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martes, 22 de abril de 2008
El barón pimpante
miércoles, 16 de abril de 2008
Malas noticias para Alicante
De casino a rascacielos
Leo en el Informacion de 16 de abril 2008 que "Casinos del Mediterráneo, firma propietaria de la sala de juegos de Villajoyosa, proyecta construir un hotel de unas 50 plantas -en la imagen, una simulación?- en el solar que ocupa actualmente y una vez que las instalaciones se trasladen a Alicante. Sin embargo, el Ayuntamiento de la localidad vetará la operación si la empresa desmantela completamente el negocio".Que el Casino de Villajoyosa lo traigan a Alicante no es buena noticia, porque supondrá empobrecimiento para la mayoría de las familias, para los bolsillos jugadores, porque EL CASINO NUNCA PIERDE, alguien lo paga, con los Bingos de Alicante que, ya se llevan buena parte del dinero de buena parte de pensionistas y binguerso, ya hay bastante y con las máquinas tragaperras tabien. Creo que no es buena noticia para las familias, ni para los ludópatas, personas con la cabeza llena de imposibles fantasías de riqueza, sueño que le llevan a la ruida, personas de no maduras, sin esperanza.
En el Casino de Villajoyosa podemos ver cada noche caras famosas que se han dejado allí ciuentos de millones, arruinados y mucha pobre gente que se cree alguien por estar sentado en una mesa. Sueña con el golpe de suerte de su vida, que en el 99 % nunca llegará. Cuando el juego estgaba prohibido en España, también se jugaba a escondida en las timbas, pero circulaba menos dinero que hoy en día.
En fin, pediré que nunca jam´s vayáis a un Casinos ni a Bingos, ni jugar por Casino virtuales, el dinero no lo regalan ni lo dan en ninguna parte. El mundo del azar y las apuestas es uno de los negocios más lucrativos del mundo. Si quieres tirar el dinero: juega y apuesta. Si te sobra el dinero cómprale una joya a la mujer o a la pareja, vete de comidas o cenas, ragálale algo a los hijo. El ludópata es el mayor de los tacaños con la familia y los hijos, prefiere tenerlos muertos de hambre que hcerles un regalo. Porque los ludópatas tienen los ojos como los gatos en forma de ranura de tanto meter monedas.
martes, 15 de abril de 2008
Nuevo gobierno feminista de Zapatero
En el segundo gobierno de Zapatero, se rodea de 9 ministros que son mujeres, se ve que se encuentra aplaudido y cómodo cómo con ellas. Parece un gobierno diseñado a la medida de la Vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega, la dinamitera del PSOE, la mujer fuerte que conoce muy bien el toreo a capote, el que le gustaba a Curro Romero. En la toma de posesión de la ministra de Igualdad y Asuntos Sociales hubo besos por todas partes, abrazos, manitas y todo tipo de caricias. Me encanta un gobierno de mujeres, porque me gustan las mujeres y soy hijo de una de ella. Creo que en un mundo de mujeres la guerra no es posible, por eso la ministra de Defensa es una mujer embarazada, toda una fortaleza andante, es como un carro de combate con el piloto dentro, y esto es una imagen moderna, igualitaria de una España plural de los géneros. Los puestos lo deben de cubrir, los más preparados, sean hombres o mujeres, estoy de acuerdo con esta premisa. A la ministra de Medio Ambiente le han quitado la cartera, por su obcecación en contra de los trasvases, que ya sabemos que es palabra tabú en el PSOE, ahora la señora Elena Espinosa, se lanza al trasvase, perdón, “minitrasvases”, o traslados puntuales de agua, la cuestión es de semántica no de agua. Bien, se construye una tubería desde El Ebro al Llobregat para llevar semantica, pero no es un trasvase de agua. La Comunidad Valenciana, que es del PP, clama al cielo, y será castigada por su no votación socialista a la sequía y a la iniquidad. Hay que darle 100 días de confianza al Gobierno. Las mujeres lo harán bien porque tienen muy buen oído.
(Diario Información, 16-04-08)sábado, 12 de abril de 2008
Blog escrito desde Alicante: La Senda del Poeta
Para Alicanteblog:
Teníes una página estupenda mis saludos desde: (Pepe Bragas, arte y cultura en Alicante)
http://revistaperito.com/drupal/?q=node/961
jueves, 10 de abril de 2008
MAS SOBRE EL CASO MORLA |
miércoles, 05 de diciembre de 2007 | |
Por Julio Gálvez Barraza (publicado en Sociedad de Escritores de Chile) Sobre Miguel Hernández, supuestamente, ya se ha dicho todo. Eso es lo que más o menos señala una reseña literaria a la biografía escrita por José Luis Ferris. Sin embargo, también señala que ninguna biografía, por muchos datos que lleguemos a aportar, estará jamás completa del todo. Creemos que Miguel Hernández: Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, la magnifica obra de Ferris, tampoco cierra completamente el llamado caso Morla, es decir la supuesta negativa del entonces Encargado de Negocios de Chile en España a otorgar asilo al poeta oriolano. Miguel Hernández buscó refugio en la Embajada de Chile y el embajador de ese entonces, Carlos Morla Lynch, le negó el asilo al gran poeta, aun cuando se decía su amigo. Estas pocas palabras, escritas por Neruda, han causado un constante desacuerdo entre los biógrafos de Hernández. Se han usado (y abusado) en un sinfín de controversias. Sin embargo, el llamado caso Morla tiene otro vértice menos cuestionado que las inexactas palabras de Neruda, es Germán Vergara Donoso, quien sucedió a Carlos Morla Lynch en la Embajada de Chile en España. Propongo revisar, contrastar y comentar dos testimonios de testigos fundamentales durante el segundo intento de asilo de Miguel en la Embajada chilena. Se trata del fragmento de un ensayo de Antonio Aparicio, publicado en Guatemala en 1953 y de dos declaraciones de Germán Vergara, publicados, una en la revista Ercilla y la otra en el diario ABC. Veamos lo que dijo Antonio Aparicio1 en el capítulo IV de su ensayo:
-En la cárcel he conocido lo mejor de España. Había salido de la cárcel en forma inverosímil. Es necesario tratar de formarse una idea aproximada de cuál era el grado de amontonamiento de presos en las cárceles españolas durante los años que siguieron a la caída de la República, para aceptar que un simple error de administración, tal vez una confusión de nombres, hiciera posible que un hombre sometido a larga condena viera abrirse de pronto ante sí las puertas de la prisión. Miguel mismo no había salido todavía de su sorpresa. Había estado hundido en el fondo del cautiverio más negro.
A los pies de la tiniebla más súbita, más feroz,y sin saber cómo, veíase, inesperadamente, libre. Pero libre de una cárcel, otra más vasta y más sombría, -la cárcel gigantesca que era toda España-, seguía reteniéndole entre sus rejas. Mientras permaneciera en ella, su libertad y su vida seguirían en peligro. La única salvación era salir de España y para conseguirlo no había otro recurso que el asilo en una embajada. ¿Por qué este asilo le fue negado? ¿Por qué se cerraba a Miguel Hernández las puertas de una embajada que había asilado, durante la guerra, a más de dos mil falangistas,2usando para ello no sólo el edificio de la embajada sino también la casa personal del embajador Señor Carlos Morla Lynch -calle de Hermanos Bécquer, número 8- y hasta una o dos casas alquiladas con tal fin, a las que se puso bajo la protección de una bandera chilena? Lo cierto es que Miguel Hernández, después de pisar por algunos momentos el suelo seguro de la embajada de Chile, en Madrid, debió abandonarla y caer otra vez en la encrucijada tenebrosa de la huida constante, sintiendo tras sí, un día y otro, los pasos de la policía fascista que no tardarían en volver a tenerlo entre sus redes3. Y así fue. Volvió a caer preso y entonces sobrevino la condena a muerte, conmutada más tarde por la de cadena perpetua, y, dos años después, tras cruentos martirios, su fallecimiento en marzo de 1942.
