Sobre la Guerra Civil, su gran producción bibliografía y sus pequeñas lagunas de investigación.
Juan García Durán
Quizá fue el carácter internacional que tuvo nuestra guerra civil lo que llevó a esa gran producción bibliográfica, que casi se ha convertido en un rito el destacar. Tan en así que autores hay, transportados por la fantasía, que dicen: «Esta bibliografía sobrepasa los 30.000 títulos» («Ínsula», n.° 367, p. 2). Y Ricardo de la Cierva, da 25.000 («Arriba», 31-1-1970). La verdad es, y ya está bien, que no se ha llegado a los 15.000.Esta riqueza de información pudiera hacer creer que muy poco queda por hacer en el terreno de la investigación; sin embargo, como a continuación se verá, hay muchos aspectos que no han sido tocados y otros no suficientemente esclarecidos.
Por ejemplo, nada se ha escrito, en su conjunto, sobre la intervención extranjera en el mar (1), aunque sí dos libros sobre la participación marítima italiana, uno y una tesis sobre la alemana y otro sobre la intervención de los marinos rusos en la Flota republicana. Pero aun cuando este tema es tratado en obras de carácter general, como es el caso de H. Thomas, se hace de manera tan mínima e inexacta que le hace decir, incluso en su segunda edición, que sólo intervinieron de siete a diez submarinos italianos, cuando según el Estado Mayor de la Marina italiana en su libro «I1 Sommergibili Italiani» aparecido en 1963, da los nombres de 56, habiendo efectuado 84 misiones especiales, sumando un total de 1.155 días, a una media por unidad de 20,62 días. Y lo más sorprendente es que la máxima autoridad de la Flota rebelde, Almirante Cervera, dice en sus «Memorias», p. 60: «La campaña de los submarinos que, como legionarios (entiéndase italianos), ofrecieron en la Conferencia de Cádiz, se organizó con sigilo... uno de ellos... torpedeó el «Miguel de Cervantes» (crucero republicano) la mañana del 22 de noviembre de (1936)». Esto no pudo ser consecuencia del ofrecimiento de tal Conferencia, puesto que ésta tuvo lugar el 29 de diciembre; es decir, 38 días después del torpedeamiento, el cual se efectuó —como es obvio— no de acuerdo con lo tratado en Cádiz, sino en Roma, el 17 de noviembre(1936) por altos jefes de las armadas alemana e italiana, cuyo punto 3 del acta levantada dice: «No dar en absoluto información alguna a los blancos españoles, acerca de las acciones que los submarinos alemanes e italianos desplieguen o desplegarán» (2). Lo que no dice el Almirante Cervera es que la razón principal de la Conferencia de Cádiz fue justamente el torpedeamiento del «Miguel de Cervantes» y la necesidad de coordinar las acciones de ambas marinas, evitando con ello que alemanes e italianos hicieran la guerra por su cuenta, como vino ocurriendo hasta entonces en la mar.
Otro ejemplo de distorsión histórica lo encontramos en el relato que hace el Almirante Moreno del hundimiento del «Komsomol», que causó tanto revuelo internacional. Dice Moreno en sus «Memorias», p. 129: «Recogimos la tripulación y hundimos el barco a cañonazos». La verdad fue que, siguiendo órdenes del Comisario de la marina, Pajamov, la tripulación prendió fuego al barco y abrió el escotillón para hundirlo. Y, a pesar de que «no fue posible verificar el cargamento. Los papeles decían que se trataba de manganeso», llevó la tripulación a Cádiz y, después de haber sido torturados (3) los metió en prisión. A los diez meses, y mediante la intervención diplomática italiana, fueron puestos en libertad en la primera semana de octubre. Naturalmente, de esto no dice nada ni, muchísimo menos, explica con qué derecho cometió tal atropello.
La represión es otro de los temas muy poco tratados, sobre todo en cuanto se refiere a la zona rebelde durante la guerra, y la secuela que siguió a la terminación de ésta. Cuando decimos poco, nos referimos a las investigaciones hechas con carácter académico - histórico y no a lo mucho escrito con fines propagandísticos. Y aun cuando la seriedad de algunas personas que lo trataron debiera garantizar la información dada, vemos que los datos estadísticos son muy insuficientes o excesivos. Veamos un ejemplo de cada: Ramón Salas Larrazábal, en su libro «Pérdidas de la guerra», da como ejecuciones efectuadas en la provincia de Alicante, en 1940, nueve. Pero si hubiera verificado los correspondientes registros, vería que sólo en la ciudad de Alicante fueron 73. Esta investigación la efectuó Enrique Cerdán Tato, quien en su obra «La lucha por la democracia en Alicante», da 73 nombres con las fechas de ejecución y pase al registro civil en 1940. Pero esta verificación no siempre es posible porque la mayor parte de los registros civiles no especifican en su certificación literal de defunción, las causas de la muerte. Simplemente dicen: «Falleció en esta ciudad, a causa de...» (Sic). Esto a pesar de que, previamente, Auditoria de Guerra había comunicado al registro haberse cumplido la sentencia de pena de muerte pronunciada por el consejo de guerra contra Juan Busquier Santa, que tomamos como ejemplo de la fotocopia del certificado, que aparece en el libro antemencionado. Sin embargo, en Coruña, que quedó en poder de los rebeldes desde el comienzo de la guerra, las ejecuciones no se comunicaron a los registros y, muchísimo menos, la muerte de los «paseados» que, cuando eran sacados de la cárcel, se hacía constar que: «Ha sido puesto en libertad».
