/Comunidad de Madrid/Ayuntamiento de Málaga, 2001 (Edic. de Alejandro Duque Amusco).
Prosas completas, M., Visor/Comunidad de Madrid/Ayuntamiento de Málaga, 2002 (Edic. de Alejandro Duque Amusco).

Fuente: http://es.wikipedia.org

A Don Luis de Gòngora

¿Qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?
Las líneas graves van. Mas de su planta
brota la curva, comba su justeza
en la cima, y respeta la corteza
intacta, cárcel para pompa tanta.
El alto cielo luces meditadas
reparte en ritmos de ponientes cultos,
que sumos logran su mandato recto.
Sus matices sin iris las moradas
del aire rinden al vibrar, ocultos,
y el acorde total clama perfecto.

Claudio de Alas


Claudio de Alas

Por Harold Alvarado Tenorio



Gilberto Freyre demostró en Casa Grande y Senzala (1933) como los africanos enajenados a América fueron más cultos que sus amos “blancos”. En las Senzalas languidecieron médicos, poetas, estrategas, ebanistas, arquitectos, filósofos, ingenieros y sabias mujeres que transmitieron a los hijos de los explotadores el placer de los alimentos, la danza y el cuerpo. Melodías, pucheros, cama, todo delata nuestra negritud. Para muestra varios botones: Machado de Assis, Lezama Lima, Elvis Presley, Martin Luther King, Gabriel García Márquez, Frank Sinatra, Jorge Amado y sin duda, el mismísimo biógrafo del atroz redentor Lazarus Morel.

Si a José Hernández “Matraca” debemos el gauchaje, a Bartolomé José Crespo, un gallego apodado Creto Gangá, las prosodias y sintaxis de Guillén y Ballagas al reinventar los lenguajes de los barracones bozales y cabildos congos, que prolongarían Pales Matos, Martán Góngora, Cesaire, Pepin o Mateo Morrison.

A esa raza y estirpe pertenece el colombiano Claudio de Alas [1886-1919]. Según todas las crónicas, Jorge Escobar Uribe habría nacido en Tunja en el seno de una familia numerosos parientes: su padre fue ingeniero de caminos, uno de sus hermanos, general y jefe del estado mayor, otro senador de la república liberal, etc., y muerto en un pueblito de la Provincia de Buenos Aires. En su bien temprana juventud padeció la Guerra de los mil días, y luego viajó por Ecuador, Perú, Chile y Argentina. En Centroamérica, donde hizo parte del ejército que intentó recuperar la soberanía de Panamá, escribió para El Imparcial; en Chile, entre 1906 y 1916 publicó Salmos de muerte y pecado, Fuego y tinieblas o el drama de la legación alemana [Santiago de Chile, 1909], y una biografía de Arturo Alessandri. En Buenos Aire El cansancio de Claudio Alas, Visiones y realidades y la novela La herencia de la sangre [ 1919].

Alas, que participó en los Juegos Florales de Chile que ganó Gabriela Mistral con los Sonetos de la muerte en 1914, obtuvo un accésit con un Salmo de amor, en castellano antiguo. Su fama de bohemio elocuente parsifaliano fue apenas comparable a su insaciable lujuria gástrica y etílica, que ejercía en Coppola Splendid, un restaurante donde ganó más de una vez el concurso del mayor comensal de su tiempo al ingurgitarse sin piedad mas de diez platos y no pagar la cuenta.

Rendido admirador de Rubén Darío, en 1916 intervino en uno de los homenajes al cantor, e incluso llegó a murmurarse que estaba neciamente enamorado del nicaragüense [tres años antes (25-01-1913), había escrito al idolatrado: “Poned entre las mías vuestra mano; y vos, como el Hércules; y yo, como el Efebo, a través de la ausencia y la distancia, conozcámonos”].

El 6 de Diciembre de 1917 la revista Sucesos anunció, con estos versos, su partida:



Abandonando el rincón

de esta urbe santiaguina,

en Alas de la ilusión

partió Claudio a la Argentina.



La Buenos Aires de Yrigoyen poco pudo ofrecer a Claudio de Alas, que se encontró, luego de vivir del parasitismo santiaguino, con una metrópoli arrogante y exótica, donde no hubo amistad pero hervían el lujo, el champagne y el crimen. El mundo cruel que retrató Enrique Santos Discépolo en Que vachaché:



Lo que hace falta es empacar mucha moneda,

vender el alma, rifar el corazón,

tirar la poca decencia que te queda...

Plata, plata, plata y plata otra vez...

Así es posible que morfés todos los días,

tengas amigos, casa, nombre...y lo que quieras vos.

El verdadero amor se ahogó en la sopa:

la panza es reina y el dinero Dios.



Decidió entonces refugiarse en la quinta que un pintor inglés tenía en Banfield, donde a medida que traducía de la Salomé de Oscar Wilde, conversaba con el viejo perro del pintor, que ya ni ladraba. Su último texto, titulado Poema negro, delata las tradiciones a que estuvo adscrito: un romanticismo tardío digno de los lectores mórbidos de Julio Flores, su paisano, cuyos poemas, como otros de Baudelaire, Silva, Poe o Nervo, poblados de huérfanos, putas, viudas, cadáveres y pérfidas eran cantados en los camposantos de las nuevas urbes y los conventillos de Buenos Aires. Mis flores negras, el famoso soneto de Flores, fue interpretado por Libertad Lamarque en uno de sus primeros filmes sonoros.