Pero no nos equivoquemos: no esperemos que la simple enumeración de unos datos, con el nombre de varias cárceles y la mención de algunas fechas, pueda decirlo todo sobre el horrible crimen que puso fin a la vida de un gran poeta. Quien lo conoció sabía muy bien que su ánimo fuerte correspondía a una naturaleza física difícil de quebrantar. Ahí están sus retratos, ahí está el testimonio de familiares y amigos. ¿Cómo pudo Miguel ser reducido, con tres años de cárcel, a ese espectro sobrecogedor retratado a lápiz por un prisionero que lo vio morir? A falta de mejores informaciones, nos queda la que el poeta pudo dejar dentro de su obra. Leamos esos poemas y empezaremos a saber algo sobre aquellos tres años mortales. Abandonado por todos,4 ni una sola mano se acercó para recoger las lágrimas de quien decía de sí: ...vuelvo a llorar, desnudo como siempre he llorado En el mes de julio de 1958, el semanario Ercilla de Santiago de Chile, publicó un artículo firmado por Victoriano Lillo en el que se acusaba a Germán Vergara de haber negado el asilo a Miguel Hernández. El autor se basaba en un ensayo publicado por el poeta Antonio Aparicio, uno de los asilados republicanos en la Embajada de Chile. Victoriano Lillo señala que el ensayo de Aparicio contiene datos que los chilenos desconocían: Lo que no sabíamos, lo que aprendemos ahora, con rubor, era que Hernández había ido a golpear las puertas de la Embajada de Chile en Madrid después de haber huido milagrosamente de su última prisión. Antonio Aparicio nos lo cuenta en un documentado ensayo que publicó hace ya algún tiempo en una revista centroamericana. Según Aparicio, nuestra embajada, que había asilado durante la guerra a más de dos mil falangistas, dio un portazo sobre la frente luminosa del gran poeta que pretendió cobijarse a la sombra de la bandera chilena. No tardó en contestar el aludido. A la semana siguiente, con el titulo de: Responde Vergara Donoso: Nunca negué asilo al poeta,5 se publicó la carta respuesta. En ella, el diplomático señala que: Con sorpresa me impongo del artículo de Victoriano Lillo, aparecido en Ercilla 1.207 (Tribuna), sobre la muerte del poeta español Miguel Hernández. Fundado en algo escrito por Antonio Aparicio, se me culpa de no haber dado asilo a Miguel Hernández y, en consecuencia, de ser responsable de su muerte en prisión meses más tarde. Los hechos son textualmente diferentes, y bien lo saben el propio Antonio Aparicio y todos los que estuvieron asilados en la Embajada de Chile en Madrid, en los años 1939 y 1940. Cuando llegué a Madrid, en mayo de 1939, había terminado ya la lucha y Miguel Hernández se encontraba desde tiempo atrás en prisión. Meses más tarde, (no recuerdo con exactitud la fecha) Miguel Hernández fue puesto en libertad a raíz de dictarse una medida general que ordenaba libertar a todo detenido a quien no se hubiese iniciado formalmente proceso.6 Miguel Hernández fue entonces a la Embajada de Chile y tuve ocasión de conversar con él. Se hallaban asilados en la Embajada 18 personas7, entre ella el propio Antonio Aparicio. Hernández estuvo con todos ellos. Más de uno le sugirió que pidiera asilo y me hablaron sobre ese punto. Hernández, sin embargo, no lo pidió, ni quiso pedirlo, a toda costa, según mis recuerdos, deseaba ir a su pueblo en Alicante (Orihuela) a ver a su hijo que acababa de nacer y al cual tenía ansias de conocer. Como es sabido, este hijo le había llegado después de perder el primero, lo que explicaba la vehemencia de su decisión. En su pueblo fue inmediatamente reconocido y lo que no había sucedido en Madrid, se le imputaron hechos ocurridos durante la Guerra Civil. Las decenas de miles de procesos iniciados al terminar la guerra civil impidieron muchas veces que se identificara al detenido y se juntara al personal de la guerra civil con el preso en cualquiera de las cárceles repletas. Fue lo que aconteció con Miguel Hernández y por eso quedó en libertad. La segunda detención, a raíz de su viaje al pequeño pueblo donde vivía su familia, hizo posible que se le reconociera y fuese concretamente denunciado por los hechos que se le imputaban. Ya preso por segunda vez, recibí avisos, entre otros de Pablo Neruda, sobre la situación de Miguel Hernández, junto con el encargo de ocuparme de él.8 Hice todo lo que tuve en mi mano por evitar su condena a muerte; me ayudaron en esta tarea precisamente las personas a que se refiere el artículo de Ercilla, como amigos míos falangistas y que efectivamente son y siguen siendo mis amigos: Víctor de la Serna, Sánchez Mazas, Eugenio Montes. Los tres eran escritores, conocían a Hernández y, por cierto, eran falangistas y muy bien situados. Por lo mismo recurrí a ellos ¿o se quería que recurriera a enemigos del Gobierno para obtener lo que deseaba? Y no sólo recurrí a ellos, también ayudaron fray Justo Pérez de Urbel, escritor benedictino, José María de Cossio, escritor que había sido jefe de Hernández en la Editorial Calpe y muchos más. No conozco el artículo de Aparicio en que relata estos hechos, pero, en cambio, tengo en mi poder muchas cartas del propio Miguel Hernández desde la prisión agradeciendo lo que por él se hacía y de su mujer desde su pueblo natal agradeciendo la ayuda directa que a ella le llegaba, poemas manuscritos del poeta y hasta su autocaricatura con expresiones de afecto para mí. Yo hice todo lo posible por aliviar la situación de Miguel Hernández y de muchos otros más. No siempre pude obtener lo que quería. Pero no dejé resorte por tocar ni gesto por hacer. En el Ministerio de Relaciones deben existir muchos informes sobre estos casos. Aunque basta el hecho de que Miguel Hernández no pidió asilo, creo que debo agregar que, sugerido o pedido por sus amigos, el asilo no aparecía procedente, pues las circunstancias habían cambiado fundamentalmente.9 La guerra había terminado hacía varios meses. Se había comunicado al gobierno español a comienzos de abril la lista completa de los asilados y se gestionaba activamente su salida de España,10 aceptar uno más en ese momento, significaba -supuesto que jurídicamente fuese procedente y se conformara a las instrucciones del Gobierno de Chile- poner en grave peligro la situación de los 18 que ya estaban asilados. Esto lo sabe muy bien Antonio Aparicio y todos los refugiados.11 No me parece necesario insistir ni acumular más datos sobre el caso de Miguel Hernández, pero pongo a la disposición de Ercilla las cartas que tengo en mi poder y a las cuales ya me referí. No fue este el único caso doloroso en que me correspondió actuar en Madrid, ni el único de los que me tocó conocer desde Santiago como Subsecretario de Relaciones durante la guerra española y después de la guerra. En ambas ocasiones el Gobierno de Chile hizo todo lo que pudo y creo que ningún otro gobierno en la historia ha hecho más, ni durante la guerra ni después de ella en Madrid.12 La muerte de Miguel Hernández no puede imputarse al Gobierno de Chile ni a la Embajada en Madrid ni al entonces Encargado de Negocios. Por el contrario, tengo el reconocimiento por escrito de muchísimos españoles agradecidos, entre los cuales no me falta el de Antonio Aparicio, que ahora aparece descubriendo interpretaciones nuevas carecientes en absoluto de verdad. Gracias a los archivos de la fundación Miguel Hernández, pude conocer un artículo de José M. Moreiro13 en el que reproduce una carta que le habría hecho llegar Germán Vergara Donoso. Es muy similar a la publicada por la revista Ercilla en Santiago. Moreiro no indica cuándo ni cómo recibió este testimonio, pero, considero, es complementario su examen para el caso que nos ocupa. Dice en ella Germán Vergara: En el verano de 1939 recibí en Madrid una carta de Pablo Neruda14 desde París, interesándose por la suerte de Miguel Hernández, su amigo, que según sus informaciones estaba preso en la capital de España. Hice algunas averiguaciones y comprobé que lo afirmado por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso ni se juntaba la persona del detenido con la persona del poeta Miguel Hernández. Esto obligaba a actuar discretamente y así se hizo. Pocas semanas más tarde recibí en mi oficina de la Embajada de Chile, donde yo era encargado de Negocios, la visita de Antonio Aparicio, asilado en la misma Embajada, en compañía de un muchacho muy joven a quien me presentó como Miguel Hernández. Conversamos tranquilamente y pude apreciar el limpio espíritu y la gran calidad humana de Miguel Hernández. En la conversación, Antonio Aparicio me insinuó la idea de agregar a Miguel Hernández a la lista de asilados en la Embajada. Miguel no se refirió a este punto; hacía poco tiempo que había nacido su segundo hijo y quería ir a conocerlo a su pueblo. Contesté a Antonio Aparicio la imposibilidad de agregar a nadie en la lista de asilados, pues estaba ésta, hacía meses, comunicada al Ministerio de Relaciones Exteriores y no era ya posible, legítimamente, agregar nuevos nombres.15 Tampoco era posible dejarlo como huésped y asilado sin conocimiento del Gobierno, porque se ejercía sobre la Embajada una vigilancia muy estrecha,16 y alterar en cualquier forma la situación era poner en peligro la vida de los 17 asilados ya. Le repito que Miguel Hernández nunca pidió o insinuó un asilo porque quería ir a su pueblo. Además, no era imposible, aunque siempre muy difícil y peligroso, que encontrara la manera de salir de España. Miguel Hernández mantuvo su resolución y se fue a su pueblo.17 Como es sabido, allí fue detenido y devuelto a Madrid, ya perfectamente identificado. Al saber la noticia di todos los pasos posibles para que, por intermedio de amigos y conocidos se llegara a la resolución menos mala respecto a su proceso, entre los que más intervinieron y me ayudaron con verdadera dedicación puedo señalarle a los señores José María de Cossío, Fray Justo Pérez de Urbel, Rafael Sánchez Mazas, José Ibáñez Martín y muchos otros. Tengo la conciencia absolutamente clara de haber hecho todo lo posible por librarlo de una pena capital y de haberlo ayudado en todo cuanto me dieron mis escasas fuerzas.