Cuando los problemas legales de herencias, viudez, etc., fueron presentándose, resolvieron sobre la marcha, testificar que habían desaparecido, o aparecido muertos. Un caso único e increíble fue el de Santiago Casares Quiroga, cuyo nombre fue borrado de todos los registros por orden del gobernador militar de La Coruña, José María de Arellano.
Otro ejemplo, por exceso, lo encontramos en «la matanza de curas» que tanto conmovió al mundo: Paul Claudel, en su «Aux martyres espagnols», dice: «Onze évéques, seizó mille prétres massacrés et pas une apostasie». Juan Estelrich en «La persecución religiosa en España» da «16.750 sacerdotes asesinados». La «Carta Colectiva» de los obispos (junio de 1937), dice: «Sumarán sólo del clero secular 6.000. La «Causa General», instruida por el Ministerio Fiscal del Tribunal Supremo, da 5.255. Esteban Bilbao, ministro de Justicia, en el «Monte Carmelo», diciembre de 1939, p. 108, dice: «Según cifras oficiales, el número de párrocos y coadjutores asesinados por los rojos, es de 6.000, sin contar las víctimas elevadas del clero secular». El hecho es que a pesar de la seriedad que tales nombres e instituciones llevan consigo, el número de los asesinados ha sido establecido por la Iglesia en 3.935. Decimos por la Iglesia, por las razones siguientes. Antonio Montero Moreno, director de «Ecclesia», en su «Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939» da, al final del libro, un índice de todos los curas y seminaristas asesinados. Dice, además, que su información procede de las iglesias e instituciones donde éstos ejercieron. Constata su lista con las semioficiales de la Iglesia y su libro lleva el «nihil obstat e imprimatur» de ésta. El número que él da es de 4.184; pero incluye a los seminaristas, que son 249. Lo que, restados, da 3.935. Según el «Anuario Vaticano», había en España en 1936, 29.902 sacerdotes seculares.
Tampoco se ha estudiado la ayuda marítima portuguesa. Sin embargo, en un documento muy poco conocido, Oliveira Salazar pide a su Cónsul General en Burgos que interceda con Franco para salvar la vida de cinco mejicanos hechos prisioneros al apresar el «Mar Cantábrico». Para hacer esta petición más efectiva, añade: «Su Excelencia puede indicarle la circunstancia de que fue gracias a la información que nosotros le dimos, que el barco pudo ser apresado» (4). Al día siguiente, el Cónsul contestó a Oliveira: «Los cinco mejicanos fueron ya fusilados, sin formación de causa».
«La literatura universal en la guerra de España», de Calvo Serer, parecía venir a llenar un hueco en el estudio de tal abundancia. Pero otro libro, «El mito de la cruzada de Franco», de Herbert Rutledge Southworth, vino a demostrar lo ilusorio de tal pretensión y la pobreza de la intelectualidad franquista reflejada en la obra de Serer. Sobre todo al descubrir la gran cantidad de plagios que Southworth critica y compara con formidable precisión de cifras.
En total, y de muy diferentes formas, cubre esta bibliografía crítica (por encuadrarla de alguna manera) alrededor de mil títulos. Y, a la vez que viene a llenar parte de lo que Serer no consiguió, presenta lo inaceptable de la teoría de la cruzada cuya conclusión final es: «Si fue cruzada, la cruz era la gamada». Este libro es hoy uno de los clásicos de la literatura de la guerra, sin que llegue a ser —no era tal su objetivo— la bibliografía crítica que falta y que tan rica producción merece.
Tampoco se ha estudiado con rigurosidad documental y en la extensión que requiere, la subterránea actividad diplomática y sus razones, a pesar de que un gran caudal de documentos alemanes, italianos, franceses, ingleses y americanos han sido publicados en forma de libro y otros muchos son accesibles en los archivos. Evidentemente falta, y quizá nunca se conozca, la documentación rusa; pero aun siendo importante, piénsese que fue en las cancillerías del mundo occidental donde se decidió la suerte de nuestra guerra. Sin duda hay muchos ensayos que, de cerca o de lejos, tratan de nuestra guerra, pero siempre son trabajos que unilateralmente la ven a través de sus intereses nacionales, como es el caso en el «Diario 1937-1938», de Ciano; «Foreign Affairs» de Anthony Eden; «MyMission to Spain» de Claude Bowers y otros. Pero no hay nada que en conjunto y siguiendo las mismas coordenadas analice cada etapa de la guerra y las correspondientes acciones y reacciones de cada cancillería.
