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miércoles, 22 de abril de 2009

José María Merino ingresa a la RAE

Sin repercusión mediática ni en telediarios ni en la Radio amarilla-política, me entero por "Letralia", que tan acertadamente dirige el amigo Jorge Gómez, de la siguente noticia literaria, porque es España no interesa la Liteartaru sino el fútbol:


Merino: la ficción construye una forma exclusiva de verdad.
José María Merino ingresa a la RAE

El escritor José María Merino, considerado uno de los grandes cuentistas españoles, ingresó este domingo 19 de abril a la Real Academia Española (RAE), con un discurso titulado “Ficción de verdad”, en el que reflexionó sobre su oficio de escritor y al que respondió Luis Mateo Díez. La candidatura de Merino (A Coruña, 1941), que ocupa en la RAE la vacante de Claudio Guillén (sillón “m”), fue presentada por el propio Mateo Díez y por Arturo Pérez-Reverte y Álvaro Pombo.

Autor de una amplia obra en la que tienen presencia temas como lo fantástico, la identidad, la infancia, la memoria, el mito o el sueño, Merino ha merecido importantes premios a lo largo de su carrera. Entre ellos figuran el Nacional de la Crítica 1986 por La orilla oscura, el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 1993 por Los trenes del verano, el Miguel Delibes 1996 por Las visiones de Lucrecia, el Torrente Ballester 2007 por Un lugar sin culpas, y el último, el Castilla y León de las Letras, que recogerá este miércoles 22.

Coruñés de nacimiento, Merino se considera leonés de adopción porque vivió su infancia y adolescencia en León. Se licenció en derecho en Madrid y trabajó como funcionario en el Ministerio de Educación de España.

El nuevo académico debutó en la narrativa con Novela de Andrés Choz (1976, Premio Novelas y Cuentos). Director del Centro de las Letras Españolas de 1986 a 1989, su última novela, La sima, acaba de llegar a las librerías y en ella reflexiona el autor sobre “la manía fratricida” y “la tendencia a la confrontación” que a su juicio tienen los españoles.

En su discurso de ingreso en la RAE, Merino habló sobre cómo la literatura sirve para desentrañar la “escurridiza” realidad, hasta el punto de que “la ficción construye una forma exclusiva de verdad”.

El autor destacó que se le asigna un sillón en la RAE identificado con la misma letra que es la inicial de su apellido y también la inicial de palabras como “madre y música, madurez, magia, manantial, mar, melancolía, memoria, mestizaje, metamorfosis, montaña, mito o muerte, que hacen resonar para mí un eco singular en la literatura y en la vida”.

“La buena ficción siempre resulta una revelación, mediante lo simbólico, de lo que la realidad esconde”, dijo Merino ante el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, y ante los centenares de invitados que quisieron acompañarlo en un día tan solemne para él, que cierra, “de modo inesperadamente grato”, su trayectoria personal.

“La especie humana inventó la palabra y la ordenó en ficciones, un artificio hecho de sueños objetivados, nuestra primera sabiduría consciente, y somos sapiens desde entonces”, dijo el nuevo académico, quien tuvo también palabras de recuerdo para su antecesor, Claudio Guillén, fallecido en enero de 2007.

Se refirió además a los pormenores del proceso de inventar ficciones, que en su caso comienza siempre “desde la intuición de lo extraño” que puede esconderse “detrás de cualquier hecho cotidiano”. En este sentido, dijo que repara siempre en “aspectos raros” de la realidad cotidiana, porque para él una de las funciones de la literatura es “profundizar en lo inusual, en lo misterioso y menos evidente de la realidad, enfocándolo muchas veces desde la perspectiva fantástica”.

En esta misma línea, Merino recordó que la ficción como invención de la imaginación humana es muy anterior al mundo clásico y declaró que es “difícil” encontrar una situación humana que no haya sido “prevista o relatada por la ficción, e incluso es difícil, en algunos aspectos patológicos, poder esclarecer la realidad sin ayuda de la literatura”.