La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Es una cita que usa Manuel Ramón Vera Abadía en una reseña al libro Hacia Miguel Hernández, de Ramón Pérez Álvarez, publicada en la revista digital El Eco Hernandiano. En este libro, que recoge los artículos publicados en la desaparecida revista La Lucerna, Pérez Álvarez afirma entre otras cosas que: la posibilidad de su exilio a través de las gestiones de Pablo Neruda, -[es un] extremo que queda desmontado-...; Describe también las gestiones de Carlos Morla Lynch,... y la imposibilidad de prestarle asilo,18 ... y de Germán Vergara Donoso,... quien se apiadó de Miguel y, de su bolsillo particular, dio durante muchos meses una asignación a la mujer de éste. Miguel, por el tono de exigencia con que pide a Josefina que no tenga inconveniente en pedir dinero a la Embajada, creyó seguramente que el dinero provenía de Neruda. No había tal. Neruda le dio sólo el título honorífico de "hijo" y pare V. de contar.19 Don Germán Vergara -señala Pérez Álvarez-, visitó en la cárcel a Miguel, acompañado por Cossío, durante el período de su condena a muerte. Cossío es, incuestionablemente, quien salvó la vida de Miguel,... Sabemos la condición que ponía José María Cossío, lo mismo que Rafael Sánchez Mazas, Luis Almarcha y otros, para salvar la vida de Miguel; renunciar a sus ideales, a su obra, por lo tanto, a su vida. Como señala Pedro Collado, una de las más acusadas virtudes del poeta, era la espontaneidad de sus decisiones y la sinceridad y la firmeza con que las defendía. Si hubiese cedido a las presiones de los antes citados, posiblemente, no es seguro, hubiera salvado la vida, pero... ¿se hubiese salvado su obra? ¿Sería hoy, a pocos años del centenario de su nacimiento, el Miguel que tanto honramos, queremos y admiramos? Esperemos que la revisión del testimonio de Germán Vergara Donoso y los comentarios en las notas al pie de página, sirvan para completar la biografía de Miguel Hernández y ayuden a cerrar el llamado "caso Morla". Suceso en el que algunos biógrafos no logran ponerse de acuerdo, creo que por dos motivos fundamentales; uno es la equivoca carta de Neruda. El otro motivo es puramente especulativo, pero lo expondré: pienso que algunos biógrafos, con respecto al asilo en la Embajada de Chile, confunden dos etapas en la vida del poeta; el primer intento, marzo de 1939 y el segundo, inmediatamente después de su puesta en libertad, septiembre del mismo año. Mes y año en que arribó a Chile el "Winnipeg", barco en que Miguel Hernández estaba destinado a viajar y encontrar una nueva patria. 1 Antonio Aparicio; El Rayo que no Cesa. Revista de Guatemala Nº 6, año III, enero, febrero, marzo de 1953. 2 No sólo falangistas se asilaron en la Embajada de Chile. También entraron quintacolumnistas, espías y numerosos nazis alemanes, entre ellos algunos aviadores de la Legión Cóndor. En julio de 1939, después de que Hitler se hubiera anexionado Austria, después de que los nazis alemanes invadieran Checoslovaquia y la invasión de Polonia fuera ya un secreto a voces, el ya ex Encargado de Negocios, Carlos Morla Lynch, fue condecorado con la Orden del Águila, en nombre del Canciller Adolf Hitler, por el Secretario de Estado Weizhaegker. El diplomático chileno recibió esta distinción: por los valiosos servicios prestado en Madrid a los ciudadanos alemanes allí residentes. 3 Nota en el ensayo de Antonio Aparicio. Estaba en aquella fecha al frente de la Embajada de Chile en Madrid, el Encargado de Negocios señor Germán Vergara Donoso, amigo de altos dirigentes de la Falange Española, como Víctor de la Serna, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, José María Alfaro y otros. Es posible que el deseo del señor Vergara fuera dar asilo a Miguel, pero no lo hizo. ¿Fue esa la orden recibida de Santiago de Chile? ¿Fue obedeciendo a presiones de la Falange Española, no saciadas aún con el famoso crimen de Granada? 4 Sabemos que Miguel Hernández no estaba tan solo y abandonado como señala Aparicio. Algunos biógrafos se empeñan en demostrar que sus compañeros lo abandonaron a su suerte. José Luis Ferris, haciéndose eco de aquellos que sostienen que ni siquiera estaba en la lista de recomendados por la Alianza de Intelectuales para asilarse en la Embajada de Chile, anota en la pág. 404 de su libro: Según las confesiones de María Teresa, "Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla ... Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una Embajada. Me vuelvo al frente... ¿Y vosotros?, nos preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda, con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció". El texto no tiene desperdicio -continúa Ferris-, y aporta algunas claves que pudieran haber cambiado el destino de Hernández... Por último -y he aquí lo relevante del asunto-, Miguel, que había entrado en el Partido Comunista de la mano de María Teresa León y Rafael, que había estado unido a los altos mandos del ejército republicano, ...era abandonado a su suerte para que se refugiara en una Embajada que no ofrecía demasiada seguridad y que para ellos no era otra cosa que limosna o inadmisible gesto de piedad. Sin embargo, el biógrafo mutila la cita. El texto de María Teresa, dice: Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla ... Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una Embajada. Me vuelvo al frente. Nosotros insistíamos: Ya sabes que tu nombre está entre los quince o dieciséis intelectuales que Pablo Neruda ha conseguido de su Gobierno que tengan derecho de asilo. Miguel se ensombreció aún más. ¿Y vosotros?, nos preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda, con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció. De la cita completa se desprende claramente que el nombre de Miguel estaba entre los recomendados por Alberti a Morla. 5 Ercilla N° 1.208, Santiago, miércoles 16 de julio de 1958, pág. 20 6 Algunos biógrafos de Miguel Hernández, entre ellos Juan Guerrero Zamora, Arturo del Hoyo y el propio Ferris, niegan la gestión realizada por María Teresa León y Neruda ante el cardenal Braudillart por la liberación de Miguel. Es muy posible que dicho cometido no fuera el detonante para liberarlo de la cárcel. Adhiero a la opinión más generalizada; Miguel fue puesto en libertad por el caos administrativo de aquellos días y/o, por la orden gubernamental de poner en libertad a los presos que no habían sido juzgados a la fecha. Eso no es motivo para negar la veracidad de la gestión conjunta de los Alberti y de Neruda, independiente de sus resultados. En ningún caso creo que María Teresa y Neruda narraran este episodio en sus memorias sólo para atribuirse la hazaña de haber protagonizado la puesta en libertad de Hernández. 7 El número de 18 personas corresponde a los 17 asilados republicanos españoles, más el poeta chileno Juvencio Valle, quien también permanecía refugiado en la Embajada. 8 Santiago Ontañón, en sus memorias, confirma este hecho. (Unos pocos amigos verdaderos. Fundación Banco Exterior de España, Madrid, 1988). Señala que en el verano de 1939, recibió Vergara Donoso una carta que Neruda le enviaba desde París, interesándose por la situación de su amigo, quien, según sus informaciones, estaba preso en Madrid: Tras las averiguaciones pertinentes, Vergara comprobó que lo afirmado por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso ni se unía la persona del detenido con el poeta Miguel Hernández, lo que obligó a actuar discretamente. Ontañón recuerda que mientras estaban asilado en la Embajada de Chile, un día recibieron un angustioso mensaje escrito en un papel de fumar. Era una nota angustiosa escrita por Miguel desde la cárcel. Decía: "Me han condenado a muerte. Haced lo que podáis. Miguel Hernández." Así nos llegó la noticia de su suerte. Cabe imaginar la profunda tristeza y la impotencia que nos embargó al grupo, asediado como estábamos en un Madrid hostil, dispuesto también a hacer carnaza de nosotros a la menor oportunidad. Aquel leve papel de fumar, manuscrito con noticia tan tremenda, nos angustió indeciblemente. Yo hice lo que podía: escribir. Envié tres cartas: a los Alvarez Quintero, a Víctor de la Serna y a Borrás. De las tres, sólo obtuve contestación del Alvarez Quintero que quedaba, en la que me decía que haría lo que pudiese, tratándose de la vida de un hombre y sobre todo la de un poeta, pero que dudaba que su intervención fuera eficaz, ya que, decía: "Aquí yo no cuento nada". 9 Dice Ferris en su libro: Según algunas fuentes, Vergara ofreció asilo al poeta oriolano sabiendo que la expatriación no tardaría mucho en producirse. Sin embargo, no cita las fuentes que afirman tal ofrecimiento. 