Los tres ejemplos que se nos ocurren se aproximan a este enfoque, pero desde ángulos diferentes e incompletos. Son éstos: «International Law and díplomacy in the Spanish civil strife» de Norman Judson Padelford. Excelente trabajo, pero que trata el problema de manera tangencia) a lo que nosotros proponemos. «Survey of internationalaffairs, 1937»,cuyo V. 2 está dedicado a «The International repercussions of the war in Spain». Habida cuenta que esta publicación estaba dirigida por Arnold J. Toynbee, su seriedad no ofrece duda. El tercer libro: «La política internacional en tomo a la guerra de España, 1936» de Luis García Arias parecería, por su título y la seriedad de la editorial, la universidad de Zaragoza, que vendría a ser un verdadero aporte a este tema, defrauda tanto por lo limitado y tendencioso de sus documentos como por sus conclusiones partidistas.
Todo esto nos demuestra que el material está ahí, el estudio no. Entendiendo por tal la política internacional fascista enfrentada a la de las democracias en la arena española.
ES MAS FÁCIL SER MINISTRO QUE BIBLIÓGRAFO
También se nota la falta de una verdadera bibliografía de la guerra civil. Es curioso, y parece que refuta lo antedicho, que el periódico más serio de España y, con mucho, el mejor (nos referimos, naturalmente, a «El País») haya dicho, recién nombrado De la Cierva ministro de Cultura, que: «Lo que los historiadores aprecian
más de su labor es su fundamental «Bibliografía general sobre la guerra de España».En algunos sectores, que sin duda no la han consultado pero que se dejaron llevar por su volumen (729 páginas), este parece ser el criterio; pero veamos cuál es la opinión de Herbert R. Southworth que es considerado, universalmente, como el mejor bibliógrafo de la guerra civil: «Hay que afirmar sin ambages que el corpus de la obra constituye un escándalo intelectual. En la bibliografía del profesor De la Cierva se pueden encontrar nombres de autores que nunca existieron. Se acredita a autores que sí existieron, obras que nunca escribieron. Muchos libros —continúa Southworth— son atribuidos a dos autores distintos. La bibliografía contiene centenares de títulos que nunca han sido publicados en parte alguna del globo».¿Cómo podemos explicar esta acumulación de errores? Southworth lo atribuye a que «Una bibliografía de esta naturaleza que se enfrenta con una multiplicidad de idiomas y de formas literarias, exige de parte de los compiladores cierto nivel de cultura general. El grupo del Ministerio de Información no posee este nivel de cultura general». Sin duda esto es fuerte, pero lo más fuerte es que, como veremos, lo prueba con rigurosa precisión, que en él es lo más característico. Entre los irrefutables datos que da, sólo citaremos algunos autores españoles bien conocidos. «Así, —dice Southworth— este grupo de «historiadores» españoles nos dice... que «Aurora Roja» de Pío Baroja, publicada por primera vez en Madrid en 1904, trata de la guerra civil (fundándose en la autoridad de un profesor inglés que jamás afirmó nada parecido) (p. 80). En este caso Southworth se refiere al hispanista inglés Raymond Carr. «En la página 336 —continúa Southworth— atribuyen a un tal «Ibáñez» (sin más) la obra «Alphonse XIII démasqué. La terreur militariste en Espagne» sin darse cuenta que el primer apellido es «Blasco», aunque ya hubieran hecho esta entrada bajo Blasco Ibáñez, en la página 70. «En muchas entradas de este catálogo —prosigue— demasiado numerosas, el artículo es confundido con un sustantivo, no solamente en inglés, holandés, alemán, francés y portugués, sino también en castellano (Véase Págs. 37-38, 196-197, 255-256, 295, 432, 457, 471-473, 491-492). Apenas hay una referencia en lengua inglesa sin uno o varios errores. Los apellidos ingleses son mutilados casi invariablemente». Siguen seis ejemplos. De autores que aparecen en la bibliografía, pero que nunca existieron, da varios ejemplos, de los que destacamos uno que le sugirió Víctor Berch, bibliotecario norteamericano, en que «Corriere, Emiliano» aparece como autor de «La guerra in Spagna» (p. 170) cuando se trata de un artículo aparecido en el periódico «Corriere Emiliano». Presenta también múltiples casos de un mismo título asignado a más de un autor. Quizá el más sorprendente, por muy conocido, es «Historia del Frente Popular» (p. 323) en el que aparece como autor Helm Mac Kinley (MacKinley no se escribe separado). Pero en la página 510 aparece exactamente la misma ficha, pero el autor es Pedro Pagés Elías, que utiliza el seudónimo de Víctor Alba. Este sí es el verdadero autor.