Estas especulaciones, según el autor, nacen de su interés por “la cultura oral”, desarrollado por la circunstancia de haberse criado en León, “un territorio a la vez mítico e histórico, donde la narratividad de tal carácter, vehículo de innumerables ficciones, tuvo mucha importancia comunitaria hasta tiempos relativamente recientes”, explicó.

Homenaje a Franco Volpi

Sobre el huésped inquietante (n85 Con-Fabulación)

En noviembre del año anterior, seguido con pasión por docenas de pensadores, estudiantes de filosofía, escritores y simples aficionados a los tempestuosos interrogantes del inaprehensible universo, este italiano, absurdamente desaparecido en un accidente de carretera la semana anterior, nos deslumbró con su esplendoroso y lúdico estilo de hacer filosofía. Fue en la Universidad Nacional de Bogotá.

Se trataba de uno de los pensadores más importantes y vitales de la última hora de la imaginación universal, y todos nos sentimos eclipsados por sus puntos de vista fulgurantes, sus hallazgos luminosos, sus palabras bañadas de genial suspicacia y sus consideraciones alrededor de la muerte, Nietzsche, Derrida, el nihilismo, la experiencia del límite, el suicidio, el azar o el amor. Desde que lo conocimos y lo entrevistamos prolijamente para la revista Común Presencia sentimos su conversión en un pariente cercano y celebramos su conciencia irónica y abrasiva.

Franco Volpi (Vicenza 1952 – San Germano dei Berici 2009) fue Profesor titular de filosofía en la universidad de Padua y Standing Visiting Professor en la de Staffordshire (Inglaterra). Se manejaba con fluidez en ocho idiomas. Tuvo la cátedra de filosofía en la universidad de Witten/Herdecke (1991-1998), y enseñó en otras importantes instituciones europeas y americanas. Fue becario de la Fundación Alexander Von Humboldt, miembro de la Academia Olímpica y del Istituto Veneto di Scienze, Lettere e Arti. Galardonado con los premios literarios «Montecchio» (1989), «Capo Circeo» (1997) y «Nietzsche» (2000). Entre sus publicaciones en español, además de sus valiosas ediciones de Schopenhauer (Alianza), Heidegger (Adelphi), Carl Schmitt (Trotta) y Nicolás Gómez Dávila (Villegas) sobresalen: Los titanes venideros. Ideario último de Ernst Jünger (Península 1998, con A. Gnoli), Enciclopedia de los filósofos (3 vols., Herder Barcelona 2005), El solitario de Dios (Villegas, Bogotá 2005) y El dios de los ácidos -Conversaciones con Albert Hofmann (Siruela 2008, con A. Gnoli). Escribió también para los diarios la Repubblica, Frankfurter Allgemeine Zeitung y para la revista semanal Panorama.

A continuación un fragmento de su libro El Nihilismo (2007), publicado por la gran editorial Siruela, cuyas ediciones, lastimosamente, brillan entre nosotros por su ausencia.



El hombre contemporáneo se encuentra en una situación de incertidumbre y precariedad. Su condición es similar a la de un viajero que por largo tiempo ha caminado sobre una superficie helada, pero que con el deshielo advierte que la banquisa comienza a moverse y se va despedazando en miles de placas. La superficie de los valores y los conceptos tradicionales está hecha añicos y la prosecución del camino resulta difícil.

El pensamiento filosófico ha intentado ofrecer un diagnóstico de tal situación, de los males que afligen al hombre contemporáneo y de los peligros que lo amenazan. Y ha creído poder detectar la causa esencial de todo esto en el nihilismo. ¿Pero qué es el nihilismo?

Como término, el nihilismo ya hace su aparición a caballo entre el setecientos y el ochocientos en las controversias que caracterizan el nacimiento del idealismo alemán. Más tarde, en la segunda mitad del siglo XIX, llega a ser tema general de discusión. Pero emerge como problema, en toda su virulencia y vastedad, en el pensamiento del novecientos. Como expresión de tentativas artísticas, literarias y filosóficas dirigidas a experimentar la potencia de lo negativo y a vivir sus consecuencias, ha traído a la superficie el malestar profundo que hiende como una grieta la auto comprensión de nuestro tiempo. Ya Nietzsche lo apostrofaba como “El más inquietante de los huéspedes”. Mientras tanto, este huésped siniestro merodea ahora por todas partes de la casa, y no tiene sentido ya seguir haciendo como si no estuviera o sencillamente intentar ponerlo de patitas en la calle. ¿Pero qué es lo que significa verdaderamente nihilismo?