10 La entrega de esta lista la hizo Enrique Gajardo el 20 de abril de 1939, al Ministerio de Asuntos Exteriores español, (No al "Ministerio de Relaciones Exteriores de su país", como señala Ferris). En el escrito, además solicita el salvoconducto para el traslado de los refugiados fuera de España. 11 La Embajada de Chile en Madrid sufrió cuatro intentos de allanamientos para sacar por la fuerza a los refugiados republicanos. El primero de ellos; el mismo día 5 de abril, fecha en que Chile reconocía oficialmente al Gobierno franquista. Vergara Donoso no tomó las drásticas medidas que dos años antes había tomado Aurelio Núñez Morgado, el Embajador de Chile que asiló a los franquistas. Por el diario de Morla Lynch, deducimos que Vergara Donoso era bastante más "inocente" que Núñez Morgado. Morla, en su diario, dice saber que: en las cajas de fierro de la Embajada, de propiedad del Sr. Núñez Morgado, existen algunas joyas y valores recibidas en custodia por él, de los cuales sacó gran parte al extranjero. Además, señala Morla, el embajador mantenía un arsenal para la "defensa" de la Embajada, que el Embajador Núñez Morgado había traído desde Alemania. (Carlos Morla Lynch. Informes diplomáticos sobre la Guerra Civil española. Ril Editores, Santiago de Chile. 2003.) 12 Respecto al primer intento de asilo de Hernández, José Luis Ferris señala en su biografía que: el problema que se planteaba entonces y del que Miguel fue consciente desde el primer momento era la falta de garantías que podía ofrecer en aquellos momentos la Embajada chilena. Añade que el Gobierno de Chile no estaba dispuesto a crearse problemas con el nuevo régimen político español y mucho menos por causa del asilo diplomático. Ello provocaría medidas muy restrictivas del Ministerio chileno de Relaciones Exteriores, reduciendo a lo meramente imprescindible el número de personas que pudieran ser acogidas en la sede de su Embajada. No nos parece acertada la afirmación. El número de asilados republicanos obedeció a la voluntad de Morla. Es más, no conocemos testimonios de personas a las que se les negara el asilo. Por otra parte, dada la fuerte represión franquista, ninguna embajada estaba en condiciones de ofrecer garantías a los asilados. En el caso de Miguel Hernández, que es el que nos ocupa, como sabemos llegó a Cox el 13 de marzo, sin embargo, en Chile, recién el día 30 de marzo la Cancillería recibió los primeros cables en los que Morla daba cuenta de la entrada de asilados republicanos en la Embajada. El problema de los asilados supuso un escollo para las buenas relaciones entre ambos países desde el momento en que Chile no renunció a ejercer el derecho de asilo, reconocido por los países latinoamericanos, pero no por España. Se solventaba así el razonable argumento de Morla: Si el Gobierno de Chile, a la caída de Madrid no reconocía inmediatamente al Gobierno de los vencedores, el asilo otorgado resultaría nulo, aún más, constituiría un mayor peligro. El Gobierno chileno, a excepción de México, fue de los últimos en reconocer oficialmente al Gobierno de Franco. Esto sucedió el 5 de abril de 1939, (no el 20 de abril, como señala Ferris), un día después de que los nacionalistas asaltaran la embajada de Panamá en Madrid y apresaran a los once refugiados republicanos asilados en ella. Panamá no había reconocido al gobierno de Franco y, por lo tanto, no le asistía protección diplomática. Enrique Gajardo, quien había llegado a Madrid dos días antes para reemplazar a Morla Lynch en el cargo, ante tal evento, decide trasladar su alojamiento a la Embajada para salvaguardar a los asilados. El reconocimiento no varió la posición chilena respecto de los asilados y, de algún modo, tampoco la española. (Las difíciles relaciones con Chile en la inmediata posguerra civil. Blanca Esther Buldain Jaca (UNED). Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, H. Contemporánea, N°2, 1989, págs. 89 111) 13 ABC, Martes 18 de noviembre de 1997, p.64 14 Nótese que en esta segunda declaración, Vergara ya no dice: recibí avisos, entre otros de Pablo Neruda,... Este testimonio, avalado por el de Santiago Ontañón, contradice a algunos biógrafos hernandianos que se empeñan en desconocer la preocupación de Neruda por su amigo. Al parecer, el auxilio de Neruda a Miguel Hernández, a través de Vergara Donoso, es conocida desde hace más de cincuenta años. Quizá la primera en dejar constancia de ello fue Concha Zardoya, quien anota: Esta situación de hambre [de Miguel Hernández y su familia] se soluciona un tanto con la ayuda económica mensual que empieza a prestarle don Germán Vergara Donoso, Encargado de Negocios de Chile en Madrid, a petición de Pablo Neruda. (Concha Zardoya. Miguel Hernández: Vida y obra. Hispanic Institute. Columbia University. Nueva York, 1955. p.41) 15 Seguramente Vergara desconocía algunos trucos "ilegítimos" que había usado Aurelio Núñez Morgado, Embajador de Chile en España durante la Guerra Civil. En el caso de los asilados nacionales, Núñez Morgado se atrevió a agregar más nombres después de entregar la lista de ellos a las autoridades republicanas. Es posible que con ello salvara algunas vidas, lo que no ocurrió en el caso de Miguel. Lo declara Morla Lynch en su informe: Hube de vencer, al hacerme cargo de la Embajada, la difícil situación creada por la admisión en ella, por iniciativa del señor Embajador, de nuevos refugiados después de entregadas las listas [al Gobierno Republicano], con lo que se faltó al compromiso contraído. (Carlos Morla Lynch. Informes... Ed. Cit.) 16 La vigilancia ejercida la testimonia también Juvencio Valle. Fue detenido en la puerta de la Embajada y condenado por llevar en sus bolsillos una carta de Neruda con indicaciones para gestionar la libertad de Miguel. 17 Como vemos, Miguel, con la inocencia que le caracterizaba, tomó el mismo camino que había tomado en marzo de 1939: se marchó a su pueblo. Al respecto, dos afirmaciones de Ferris en su biografía, son dignas de comentario. Un de ellas es cuando sostiene que: Para el diplomático, [Morla Lynch] aceptar a Miguel en su lista de refugiados era una grave responsabilidad, esencialmente por la destacada envergadura política que el oriolano había adquirido... La otra dice relación con la negativa gubernamental (Republicana) de otorgar pasaportes a los hombres en edad militar. La aclaración a ambos puntos está en el informe de Morla Lynch: En vista de la situación en que se encuentra [Miguel Hernández] le digo que, llegado el momento de la hecatombe final, se asile en la Embajada. Días después, preocupado por el muchacho, mando llamar a Juvencio Valle. Me dice que Hernández ha declarado que no "se albergará en sitio alguno porque lo considera como una deserción de última hora". No ha tomado ninguna medida de precaución. Le envío con él una carta para el Gobernador Civil de Madrid, señor don José Gómez Osorio, a fin de que le facilite su salida de España en el momento oportuno para hacerlo. El Gobernador lo recibe unas horas después. Le escribo, asimismo, al Comisario General de Seguridad, quien está dispuesto a concederle un pasaporte pero desaparece y no vuelvo a verle por más esfuerzos que hago para dar con su paradero. Es decir, Miguel contaba con una oferta de asilo y también con un pasaporte. Lamentablemente, no supo presentir el trágico calvario que le esperaba. 18 Si hacemos caso de los informes de Morla, documento citado por la mayoría de los biógrafos hernandianos, éste no tuvo ninguna "imposibilidad" de prestar asilo a Miguel Hernández. 19 No sabemos si Vergara Donoso ayudó económicamente a Miguel y a su esposa con dinero de su propio bolsillo. Tampoco sabemos si Miguel "pensó" que el dinero provenía de Neruda. No son rigurosas las especulaciones. Pero sí sabemos que el poeta Homero Arce, secretario de Neruda, hasta los años sesenta, aún despachaba algunas remesas de dinero a Josefina Manresa. |
miércoles, 9 de abril de 2008
Lagunas durante la guerra civil
Sobre la Guerra Civil, su gran producción bibliografía y sus pequeñas lagunas de investigación.
Juan García Durán
Quizá fue el carácter internacional que tuvo nuestra guerra civil lo que llevó a esa gran producción bibliográfica, que casi se ha convertido en un rito el destacar. Tan en así que autores hay, transportados por la fantasía, que dicen: «Esta bibliografía sobrepasa los 30.000 títulos» («Ínsula», n.° 367, p. 2). Y Ricardo de la Cierva, da 25.000 («Arriba», 31-1-1970). La verdad es, y ya está bien, que no se ha llegado a los 15.000.Esta riqueza de información pudiera hacer creer que muy poco queda por hacer en el terreno de la investigación; sin embargo, como a continuación se verá, hay muchos aspectos que no han sido tocados y otros no suficientemente esclarecidos.