Un caso curiosísimo (seguimos citando a Southworth) es «El imbroglio» en esta bibliografía sobre otro libro, «Defence of Madrid» de Geoffrey Cox, publicado en Londres en 1937 es aún mayor. En la página 172 el libro es atribuido al autor. En la página siguiente halla nuevo autor: «Creach, Jean»... En la página 172 la traducción rusa de este libro «Oborona Madrida» se atribuye al autor «Cox, Geoffrey», pero en la página 367, el mismo título es atribuido a «Koks, D.». «La conspiración nazi en España» de Otto Katz, aparece en cinco idiomas. En tres los autores son diferentes, y en dos, se da como autor anónimo; pero ni una sola vez aparece el verdadero autor: Spielhagen, Franz «Spione und Verschwórer in Spanien», París, 1936 (p.631). Shpilgagen, B. «Shipione i zagovorschiki v Ispanii», Moscú, 1936 (p. 621). Simon, O. K. «Hitler en Espagne», París, 1938 (p.623). «The Nazi Conspiracy in Spain», Londres, 19Z7 (p.470). «La conspiración nazi en España», México, 1938 (p. 168).
Hasta aquí el muy sucinto trabajo del doctor Southworth, cuyo tulo es: «Los bibliófobos: Ricardo de la Cierva y sus colaboradores», aparecido en «Cuadernos de Ruedo Ibérico», 6 Rue de Latran, Paris, 5. No podemos dar la fecha porque lo que poseemos es una «separata». Creemos que debió publicarse en alguno de los números de 1970.
Nosotros también hemos hecho una crítica de esta bibliografía en «Papers of the Bibliographical Society of America», n.° de marzo de 1970, y en «Mundo Nuevo», de París, n.° de abril de 1970. Para nosotros el pecado original de esta bibliografía o, para ser más precisos, desastre bibliográfico, está sobre todo, en la parte técnica. Esto se debe, creemos, a que no hay un solo bibliotecario entre los cinco compiladores. También es obvio la falta de dirección en la selección de material. Quizá lo más chocante de todo lo incluido es la enorme cifra de títulos (más de 3.700) considerados como «antecedentes» de la guerra. De éstos, unos 80 fueron publicados en el siglo pasado; más de 180 entre 1900 y 1910; cerca de 300 entre 1911 y 1920 y, finalmente, más de 3.000 entre 1920 y 1936. Resulta imposible saber lo que este señor, o señores, entienden por «antecedentes» y «rigor científico - bibliográfico», al que dicen ajustarse. Veamos una entrada: (p. 11).
ANUARIO
«Anuario Estadístico de las producciones agrícolas y Estadística de las producciones ganaderas, 1930».
«Estadística de la producción de las praderas artificiales y forrajes». Esta es la ficha completa en contenido y forma, que se repite, exactamente igual, en 23 fichas más. Pero por si no hubiéramos tenido bastante forraje, vuelven a intercalarlo con «Estadística de la producción de naranja, cereales», etc. (p. 216). Su predilección por el forraje es tal que en casi todas las fichas dedicadas a cereales, árboles, aceitunas, arbustos, olivos, vino, etc., siempre después de punto y aparte, viene: «Estadísticas de la producción de las praderas artificiales y forrajes». Es decir que estas diez palabras, en esta misma forma, aparecen treinta veces en las páginas 11, 216 y 217. Pero no crean que se ha terminado el forraje. En las páginas 16-17, aparece de nuevo bajo:
AVANCE
«Avance de la producción de aceituna de oliva en 1932-33».
«Estadística de la producción de las praderas artificiales y forrajes».