Encontramos la respuesta a nuestro interrogante en Nietzsche, el primer gran profeta y teórico del nihilismo. En un fragmento escrito en los últimos destellos de lucidez, en el otoño de 1887, haciéndose él mismo la pregunta responde:

“Nihilismo: ¿falta el fin; falta la respuesta al para qué? ¿Qué significa nihilismo?: que los valores supremos se desvalorizan.”

El nihilismo es, por lo tanto, la situación de desorientación que aparece una vez que fallan las referencias tradicionales, o sea, los ideales y los valores que representaban la respuesta al para qué, y que como tales iluminaban el actuar del hombre. En otro importante fragmento escrito en el invierno de 1887-1888 Nietzsche ilustra la dinámica que instiga la desvalorización de los valores supremos y provoca la llegada del nihilismo:

“El hombre moderno cree de manera experimental ya en este valor ya en aquel, para después dejarlo caer; el círculo de los valores superados y abandonados es cada vez más amplio; se advierte siempre más el vacío y la pobreza de valores; el movimiento es imparable, por más que haya habido intentos grandiosos por desacelerarlo. Al final, el hombre se atreve a una crítica de los valores en general; no reconoce su origen; conoce bastante como para no creer más en ningún valor; he aquí el Pathos, el nuevo escalofrío. Lo que cuento es la historia de los próximos dos siglos.”

Entretanto, la profecía de Nietzsche –este Saulo raptado por la demencia en el camino a Damasco- se ha confirmado. El fuego que él encendió se extiende hoy por todas partes. Cualquiera puede ver que el nihilismo no es tanto el oscuro experimento de extravagantes vanguardias intelectuales, sino que forma parte ya del aire mismo que respiramos. Su presencia ubicua y multiforme lo impone a nuestra consideración con una evidencia que solamente está al mismo nivel de la dificultad de abarcarlo en una definición clara y unívoca. En cuanto al diagnóstico del nihilismo sobre los anámnesis de las patologías y del malestar cultural que representa, los ánimos se dividen. Incluso las indagaciones históricas sobre la génesis del término han traído a la luz los indicios de una manifestación compleja y ramificada del fenómeno.

Como una primera definición indica, siquiera por respeto a la etimología, el nihilismo –de nihil, nada- es el pensamiento obsesionado por la nada. Si así fuese, se podría intentar volver a encontrar el nihilismo y sus huellas en la historia de la filosofía occidental, por lo menos en todo pensamiento en el cual la nada acampa como problema central, a pesar de Bergson, que la contaba entre los pseudo-problemas.

En tal sentido, Georgias podría ser considerado el primer nihilista de la historia occidental por la fulmínea inferencia que de él se nos ha trasmitido: nada existe, pero si algo existiese no sería cognoscible, y si de todos modos fuera cognoscible no sería comunicable. Siendo así las cosas habría que preguntarse si una historia del nihilismo no debería incluir también a Fridugiso de Tours…

Tampoco la filosofía puede eximirse de pensar la nada, si es verdad que para cumplir con el deber que le es propio, vale decir, la pregunta acerca del ser en cuanto ser, debe deslindar a este último de su oposición esencial, es decir, de la nada. Esta es la razón de la drástica conclusión a la que en este respecto llega Heidegger:

“La pregunta de toque más dura, pero también menos engañosa para probar el carácter genuino y la fuerza de un filósofo es la de si experimenta súbitamente y desde los fundamentos la vecindad de la nada en el ser del ente. Aquel al cual esta experiencia lo obstaculiza está definitivamente y sin esperanza fuera de la filosofía”.

Alimentamos pues, con respecto al nihilismo, la misma convicción que vale para todos los verdaderos problemas filosóficos: no tienen solución sino historia”.

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