Por ejemplo, nada se ha escrito, en su conjunto, sobre la intervención extranjera en el mar (1), aunque sí dos libros sobre la participación marítima italiana, uno y una tesis sobre la alemana y otro sobre la intervención de los marinos rusos en la Flota republicana. Pero aun cuando este tema es tratado en obras de carácter general, como es el caso de H. Thomas, se hace de manera tan mínima e inexacta que le hace decir, incluso en su segunda edición, que sólo intervinieron de siete a diez submarinos italianos, cuando según el Estado Mayor de la Marina italiana en su libro «I1 Sommergibili Italiani» aparecido en 1963, da los nombres de 56, habiendo efectuado 84 misiones especiales, sumando un total de 1.155 días, a una media por unidad de 20,62 días. Y lo más sorprendente es que la máxima autoridad de la Flota rebelde, Almirante Cervera, dice en sus «Memorias», p. 60: «La campaña de los submarinos que, como legionarios (entiéndase italianos), ofrecieron en la Conferencia de Cádiz, se organizó con sigilo... uno de ellos... torpedeó el «Miguel de Cervantes» (crucero republicano) la mañana del 22 de noviembre de (1936)». Esto no pudo ser consecuencia del ofrecimiento de tal Conferencia, puesto que ésta tuvo lugar el 29 de diciembre; es decir, 38 días después del torpedeamiento, el cual se efectuó —como es obvio— no de acuerdo con lo tratado en Cádiz, sino en Roma, el 17 de noviembre(1936) por altos jefes de las armadas alemana e italiana, cuyo punto 3 del acta levantada dice: «No dar en absoluto información alguna a los blancos españoles, acerca de las acciones que los submarinos alemanes e italianos desplieguen o desplegarán» (2). Lo que no dice el Almirante Cervera es que la razón principal de la Conferencia de Cádiz fue justamente el torpedeamiento del «Miguel de Cervantes» y la necesidad de coordinar las acciones de ambas marinas, evitando con ello que alemanes e italianos hicieran la guerra por su cuenta, como vino ocurriendo hasta entonces en la mar.
Otro ejemplo de distorsión histórica lo encontramos en el relato que hace el Almirante Moreno del hundimiento del «Komsomol», que causó tanto revuelo internacional. Dice Moreno en sus «Memorias», p. 129: «Recogimos la tripulación y hundimos el barco a cañonazos». La verdad fue que, siguiendo órdenes del Comisario de la marina, Pajamov, la tripulación prendió fuego al barco y abrió el escotillón para hundirlo. Y, a pesar de que «no fue posible verificar el cargamento. Los papeles decían que se trataba de manganeso», llevó la tripulación a Cádiz y, después de haber sido torturados (3) los metió en prisión. A los diez meses, y mediante la intervención diplomática italiana, fueron puestos en libertad en la primera semana de octubre. Naturalmente, de esto no dice nada ni, muchísimo menos, explica con qué derecho cometió tal atropello.
La represión es otro de los temas muy poco tratados, sobre todo en cuanto se refiere a la zona rebelde durante la guerra, y la secuela que siguió a la terminación de ésta. Cuando decimos poco, nos referimos a las investigaciones hechas con carácter académico - histórico y no a lo mucho escrito con fines propagandísticos. Y aun cuando la seriedad de algunas personas que lo trataron debiera garantizar la información dada, vemos que los datos estadísticos son muy insuficientes o excesivos. Veamos un ejemplo de cada: Ramón Salas Larrazábal, en su libro «Pérdidas de la guerra», da como ejecuciones efectuadas en la provincia de Alicante, en 1940, nueve. Pero si hubiera verificado los correspondientes registros, vería que sólo en la ciudad de Alicante fueron 73. Esta investigación la efectuó Enrique Cerdán Tato, quien en su obra «La lucha por la democracia en Alicante», da 73 nombres con las fechas de ejecución y pase al registro civil en 1940. Pero esta verificación no siempre es posible porque la mayor parte de los registros civiles no especifican en su certificación literal de defunción, las causas de la muerte. Simplemente dicen: «Falleció en esta ciudad, a causa de...» (Sic). Esto a pesar de que, previamente, Auditoria de Guerra había comunicado al registro haberse cumplido la sentencia de pena de muerte pronunciada por el consejo de guerra contra Juan Busquier Santa, que tomamos como ejemplo de la fotocopia del certificado, que aparece en el libro antemencionado. Sin embargo, en Coruña, que quedó en poder de los rebeldes desde el comienzo de la guerra, las ejecuciones no se comunicaron a los registros y, muchísimo menos, la muerte de los «paseados» que, cuando eran sacados de la cárcel, se hacía constar que: «Ha sido puesto en libertad».
Cuando los problemas legales de herencias, viudez, etc., fueron presentándose, resolvieron sobre la marcha, testificar que habían desaparecido, o aparecido muertos. Un caso único e increíble fue el de Santiago Casares Quiroga, cuyo nombre fue borrado de todos los registros por orden del gobernador militar de La Coruña, José María de Arellano.
Otro ejemplo, por exceso, lo encontramos en «la matanza de curas» que tanto conmovió al mundo: Paul Claudel, en su «Aux martyres espagnols», dice: «Onze évéques, seizó mille prétres massacrés et pas une apostasie». Juan Estelrich en «La persecución religiosa en España» da «16.750 sacerdotes asesinados». La «Carta Colectiva» de los obispos (junio de 1937), dice: «Sumarán sólo del clero secular 6.000. La «Causa General», instruida por el Ministerio Fiscal del Tribunal Supremo, da 5.255. Esteban Bilbao, ministro de Justicia, en el «Monte Carmelo», diciembre de 1939, p. 108, dice: «Según cifras oficiales, el número de párrocos y coadjutores asesinados por los rojos, es de 6.000, sin contar las víctimas elevadas del clero secular». El hecho es que a pesar de la seriedad que tales nombres e instituciones llevan consigo, el número de los asesinados ha sido establecido por la Iglesia en 3.935. Decimos por la Iglesia, por las razones siguientes. Antonio Montero Moreno, director de «Ecclesia», en su «Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939» da, al final del libro, un índice de todos los curas y seminaristas asesinados. Dice, además, que su información procede de las iglesias e instituciones donde éstos ejercieron. Constata su lista con las semioficiales de la Iglesia y su libro lleva el «nihil obstat e imprimatur» de ésta. El número que él da es de 4.184; pero incluye a los seminaristas, que son 249. Lo que, restados, da 3.935. Según el «Anuario Vaticano», había en España en 1936, 29.902 sacerdotes seculares.
Tampoco se ha estudiado la ayuda marítima portuguesa. Sin embargo, en un documento muy poco conocido, Oliveira Salazar pide a su Cónsul General en Burgos que interceda con Franco para salvar la vida de cinco mejicanos hechos prisioneros al apresar el «Mar Cantábrico». Para hacer esta petición más efectiva, añade: «Su Excelencia puede indicarle la circunstancia de que fue gracias a la información que nosotros le dimos, que el barco pudo ser apresado» (4). Al día siguiente, el Cónsul contestó a Oliveira: «Los cinco mejicanos fueron ya fusilados, sin formación de causa».
«La literatura universal en la guerra de España», de Calvo Serer, parecía venir a llenar un hueco en el estudio de tal abundancia. Pero otro libro, «El mito de la cruzada de Franco», de Herbert Rutledge Southworth, vino a demostrar lo ilusorio de tal pretensión y la pobreza de la intelectualidad franquista reflejada en la obra de Serer. Sobre todo al descubrir la gran cantidad de plagios que Southworth critica y compara con formidable precisión de cifras.
En total, y de muy diferentes formas, cubre esta bibliografía crítica (por encuadrarla de alguna manera) alrededor de mil títulos. Y, a la vez que viene a llenar parte de lo que Serer no consiguió, presenta lo inaceptable de la teoría de la cruzada cuya conclusión final es: «Si fue cruzada, la cruz era la gamada». Este libro es hoy uno de los clásicos de la literatura de la guerra, sin que llegue a ser —no era tal su objetivo— la bibliografía crítica que falta y que tan rica producción merece.
Tampoco se ha estudiado con rigurosidad documental y en la extensión que requiere, la subterránea actividad diplomática y sus razones, a pesar de que un gran caudal de documentos alemanes, italianos, franceses, ingleses y americanos han sido publicados en forma de libro y otros muchos son accesibles en los archivos. Evidentemente falta, y quizá nunca se conozca, la documentación rusa; pero aun siendo importante, piénsese que fue en las cancillerías del mundo occidental donde se decidió la suerte de nuestra guerra. Sin duda hay muchos ensayos que, de cerca o de lejos, tratan de nuestra guerra, pero siempre son trabajos que unilateralmente la ven a través de sus intereses nacionales, como es el caso en el «Diario 1937-1938», de Ciano; «Foreign Affairs» de Anthony Eden; «MyMission to Spain» de Claude Bowers y otros. Pero no hay nada que en conjunto y siguiendo las mismas coordenadas analice cada etapa de la guerra y las correspondientes acciones y reacciones de cada cancillería.
Los tres ejemplos que se nos ocurren se aproximan a este enfoque, pero desde ángulos diferentes e incompletos. Son éstos: «International Law and díplomacy in the Spanish civil strife» de Norman Judson Padelford. Excelente trabajo, pero que trata el problema de manera tangencia) a lo que nosotros proponemos. «Survey of internationalaffairs, 1937»,cuyo V. 2 está dedicado a «The International repercussions of the war in Spain». Habida cuenta que esta publicación estaba dirigida por Arnold J. Toynbee, su seriedad no ofrece duda. El tercer libro: «La política internacional en tomo a la guerra de España, 1936» de Luis García Arias parecería, por su título y la seriedad de la editorial, la universidad de Zaragoza, que vendría a ser un verdadero aporte a este tema, defrauda tanto por lo limitado y tendencioso de sus documentos como por sus conclusiones partidistas.