Se podrá ver, por las dos fichas que presentamos, que la entrada principal no tiene sentido ya que no aparece el autor (institución o individuo) ni en el encabezamiento, ni en el cuerpo de la ficha, ni tampoco el editor, ni el lugar, ni la fecha de publicación. Justito el título que, a modo de compensación, se repite dos veces en la primera ficha. De la segunda, AVANCE, aparecen cuatro fichas más iguales, en las que sólo cambia el año. En este caso se hace una sola y se añaden los años que precisen. Pero luego, vienen veintitrés más, bajo la sola entrada de AVANCE y refiriéndose a garbanzos, maíz, naranjas (ya mencionadas bajo ANUARIO Y ESTADÍSTICA), trigo, patatas, etc. Y, en cada una de estas treinta fichas, después de punto y aparte, viene--adivine, lector— «Estadística de la producción de las praderas artificiales y forrajes», al igual que aparece en la entrada anterior. Y a esto llaman «antecedentes» y el señor De la Cierva dice: «Nuestro rigor bibliográfico ha sido estrictamente científico» (Introducción general, p. XXXVI). Por si aún quedaran dudas, he aquí otra de las múltiples entradas con «rigor bibliográfico científico»: «Estudios fotográficos de la destrucción del Alcázar de Toledo» (p.232). Que no se busquen más detalles porque esto es lo único que hay. Otro ejemplo de ese cientifismo lo encontramos en la página 406: las «Obras completas de Azaña» aparecen bajo Juan Marichal como autor. La única relación que Azaña tiene con su propia obra es una referencia confrontada, que dice: «Vea Juan Marichal» (p. 60). De estos casos hay montones. Entre los «antecedentes» que mueven a risa, citaremos sólo media docena: «El amor libre».Madrid, 1900 (p.4). «La mujer en la sociedad moderna», París, 1895 (p. 2). «Higiene de la primera infancia» (puericultura) (sic), Valencia, 1931 (p. 662). «El naturalismo y el progreso mecánico biológico», Barcelona, 1925 (p. 114). «Materiales para el derecho municipal consuetudinario en España», Madrid, 1875 (496). «Programma Kommunisticheskoi Partii Sovietskogo Soiuza, Moskva. Donde se manifiesta su mayor ignorancia y atrevimiento de «sábelo todo» es en haber copiado 1250 fichas (sin consultamos) de nuestra bibliografía (de la que hablaremos más adelante) desnaturalizando en decenas de casos nuestras entradas y poniendo en su lugar otras que, por lo absurdo de su «rigor científico - bibliográfico» vienen a herir nuestro prestigio, ya que por haber puesto nuestras siglas al final de cada ficha, aparecemos como el autor de esas idioteces bibliográficas. Porque, para colmo, el señor De la Cierva dice que pone en cada ficha que copia las iniciales para «no hacerse responsable de las posibles inexactitudes que puedan contener» (p. XXXVI). Pero son ellos los que cometen las inexactitudes al modificar las entradas, en nuestro nombre. Esto es francamente intolerable.
Veamos cuatro casos:
Obsérvese que han eliminado la entrada principal en las tres primeras fichas (que es lo más importante en una entrada catalográfica) y, en su lugar, pusieron la primera palabra del título. En la última, cambiaron el nombre del autor por el del compilador y crítico, que es Gaetan Picon. Malraux es el autor porque de él son los escritos que en el libro aparecen, de ahí el título: «Malraux par luiméme». Pero dándoselas de listos, porque en el cuerpo de nuestra ficha aparece, Par Gaetan Picon, lo colocaron como autor. Que esto es así lo vernos en la crítica que el señor De la Cierva hace de nuestra bibliografía (p. 11) cuando dice: «Después de citar como autor a Malraux, y del título «Malraux par luimeme», viene el subtítulo: «Par Gaetan Picon». Neta confusión de entrada por materias en un catálogo de autores, que se hubiera solucionado con el más sencillo sistema de verificación». Hasta aquí su crítica, que ampliaremos más adelante. Desde luego parece más fácil llegar a ministro —y por ello le felicitamos- que hacer una crítica bibliográfica. Veamos: Ni la entrada es «por materias»; ni «Par Gaetan Picon» es un «subtítulo»; ni Gaetan Picon es el autor (no puede ser las dos cosas a la vez); ni su «neta confusión» se resuelve «con el más sencillo sistema de verificación». No, la ignorancia de una materia sólo se resuelve estudiándola, aunque el señor De la Cierva diga, apoyándose indebidamente en Jacques Dampierre, que «estas normas (bibliográficas) no son en el fondo más que la normalización convenida del sentido común» . La implicación, en caso contrario, sería que éste le ha desasistido, y no creemos que tal sea el caso; sin embargo (y perdónennos nuestros lectores, de cuya capacidad no dudamos), parece que sea necesario explicar que un subtítulo es la parte explicativa o ampliatoria que sigue al título después de punto, o entre paréntesis. Si añadimos en el cuerpo de la ficha «Par Gaetan Picon» fue porque así aparece la página-título y porque en la excelente colección «Par luiméme», el compilador y la crítica que éste hace, suele ser casi tan importante como la obra misma. Además, hay una regla catalográfica que dice: «La entrada principal debe hacerse por el autor cuyos escritos ocupan la mitad más una de las páginas de una monografía». Pero si no se creyera en nuestra autoridad, por favor, consulten « Library of Congress», que es el mejor y mayor catálogo del mundo. Su ignorancia es tan grande que, como demostramos en la ficha paralela a la nuestra, 1220, eliminaron la editorial H.M.S.O.