El 5 de Marzo de 1918, luego de asesinar al perro, se pegó un tiro en la cabeza. El perro había pasado la tarde junto a él, con sus orejas enhiestas mientras le oía hablar solo. Murió a los 32 años. Una calle de Cuartel IX de Lomas de Zamora lleva su nombre. Nadie le conoce en Colombia.



Poema negro



Cuando moría, me enlazó en su brazo

cual un reptil de palpitante raso;

y con voz afiebrada y lastimera,

me dijo que cual última terneza,

y en recuerdo de toda su belleza,

me dejaba su blanca calavera...



Que robara a la hambrienta sepultura,

ese último jirón de su hermosura,

que una lívida amante me sería,

y en mis horas, alegres o de duelo,

su alma, descendiendo desde el cielo,

al través de sus cuencas me vería...



Pasa el tiempo... El ave silenciosa

del recuerdo voló sobre su fosa,

llamándome a cumplir aquel pedido,

que cual lúgubre flor de sus amores,

me dejó en los postreros estertores,

temerosa a los lutos del olvido.



Y era una noche. Oscuridad y viento;

la lluvia desgarrando el firmamento;

batida en sus ramajes la espesura;

los jardines tronchados y barridos;

y del mar, el estruendo y los rugidos,

resonando a lo lejos con pavura...



Ardiente el corazón, los miembros yertos,

escalé la muralla de los muertos;

y pensando en la súplica postrera

de esa lívida novia del Misterio,

me perdí en el profundo cementerio,

porque iba a robar su calavera.



Por las calles desiertas y medrosas,

buscando en los letreros de las fosas,

llegué hasta su sepulcro solitario.

El viento en los cipreses sollozaba,

y la lluvia, furiosa, me azotaba,

cual queriendo arrojarme del osario.



De una lámpara sorda, bajo el brillo,

su mármol quebranté con un martillo.

Cual fatídico abismo, negro y hondo,

de la tumba la puerta entenebrida

abierta contemplé... De entre su fondo,

brotó una bocanada corrompida!



Y en lo profundo de la negra caja,

entre blancos jirones de mortaja,

la miré desleída y pestilente:

sepultadas sus formas y sus manos,

entre olas hirvientes de gusanos

que tragaban su carne lentamente.



En sus sienes, mechones de cabellos,

sus ojos ¡ay! como ninguno bellos,

convertidos en cuencas pavorosas;

en su boca, que fue roja granada,

una muda y horrible carcajada,

y su pecho en piltrafas asquerosas...



De su belleza, que radió cual astro,

no había allí tan siquiera un rastro.

Era un informe y corrompido andrajo.

La miré contristado, mudo, inerte:

medité en los festines de la Muerte,

y me hundí en el sepulcro abierto a tajo.



Temblorosas, tendiéronse mis manos

al inmenso hervidero de gusanos.

Busqué de la garganta las junturas:

nervioso retorcí... Hubo traquidos

de huesos arrancados y partidos...

hasta que hollando vil las sepulturas.



Huí miedoso entre las sombras crueles,

creyendo que los muertos en tropeles,

levantaban su forma descarnada

corriendo a rescatar su calavera,

esa yerta y silente compañera

de la lóbrega noche de la Nada...



Eso pasó... fue ayer... Hoy, en mi mesa,

cual escombro final de su belleza,

helada, muda, lívida e inerte,

sobre mis libros en montón, reposa,

cual una gigantesca y blanca rosa,

_que ostentase la risa de la Muerte._



Sus grandes cuencas, como dos cavernas,

me contemplan inmóviles y eternas.

Atónito, al mirarlas, me figuro

que su alma tal vez huya del Cielo,

para triste, silente y con anhelo,

mirarme allá, desde su fondo oscuro.



Entonces con amor llego hasta ella,

y cual si fuera, cuando viva y bella,

por sus huesos, mi mano se desliza:

siento de ansia el corazón opreso,

y en el instante en que le doy un beso,

me encuentro ¡ay! con su macabra risa.



Y allá, de la alta noche, cuando escribo,

ante su faz sintiéndome cautivo,

me parece que se abren sus quijadas,

y que en frases muy tiernas, temblorosas,

me pide que le diga blandas cosas,

como en noches amantes y borradas...



Y soñando, la veo transformarse

en la bella de entonces, y acercarse...

y sentirme yo suyo... y ella mía...

Más, al instante mi pupila advierte,

que no es sino la imagen de la Muerte,

que me contempla extática y sombría.



Ya llevan mucho tiempo estos amores...

Es ella quién conoce mis dolores,

los sueños todos de mi vida entera...

Ella me da la desnudez que viste,

y yo el cariño de mi alma triste,

teniéndola de novia hasta que muera.



Y cuando rompa de la Vida el lazo,

cual ella a mí, la enlazará mi brazo,

y antes que en mi redor todo sucumba,

le diré como frase postrimera:

-Acompáñame, pobre calavera,

acompáñame, amada, hasta la tumba!...



Claudio de Alas









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