Todo esto nos demuestra que el material está ahí, el estudio no. Entendiendo por tal la política internacional fascista enfrentada a la de las democracias en la arena española.
ES MAS FÁCIL SER MINISTRO QUE BIBLIÓGRAFO
También se nota la falta de una verdadera bibliografía de la guerra civil. Es curioso, y parece que refuta lo antedicho, que el periódico más serio de España y, con mucho, el mejor (nos referimos, naturalmente, a «El País») haya dicho, recién nombrado De la Cierva ministro de Cultura, que: «Lo que los historiadores aprecian
más de su labor es su fundamental «Bibliografía general sobre la guerra de España».En algunos sectores, que sin duda no la han consultado pero que se dejaron llevar por su volumen (729 páginas), este parece ser el criterio; pero veamos cuál es la opinión de Herbert R. Southworth que es considerado, universalmente, como el mejor bibliógrafo de la guerra civil: «Hay que afirmar sin ambages que el corpus de la obra constituye un escándalo intelectual. En la bibliografía del profesor De la Cierva se pueden encontrar nombres de autores que nunca existieron. Se acredita a autores que sí existieron, obras que nunca escribieron. Muchos libros —continúa Southworth— son atribuidos a dos autores distintos. La bibliografía contiene centenares de títulos que nunca han sido publicados en parte alguna del globo».¿Cómo podemos explicar esta acumulación de errores? Southworth lo atribuye a que «Una bibliografía de esta naturaleza que se enfrenta con una multiplicidad de idiomas y de formas literarias, exige de parte de los compiladores cierto nivel de cultura general. El grupo del Ministerio de Información no posee este nivel de cultura general». Sin duda esto es fuerte, pero lo más fuerte es que, como veremos, lo prueba con rigurosa precisión, que en él es lo más característico. Entre los irrefutables datos que da, sólo citaremos algunos autores españoles bien conocidos. «Así, —dice Southworth— este grupo de «historiadores» españoles nos dice... que «Aurora Roja» de Pío Baroja, publicada por primera vez en Madrid en 1904, trata de la guerra civil (fundándose en la autoridad de un profesor inglés que jamás afirmó nada parecido) (p. 80). En este caso Southworth se refiere al hispanista inglés Raymond Carr. «En la página 336 —continúa Southworth— atribuyen a un tal «Ibáñez» (sin más) la obra «Alphonse XIII démasqué. La terreur militariste en Espagne» sin darse cuenta que el primer apellido es «Blasco», aunque ya hubieran hecho esta entrada bajo Blasco Ibáñez, en la página 70. «En muchas entradas de este catálogo —prosigue— demasiado numerosas, el artículo es confundido con un sustantivo, no solamente en inglés, holandés, alemán, francés y portugués, sino también en castellano (Véase Págs. 37-38, 196-197, 255-256, 295, 432, 457, 471-473, 491-492). Apenas hay una referencia en lengua inglesa sin uno o varios errores. Los apellidos ingleses son mutilados casi invariablemente». Siguen seis ejemplos. De autores que aparecen en la bibliografía, pero que nunca existieron, da varios ejemplos, de los que destacamos uno que le sugirió Víctor Berch, bibliotecario norteamericano, en que «Corriere, Emiliano» aparece como autor de «La guerra in Spagna» (p. 170) cuando se trata de un artículo aparecido en el periódico «Corriere Emiliano». Presenta también múltiples casos de un mismo título asignado a más de un autor. Quizá el más sorprendente, por muy conocido, es «Historia del Frente Popular» (p. 323) en el que aparece como autor Helm Mac Kinley (MacKinley no se escribe separado). Pero en la página 510 aparece exactamente la misma ficha, pero el autor es Pedro Pagés Elías, que utiliza el seudónimo de Víctor Alba. Este sí es el verdadero autor.
Un caso curiosísimo (seguimos citando a Southworth) es «El imbroglio» en esta bibliografía sobre otro libro, «Defence of Madrid» de Geoffrey Cox, publicado en Londres en 1937 es aún mayor. En la página 172 el libro es atribuido al autor. En la página siguiente halla nuevo autor: «Creach, Jean»... En la página 172 la traducción rusa de este libro «Oborona Madrida» se atribuye al autor «Cox, Geoffrey», pero en la página 367, el mismo título es atribuido a «Koks, D.». «La conspiración nazi en España» de Otto Katz, aparece en cinco idiomas. En tres los autores son diferentes, y en dos, se da como autor anónimo; pero ni una sola vez aparece el verdadero autor: Spielhagen, Franz «Spione und Verschwórer in Spanien», París, 1936 (p.631). Shpilgagen, B. «Shipione i zagovorschiki v Ispanii», Moscú, 1936 (p. 621). Simon, O. K. «Hitler en Espagne», París, 1938 (p.623). «The Nazi Conspiracy in Spain», Londres, 19Z7 (p.470). «La conspiración nazi en España», México, 1938 (p. 168).
Hasta aquí el muy sucinto trabajo del doctor Southworth, cuyo tulo es: «Los bibliófobos: Ricardo de la Cierva y sus colaboradores», aparecido en «Cuadernos de Ruedo Ibérico», 6 Rue de Latran, Paris, 5. No podemos dar la fecha porque lo que poseemos es una «separata». Creemos que debió publicarse en alguno de los números de 1970.
Nosotros también hemos hecho una crítica de esta bibliografía en «Papers of the Bibliographical Society of America», n.° de marzo de 1970, y en «Mundo Nuevo», de París, n.° de abril de 1970. Para nosotros el pecado original de esta bibliografía o, para ser más precisos, desastre bibliográfico, está sobre todo, en la parte técnica. Esto se debe, creemos, a que no hay un solo bibliotecario entre los cinco compiladores. También es obvio la falta de dirección en la selección de material. Quizá lo más chocante de todo lo incluido es la enorme cifra de títulos (más de 3.700) considerados como «antecedentes» de la guerra. De éstos, unos 80 fueron publicados en el siglo pasado; más de 180 entre 1900 y 1910; cerca de 300 entre 1911 y 1920 y, finalmente, más de 3.000 entre 1920 y 1936. Resulta imposible saber lo que este señor, o señores, entienden por «antecedentes» y «rigor científico - bibliográfico», al que dicen ajustarse. Veamos una entrada: (p. 11).
ANUARIO
«Anuario Estadístico de las producciones agrícolas y Estadística de las producciones ganaderas, 1930».
«Estadística de la producción de las praderas artificiales y forrajes». Esta es la ficha completa en contenido y forma, que se repite, exactamente igual, en 23 fichas más. Pero por si no hubiéramos tenido bastante forraje, vuelven a intercalarlo con «Estadística de la producción de naranja, cereales», etc. (p. 216). Su predilección por el forraje es tal que en casi todas las fichas dedicadas a cereales, árboles, aceitunas, arbustos, olivos, vino, etc., siempre después de punto y aparte, viene: «Estadísticas de la producción de las praderas artificiales y forrajes». Es decir que estas diez palabras, en esta misma forma, aparecen treinta veces en las páginas 11, 216 y 217. Pero no crean que se ha terminado el forraje. En las páginas 16-17, aparece de nuevo bajo:
AVANCE
«Avance de la producción de aceituna de oliva en 1932-33».
«Estadística de la producción de las praderas artificiales y forrajes».
Se podrá ver, por las dos fichas que presentamos, que la entrada principal no tiene sentido ya que no aparece el autor (institución o individuo) ni en el encabezamiento, ni en el cuerpo de la ficha, ni tampoco el editor, ni el lugar, ni la fecha de publicación. Justito el título que, a modo de compensación, se repite dos veces en la primera ficha. De la segunda, AVANCE, aparecen cuatro fichas más iguales, en las que sólo cambia el año. En este caso se hace una sola y se añaden los años que precisen. Pero luego, vienen veintitrés más, bajo la sola entrada de AVANCE y refiriéndose a garbanzos, maíz, naranjas (ya mencionadas bajo ANUARIO Y ESTADÍSTICA), trigo, patatas, etc. Y, en cada una de estas treinta fichas, después de punto y aparte, viene--adivine, lector— «Estadística de la producción de las praderas artificiales y forrajes», al igual que aparece en la entrada anterior. Y a esto llaman «antecedentes» y el señor De la Cierva dice: «Nuestro rigor bibliográfico ha sido estrictamente científico» (Introducción general, p. XXXVI). Por si aún quedaran dudas, he aquí otra de las múltiples entradas con «rigor bibliográfico científico»: «Estudios fotográficos de la destrucción del Alcázar de Toledo» (p.232). Que no se busquen más detalles porque esto es lo único que hay. Otro ejemplo de ese cientifismo lo encontramos en la página 406: las «Obras completas de Azaña» aparecen bajo Juan Marichal como autor. La única relación que Azaña tiene con su propia obra es una referencia confrontada, que dice: «Vea Juan Marichal» (p. 60). De estos casos hay montones. Entre los «antecedentes» que mueven a risa, citaremos sólo media docena: «El amor libre».Madrid, 1900 (p.4). «La mujer en la sociedad moderna», París, 1895 (p. 2). «Higiene de la primera infancia» (puericultura) (sic), Valencia, 1931 (p. 662). «El naturalismo y el progreso mecánico biológico», Barcelona, 1925 (p. 114). «Materiales para el derecho municipal consuetudinario en España», Madrid, 1875 (496). «Programma Kommunisticheskoi Partii Sovietskogo Soiuza, Moskva. Donde se manifiesta su mayor ignorancia y atrevimiento de «sábelo todo» es en haber copiado 1250 fichas (sin consultamos) de nuestra bibliografía (de la que hablaremos más adelante) desnaturalizando en decenas de casos nuestras entradas y poniendo en su lugar otras que, por lo absurdo de su «rigor científico - bibliográfico» vienen a herir nuestro prestigio, ya que por haber puesto nuestras siglas al final de cada ficha, aparecemos como el autor de esas idioteces bibliográficas. Porque, para colmo, el señor De la Cierva dice que pone en cada ficha que copia las iniciales para «no hacerse responsable de las posibles inexactitudes que puedan contener» (p. XXXVI). Pero son ellos los que cometen las inexactitudes al modificar las entradas, en nuestro nombre. Esto es francamente intolerable.