de nuestra entrada y, en su lugar, pusieron House of Lords. Naturalmente, no saben que las cuatro iniciales corresponden a: His (o Her) Magesty Stationary Office, que publica todos los libros, documentos, circulares, etc. del Estado. Además han eliminado la serie y el número del volumen, tan necesario para localizar el que trata de nuestra guerra. Esto que más bien parece una crítica de la obra —y lo es como exponente— era necesario para desmitificar su valor y, como consecuencia, probar la necesidad de una verdadera bibliografía de la guerra civil, al igual que hacemos con otros temas de este trabajo. Y ahora le toca el turno a nuestra «Bibliografía de la guerra civil española, 1936-1939». Montevideo, El Siglo Ilustrado, 1964, 559 Págs. Inútil decir que no tiraremos piedras a nuestro tejado, ni que haremos una autocrítica, ya que ello tiene más bien una connotación política; aclararemos, sin embargo, que varias fueron las razones para nuestros errores. Desde el día en que tuvimos que salir corriendo de España en 1949 y hasta 1963 (después de haber visitado o vivido en 38 países), no hemos cesado de recoger en los lugares más inverosímiles, títulos y notas bibliográficas sobre nuestra guerra. Nuestro macuto de peregrino llegó a estar tan abarrotado de recortes, fichas y papeluchos, además de algún que otro libro, que no quedaba lugar para los pantalones de repuesto. Y un día, al llegara Montevideo, decidimos pararnos, revisar todo aquello, alfabetizar, agrupar por materias y hacer listas. Revisar 6.000 títulos que, cuando no se tiene acceso a una bibliografía universal parece imposible, resulta aún más difícil si se piensa en la cantidad de idiomas en que se han escrito. Por cansancio decidimos terminar la faena, sin haber podido contrastar nuestras fichas, ni con los libros, ni con fuentes bibliográficas serias, en una cantidad considerable de entradas. Y... así se publicó. Veamos las críticas: Primero la de Southworth, formando parte de la crítica que hace del señor De la Cierva. Dice: «Hay errores, sobre todo errores de imprenta, en la bibliografía de García Durán; pero como obra de referencia es más útil que la del profesor Ricardo de la Cierva. Hay mucha más información errónea en el catálogo preparado en Madrid por un catedrático de Geografía e Historia, dos licenciados en Filosofía y Letras, una licenciada en Ciencias Políticas y un profesor de Geografía e Historia, con los recursos del Estado español detrás de la obra, que en la obra del exilado español en Montevideo. A pesar de su implacable denuncia de la obra de García Durán, De la Cierva utiliza esta obra como fuente de más de mil entradas. Utiliza el libro de García Durán como fuente de 106 entradas en una sola letra, «M». Pero en 1965 afirmaba que García Durán «carece por completo de la más elemental formación bibliográfica». Casi todos los seudónimos revelados en el libro de Ricardo de la Cierva vienen de la bibliografía de García Durán, información que De la Cierva maneja con tan poca habilidad que, en general, lo conduce al error. Pero no solamente el profesor De la Cierva utiliza sin pudor la obra que él había demolido con desprecio unos años antes, sino que la utiliza cobardemente también, rechazando toda responsabilidad por lo que de ella utiliza. Así pues, este bibliógrafo rehúsa toda responsabilidad por más de la cuarta parte de sus entradas». (Copia de varias bibliografías).
«...En vez de sembrar injustamente dudas sobre las obras de García Durán y otros —sigue— Ricardo de la Cierva hubiera debido trabajar, o haber hecho trabajar a sus colaboradores, comprobando las entradas que consideró dudosas. Estas constituyen más del 25 por 100 de su bibliografía».
La crítica que de nuestra bibliografía hace el señor De la Cierva, apareció en el «Boletín de orientación bibliográfica» de marzo-abril, 1965, publicado por el Ministerio de Información y Turismo. Esta crítica se caracteriza por su mordacidad, su desconocimiento del tema y un gran apetito por llenar folios. Tan es así que, después de reseñar la lista de títulos de materias (10 líneas), dice: «Índice de materias que no es más que la relación alfabética de los epígrafes anteriores». Francamente ignoramos lo que quiere decir con ese «que no es más que la relación alfabética de los epígrafes anteriores». Sublime perogrullada digna de un epitafio por lo que tiene de descubrimiento. Después de decir que «el autor ha intentado superar prejuicios partidistas», nos lanza el primer golpe bajo: «El autor carece por completo de la más elemental formación bibliográfica. Los continuos fallos de enfoque y de método convierten esta bibliografía en un montón desarticulado de datos inconexos». Como ya hemos visto al analizar su bibliografía y, sobre todo, en la ignorancia que muestra al tratar la entrada sobre Malraux, este señor carece del conocimiento y autoridad que se requieren para llegar a tales conclusiones. En cuanto a nuestra formación bibliográfica sólo diremos, porque no hay forma de evitarlo, que poseemos el título —que nos costó tres años de universidad— de Licenciado en Ciencia Bibliotecaria, cuya profesión ejercimos casi veinte años y, cuatro más, de archivista. Y, además, el doctorado en Historia, obtenido en la Sorbona, con una tesis sobre la guerra civil.
Sobre los «fallos de enfoque y de método», los hemos tomado del sistema de la «Library of Congress». El método ha consistido en agrupar las entradas por materias, reuniendo así el material que trata de un determinado aspecto de la guerra (Aspectos religiosos; Represión; Atrocidades; Prisioneros; Resistencia, etc.), para así facilitar la investigación de quien, interesado en un solo aspecto, puede descartar el resto. Para aquel investigador que, interesado en un autor, quiere conocer sus publicaciones, repasa el índice de autores (hay otro para las materias), y uno o varios números indicativos lo guiarán a la entrada que le interesa. Hasta hoy no se ha inventado nada ni más fácil ni más rápido.
Luego nos afea el no haber añadido una fe de erratas (su bibliografía tampoco la tiene, quizá porque se requeriría otro volumen) y da una lista de 28. De éstas, 2 las ponemos en duda por no tener el libro, y 11 no tienen errata alguna. Aquí se manifiesta su desconocimiento de idiomas. El que la edición sea trilingüe lo considera «snobismo». Y para decirlo con mayor autoridad dedica ocho líneas. Nos acusa de que en nuestra obra falta un «criterio delimitador» y, como ejemplo, presenta (ficha 1.396) «La naranja en la economía española» (que después copia él en su bibliografía) y que nosotros incluimos en la materia: «Aspectos económicos y Finanzas» porque la naranja fue una fuente de divisas durante la guerra y después de ella. Como hemos visto hasta la saciedad, él prefiere «las praderas artificiales y forrajes». Otro ejemplo, de los dos que da, es (ficha 1.348): «Régimen jurídico de las inversiones extranjeras en España». Luego, y siempre tan ecuánime, continúa: «En esta sección (Periódicos políticos) el autor pierde su ecuanimidad y moteja a diversas publicaciones de «fascistas» (fichas 3.213 y 3.190)... Afortunadamente estos desahogos anacrónicos solamente aparecen en esta sección». Lo que no dice, el muy granujilla (y colaborador de uno de ellos), es que se trata de «Arriba» y «Cara al Sol» y que, en los casos de «Adelante» decimos socialista; «Mundo Obrero», comunista; «La Batalla», trotskista; «CNT», libertario, etcétera.
En vez de despacharse de esa forma, sería mejor que el ilustre bibliógrafo nos indicara un método alternativo para definir y diferenciar cada uno de estos periódicos. Para acusarnos de haber «olvidado» un gran número de títulos emplea casi media página; pero después de ese esfuerzo por demostrar que tras ello hubo alguna intención no confesada, termina por decir (ya se olvidó de lo anterior) que «en el desdichado sistema del autor se esconde el inequívoco anhelo de elevar como sea el número de fichas». Después de tres ejemplos dice: «De todas formas el record de repeticiones es para el Diario de Galeazzo Ciano»: Da los números de 12 fichas y siguen comentarios mordaces.
Veamos ahora lo que dice Southworth sobre esto: «El experto en bibliografía de la guerra civil, del Ministerio de Información va demasiado lejos en su voluntad de herir a García Durán. Hay dos «Diarios» de Ciano y no uno (Hay tres, si incluimos el volumen «Papeles diplomáticos»). El de 1937-1938 y el de 1939-1943. Sólo una de las ediciones citadas por García Durán es exactamente idéntica a otra: Las ediciones de Londres y Nueva York del Diario de 1937-1938. Cada una de las otras ediciones, incluso la publicada en España, tiene un prefacio diferente. Esta diferencia debe ser señalada por el bibliógrafo y justifica la inclusión de las diferentes ediciones. Pero cuando De la Cierva publica su bibliografía, cuatro años más tarde, sobrepasa el «record de repeticiones» de García Durán. El exilado español mencionó solamente las ediciones de Milán y Barcelona del Diario de 1939-1943; Ricardo de la Cierva menciona cuatro ediciones. De la Cierva llega hasta hacer, en la misma página, tres entradas de la sola edición de Milán. García Durán citaba cuatro ediciones del Diario de 1937-1938; De la Cierva el mismo número».Después de hablar de «carencia absoluta de métodos», dice: «Para García Durán, el autor de un libro titulado «L'assasinat d'Andrés Nin». Paris, Spartacus, 1939 (ficha 2.353) es, nada menos que NIN, Andrés. De nuevo su ignorancia bibliográfica le hace meter la pata. La entrada principal (ficha 5.571) aparece bajo el título, porque el autor es anónimo. Luego, la repetimos bajo NIN, ANDRES, como materia de que se trata, porque de otra forma sería casi imposible de encontrar entre más de 6.000 títulos, a menos de conocer la obra, en cuyo caso no consultarían la bibliografía. Más aún, todo catálogo de una biblioteca bien organizada, presentará a continuación de las entradas de un autor, todas aquellas que traten de éste. Razón de más para que nosotros hagamos lo mismo por ser la nuestra una bibliografía por materias, y ser ésta la única forma de localizar una obra anónima. Pero lo más grande es que en su bibliografía, que no es por materias, cae en las mismas faltas que a nosotros nos imputa en cinco casos —localizados por Southworth— que son: Alfonso de Churruca y Zubiría (p. 181); Hans Beimler(p. 85); Angel Pestaña (p.526); Pablo de la Torriente-Brau (p.650) y José Antonio Primo de Rivera (p. 540). Si esta crítica no se hiciera interminable podríamos triplicar el número de páginas. Southworth llenó 45.