Veamos cuatro casos:
Obsérvese que han eliminado la entrada principal en las tres primeras fichas (que es lo más importante en una entrada catalográfica) y, en su lugar, pusieron la primera palabra del título. En la última, cambiaron el nombre del autor por el del compilador y crítico, que es Gaetan Picon. Malraux es el autor porque de él son los escritos que en el libro aparecen, de ahí el título: «Malraux par luiméme». Pero dándoselas de listos, porque en el cuerpo de nuestra ficha aparece, Par Gaetan Picon, lo colocaron como autor. Que esto es así lo vernos en la crítica que el señor De la Cierva hace de nuestra bibliografía (p. 11) cuando dice: «Después de citar como autor a Malraux, y del título «Malraux par luimeme», viene el subtítulo: «Par Gaetan Picon». Neta confusión de entrada por materias en un catálogo de autores, que se hubiera solucionado con el más sencillo sistema de verificación». Hasta aquí su crítica, que ampliaremos más adelante. Desde luego parece más fácil llegar a ministro —y por ello le felicitamos- que hacer una crítica bibliográfica. Veamos: Ni la entrada es «por materias»; ni «Par Gaetan Picon» es un «subtítulo»; ni Gaetan Picon es el autor (no puede ser las dos cosas a la vez); ni su «neta confusión» se resuelve «con el más sencillo sistema de verificación». No, la ignorancia de una materia sólo se resuelve estudiándola, aunque el señor De la Cierva diga, apoyándose indebidamente en Jacques Dampierre, que «estas normas (bibliográficas) no son en el fondo más que la normalización convenida del sentido común» . La implicación, en caso contrario, sería que éste le ha desasistido, y no creemos que tal sea el caso; sin embargo (y perdónennos nuestros lectores, de cuya capacidad no dudamos), parece que sea necesario explicar que un subtítulo es la parte explicativa o ampliatoria que sigue al título después de punto, o entre paréntesis. Si añadimos en el cuerpo de la ficha «Par Gaetan Picon» fue porque así aparece la página-título y porque en la excelente colección «Par luiméme», el compilador y la crítica que éste hace, suele ser casi tan importante como la obra misma. Además, hay una regla catalográfica que dice: «La entrada principal debe hacerse por el autor cuyos escritos ocupan la mitad más una de las páginas de una monografía». Pero si no se creyera en nuestra autoridad, por favor, consulten « Library of Congress», que es el mejor y mayor catálogo del mundo. Su ignorancia es tan grande que, como demostramos en la ficha paralela a la nuestra, 1220, eliminaron la editorial H.M.S.O.
de nuestra entrada y, en su lugar, pusieron House of Lords. Naturalmente, no saben que las cuatro iniciales corresponden a: His (o Her) Magesty Stationary Office, que publica todos los libros, documentos, circulares, etc. del Estado. Además han eliminado la serie y el número del volumen, tan necesario para localizar el que trata de nuestra guerra. Esto que más bien parece una crítica de la obra —y lo es como exponente— era necesario para desmitificar su valor y, como consecuencia, probar la necesidad de una verdadera bibliografía de la guerra civil, al igual que hacemos con otros temas de este trabajo. Y ahora le toca el turno a nuestra «Bibliografía de la guerra civil española, 1936-1939». Montevideo, El Siglo Ilustrado, 1964, 559 Págs. Inútil decir que no tiraremos piedras a nuestro tejado, ni que haremos una autocrítica, ya que ello tiene más bien una connotación política; aclararemos, sin embargo, que varias fueron las razones para nuestros errores. Desde el día en que tuvimos que salir corriendo de España en 1949 y hasta 1963 (después de haber visitado o vivido en 38 países), no hemos cesado de recoger en los lugares más inverosímiles, títulos y notas bibliográficas sobre nuestra guerra. Nuestro macuto de peregrino llegó a estar tan abarrotado de recortes, fichas y papeluchos, además de algún que otro libro, que no quedaba lugar para los pantalones de repuesto. Y un día, al llegara Montevideo, decidimos pararnos, revisar todo aquello, alfabetizar, agrupar por materias y hacer listas. Revisar 6.000 títulos que, cuando no se tiene acceso a una bibliografía universal parece imposible, resulta aún más difícil si se piensa en la cantidad de idiomas en que se han escrito. Por cansancio decidimos terminar la faena, sin haber podido contrastar nuestras fichas, ni con los libros, ni con fuentes bibliográficas serias, en una cantidad considerable de entradas. Y... así se publicó. Veamos las críticas: Primero la de Southworth, formando parte de la crítica que hace del señor De la Cierva. Dice: «Hay errores, sobre todo errores de imprenta, en la bibliografía de García Durán; pero como obra de referencia es más útil que la del profesor Ricardo de la Cierva. Hay mucha más información errónea en el catálogo preparado en Madrid por un catedrático de Geografía e Historia, dos licenciados en Filosofía y Letras, una licenciada en Ciencias Políticas y un profesor de Geografía e Historia, con los recursos del Estado español detrás de la obra, que en la obra del exilado español en Montevideo. A pesar de su implacable denuncia de la obra de García Durán, De la Cierva utiliza esta obra como fuente de más de mil entradas. Utiliza el libro de García Durán como fuente de 106 entradas en una sola letra, «M». Pero en 1965 afirmaba que García Durán «carece por completo de la más elemental formación bibliográfica». Casi todos los seudónimos revelados en el libro de Ricardo de la Cierva vienen de la bibliografía de García Durán, información que De la Cierva maneja con tan poca habilidad que, en general, lo conduce al error. Pero no solamente el profesor De la Cierva utiliza sin pudor la obra que él había demolido con desprecio unos años antes, sino que la utiliza cobardemente también, rechazando toda responsabilidad por lo que de ella utiliza. Así pues, este bibliógrafo rehúsa toda responsabilidad por más de la cuarta parte de sus entradas». (Copia de varias bibliografías).
«...En vez de sembrar injustamente dudas sobre las obras de García Durán y otros —sigue— Ricardo de la Cierva hubiera debido trabajar, o haber hecho trabajar a sus colaboradores, comprobando las entradas que consideró dudosas. Estas constituyen más del 25 por 100 de su bibliografía».
La crítica que de nuestra bibliografía hace el señor De la Cierva, apareció en el «Boletín de orientación bibliográfica» de marzo-abril, 1965, publicado por el Ministerio de Información y Turismo. Esta crítica se caracteriza por su mordacidad, su desconocimiento del tema y un gran apetito por llenar folios. Tan es así que, después de reseñar la lista de títulos de materias (10 líneas), dice: «Índice de materias que no es más que la relación alfabética de los epígrafes anteriores». Francamente ignoramos lo que quiere decir con ese «que no es más que la relación alfabética de los epígrafes anteriores». Sublime perogrullada digna de un epitafio por lo que tiene de descubrimiento. Después de decir que «el autor ha intentado superar prejuicios partidistas», nos lanza el primer golpe bajo: «El autor carece por completo de la más elemental formación bibliográfica. Los continuos fallos de enfoque y de método convierten esta bibliografía en un montón desarticulado de datos inconexos». Como ya hemos visto al analizar su bibliografía y, sobre todo, en la ignorancia que muestra al tratar la entrada sobre Malraux, este señor carece del conocimiento y autoridad que se requieren para llegar a tales conclusiones. En cuanto a nuestra formación bibliográfica sólo diremos, porque no hay forma de evitarlo, que poseemos el título —que nos costó tres años de universidad— de Licenciado en Ciencia Bibliotecaria, cuya profesión ejercimos casi veinte años y, cuatro más, de archivista. Y, además, el doctorado en Historia, obtenido en la Sorbona, con una tesis sobre la guerra civil.