También analizó nuestra bibliografía el catedrático don Vicente Palacio Atard quien, con lenguaje de gentleman, y después de destacar un buen número de repeticiones (cuyo origen está en repetir algunos libros que cubren más de una materia y allí deben incluirse) termina diciendo (evidentemente con razón) que «ni son todos los que están ni están todos los que son».
«Papers of the Bibliographical Society of America» reconoce el «gran aporte a la investigación de la guerra civil, si bien no es todo lo suficiente que se requiere, dada la gran producción bibliográfica».
«Ibérica», de Nueva York, considera que es «una excepcional aportación al estudio del período que recoge, como a la investigación de las fuentes sobre la materia».
Finalmente, sólo nos resta decir que al mes de que el señor De la Cierva publicara su crítica (sin firma) en el «Boletín de Orientación Bibliográfica», mandamos una contra-crítica, con acuse de recibo, al señor Robles Piquer, que era su director. Pero, inútil decir, que ni se publicó, ni dijo esta boca es mía. Por entonces, 1965, podía insultarse impunemente. Hoy, aunque el cambio no ha llegado a rompimiento, ni el señor De la Cierva ha dejado de ser impulsivo (hable de teatro u otra cosa) se puede decir: «Qué error, qué inmenso error» y, luego; «Me equivoqué con Suárez».
Claro que hay cosas que tienen muy difícil rectificación, sobre todo cuando se dicen con toda seriedad, por ejemplo: «Nadie puede escribir la historia de la guerra española, sin saberse de memoria sus cien himnos». (Introducción general a la Bibliografía... p. XVI).
Para completar el tema, diremos que bajo la dirección del profesor don Vicente Palacio Atard se ha publicado (quizá aún sin terminar) «Cuadernos bibliográficos de la guerra de España». Madrid, Cátedra de Historia Contemporánea, 1966. Estos cuadernos se dividen en series y cada uno de ellos recoge separadamente folletos, memorias, periódicos, novelas, etc. Su mayor importancia está en que es una bibliografía crítica. Su estructura, así como las entradas, muestran claramente que son obra de bibliotecarios, por su minuciosidad y precisión. Esto, y el hecho de que cada entrada sea tomada directamente de la obra a catalogar, le da una seriedad que no se encuentra en ninguna de las bibliografías publicadas. La nuestra incluida, claro está.
Otra bibliografía, insignificante en cuanto al número de entradas, es la de F. Amador Carrandi «Ensayo bibliográfico de las obras y folletos publicados con motivo del movimiento nacional». Bermeo. Publicación de la Diputación Provincial de Vizcaya. En 160 páginas, contiene algo más de 600 títulos y 250 notas bibliográficas. Hubo también algunos ensayos bibliográficos y, que sepamos, tres proyectos de bibliografías que no llegaron a publicarse. Aunque es posible que una de éstas llegue a aparecer; en cuyo caso vendría a ser el instrumento más completo y necesario de trabajo, que todos esperamos, por ser obra de bibliógrafos.
J. G. D.
(1) Sólo existen, nuestra tesis doctoral en la Sorbona: «Guerra Civile Espagnole, 1936-1939. Interventions étrangeres sur mer». «Foreign intervention on the sea», que publicó la Universidad de Leiden en 1973 y un artículo publicado en «Historia 16», n.° 20.
(2) Véase el documento íntegro en «Historia 16», n.° 20, pp. 79-88.
(3) Uno de los tripulantes, Ivan Gaidaenko, escribió un libro: «Santa María», cuyo título se debe al relato que hace de la vida de los marinos en el penal de este nombre. En él menciona las torturas. Ivan Gaidaenko. «Santa María». Kiev, Dnipro, 1970.
(4) Portugal. Ministerio dos Negocios Extrangeiros. Telegrama n.° 15, 22-IV-1937.