Sobre los «fallos de enfoque y de método», los hemos tomado del sistema de la «Library of Congress». El método ha consistido en agrupar las entradas por materias, reuniendo así el material que trata de un determinado aspecto de la guerra (Aspectos religiosos; Represión; Atrocidades; Prisioneros; Resistencia, etc.), para así facilitar la investigación de quien, interesado en un solo aspecto, puede descartar el resto. Para aquel investigador que, interesado en un autor, quiere conocer sus publicaciones, repasa el índice de autores (hay otro para las materias), y uno o varios números indicativos lo guiarán a la entrada que le interesa. Hasta hoy no se ha inventado nada ni más fácil ni más rápido.
Luego nos afea el no haber añadido una fe de erratas (su bibliografía tampoco la tiene, quizá porque se requeriría otro volumen) y da una lista de 28. De éstas, 2 las ponemos en duda por no tener el libro, y 11 no tienen errata alguna. Aquí se manifiesta su desconocimiento de idiomas. El que la edición sea trilingüe lo considera «snobismo». Y para decirlo con mayor autoridad dedica ocho líneas. Nos acusa de que en nuestra obra falta un «criterio delimitador» y, como ejemplo, presenta (ficha 1.396) «La naranja en la economía española» (que después copia él en su bibliografía) y que nosotros incluimos en la materia: «Aspectos económicos y Finanzas» porque la naranja fue una fuente de divisas durante la guerra y después de ella. Como hemos visto hasta la saciedad, él prefiere «las praderas artificiales y forrajes». Otro ejemplo, de los dos que da, es (ficha 1.348): «Régimen jurídico de las inversiones extranjeras en España». Luego, y siempre tan ecuánime, continúa: «En esta sección (Periódicos políticos) el autor pierde su ecuanimidad y moteja a diversas publicaciones de «fascistas» (fichas 3.213 y 3.190)... Afortunadamente estos desahogos anacrónicos solamente aparecen en esta sección». Lo que no dice, el muy granujilla (y colaborador de uno de ellos), es que se trata de «Arriba» y «Cara al Sol» y que, en los casos de «Adelante» decimos socialista; «Mundo Obrero», comunista; «La Batalla», trotskista; «CNT», libertario, etcétera.
En vez de despacharse de esa forma, sería mejor que el ilustre bibliógrafo nos indicara un método alternativo para definir y diferenciar cada uno de estos periódicos. Para acusarnos de haber «olvidado» un gran número de títulos emplea casi media página; pero después de ese esfuerzo por demostrar que tras ello hubo alguna intención no confesada, termina por decir (ya se olvidó de lo anterior) que «en el desdichado sistema del autor se esconde el inequívoco anhelo de elevar como sea el número de fichas». Después de tres ejemplos dice: «De todas formas el record de repeticiones es para el Diario de Galeazzo Ciano»: Da los números de 12 fichas y siguen comentarios mordaces.
Veamos ahora lo que dice Southworth sobre esto: «El experto en bibliografía de la guerra civil, del Ministerio de Información va demasiado lejos en su voluntad de herir a García Durán. Hay dos «Diarios» de Ciano y no uno (Hay tres, si incluimos el volumen «Papeles diplomáticos»). El de 1937-1938 y el de 1939-1943. Sólo una de las ediciones citadas por García Durán es exactamente idéntica a otra: Las ediciones de Londres y Nueva York del Diario de 1937-1938. Cada una de las otras ediciones, incluso la publicada en España, tiene un prefacio diferente. Esta diferencia debe ser señalada por el bibliógrafo y justifica la inclusión de las diferentes ediciones. Pero cuando De la Cierva publica su bibliografía, cuatro años más tarde, sobrepasa el «record de repeticiones» de García Durán. El exilado español mencionó solamente las ediciones de Milán y Barcelona del Diario de 1939-1943; Ricardo de la Cierva menciona cuatro ediciones. De la Cierva llega hasta hacer, en la misma página, tres entradas de la sola edición de Milán. García Durán citaba cuatro ediciones del Diario de 1937-1938; De la Cierva el mismo número».Después de hablar de «carencia absoluta de métodos», dice: «Para García Durán, el autor de un libro titulado «L'assasinat d'Andrés Nin». Paris, Spartacus, 1939 (ficha 2.353) es, nada menos que NIN, Andrés. De nuevo su ignorancia bibliográfica le hace meter la pata. La entrada principal (ficha 5.571) aparece bajo el título, porque el autor es anónimo. Luego, la repetimos bajo NIN, ANDRES, como materia de que se trata, porque de otra forma sería casi imposible de encontrar entre más de 6.000 títulos, a menos de conocer la obra, en cuyo caso no consultarían la bibliografía. Más aún, todo catálogo de una biblioteca bien organizada, presentará a continuación de las entradas de un autor, todas aquellas que traten de éste. Razón de más para que nosotros hagamos lo mismo por ser la nuestra una bibliografía por materias, y ser ésta la única forma de localizar una obra anónima. Pero lo más grande es que en su bibliografía, que no es por materias, cae en las mismas faltas que a nosotros nos imputa en cinco casos —localizados por Southworth— que son: Alfonso de Churruca y Zubiría (p. 181); Hans Beimler(p. 85); Angel Pestaña (p.526); Pablo de la Torriente-Brau (p.650) y José Antonio Primo de Rivera (p. 540). Si esta crítica no se hiciera interminable podríamos triplicar el número de páginas. Southworth llenó 45.
También analizó nuestra bibliografía el catedrático don Vicente Palacio Atard quien, con lenguaje de gentleman, y después de destacar un buen número de repeticiones (cuyo origen está en repetir algunos libros que cubren más de una materia y allí deben incluirse) termina diciendo (evidentemente con razón) que «ni son todos los que están ni están todos los que son».
«Papers of the Bibliographical Society of America» reconoce el «gran aporte a la investigación de la guerra civil, si bien no es todo lo suficiente que se requiere, dada la gran producción bibliográfica».
«Ibérica», de Nueva York, considera que es «una excepcional aportación al estudio del período que recoge, como a la investigación de las fuentes sobre la materia».
Finalmente, sólo nos resta decir que al mes de que el señor De la Cierva publicara su crítica (sin firma) en el «Boletín de Orientación Bibliográfica», mandamos una contra-crítica, con acuse de recibo, al señor Robles Piquer, que era su director. Pero, inútil decir, que ni se publicó, ni dijo esta boca es mía. Por entonces, 1965, podía insultarse impunemente. Hoy, aunque el cambio no ha llegado a rompimiento, ni el señor De la Cierva ha dejado de ser impulsivo (hable de teatro u otra cosa) se puede decir: «Qué error, qué inmenso error» y, luego; «Me equivoqué con Suárez».
Claro que hay cosas que tienen muy difícil rectificación, sobre todo cuando se dicen con toda seriedad, por ejemplo: «Nadie puede escribir la historia de la guerra española, sin saberse de memoria sus cien himnos». (Introducción general a la Bibliografía... p. XVI).
Para completar el tema, diremos que bajo la dirección del profesor don Vicente Palacio Atard se ha publicado (quizá aún sin terminar) «Cuadernos bibliográficos de la guerra de España». Madrid, Cátedra de Historia Contemporánea, 1966. Estos cuadernos se dividen en series y cada uno de ellos recoge separadamente folletos, memorias, periódicos, novelas, etc. Su mayor importancia está en que es una bibliografía crítica. Su estructura, así como las entradas, muestran claramente que son obra de bibliotecarios, por su minuciosidad y precisión. Esto, y el hecho de que cada entrada sea tomada directamente de la obra a catalogar, le da una seriedad que no se encuentra en ninguna de las bibliografías publicadas. La nuestra incluida, claro está.
Otra bibliografía, insignificante en cuanto al número de entradas, es la de F. Amador Carrandi «Ensayo bibliográfico de las obras y folletos publicados con motivo del movimiento nacional». Bermeo. Publicación de la Diputación Provincial de Vizcaya. En 160 páginas, contiene algo más de 600 títulos y 250 notas bibliográficas. Hubo también algunos ensayos bibliográficos y, que sepamos, tres proyectos de bibliografías que no llegaron a publicarse. Aunque es posible que una de éstas llegue a aparecer; en cuyo caso vendría a ser el instrumento más completo y necesario de trabajo, que todos esperamos, por ser obra de bibliógrafos.
J. G. D.
(1) Sólo existen, nuestra tesis doctoral en la Sorbona: «Guerra Civile Espagnole, 1936-1939. Interventions étrangeres sur mer». «Foreign intervention on the sea», que publicó la Universidad de Leiden en 1973 y un artículo publicado en «Historia 16», n.° 20.
(2) Véase el documento íntegro en «Historia 16», n.° 20, pp. 79-88.
(3) Uno de los tripulantes, Ivan Gaidaenko, escribió un libro: «Santa María», cuyo título se debe al relato que hace de la vida de los marinos en el penal de este nombre. En él menciona las torturas. Ivan Gaidaenko. «Santa María». Kiev, Dnipro, 1970.
(4) Portugal. Ministerio dos Negocios Extrangeiros. Telegrama n.° 15, 22-IV-1937.
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