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sábado, 30 de mayo de 2009
Entrevista a María Chana
MARÍA CHANA - Pintora
/Club Infornación, enero 2004
«Es fundamental diferenciar entre la creación y la vida»
Por ÁNGELES CÁCERES
La última entrevista fue en el Palas, ¿recuerda?
Perfectamente, en la terraza frente al mar.
Su pintura de entonces era dolora, tremenda; la de hoy está clarificada, como si se hubiera destilado en ella una nueva alegría.
Es difícil ser objetivo con uno mismo, sobre todo cuando se trata de arte que es lo menos objetivo que hay; no recuerdo exactamente, pero tengo idea de que era una obra más dura, en el sentido de que quizá había menos connotaciones figurativas; los esquemas de trabajo y la superficie del cuadro eran como mucho más netos, jugaba con planos fundamentalmente y los colores eran también más planos. Creo recordar que el cuadro estaba muy cerrado por los bordes.
Exacto: eran cuadros prisioneros.
Puede ser. Está claro que, trabajando con aquello por lo que casi todo el mundo me conoce, que son los rojos, eran mucho más dramáticos. Cualquier color depende de cómo lo trabajes y en qué contexto, pero sí creo que he ido soltando de alguna manera un cierto «miedo» a la normativa, digamos, pictórica. Quizá en la medida en que te vas haciendo mayor, no es que te hagas más dueño de tus recursos sino que te vas haciendo como más libre en el sentido de la expresión. No tienes que reivindicar tanto quién eres, aquello va apareciendo sin ningún esfuerzo, va estando ahí, y lo aceptas. Eso en pintura por supuesto que se refleja, no estoy hablando tanto de anecdotarios personales como puramente plásticos. Esas estructuras dentro del cuadro tan sumamente cerradas, jugando también bastante con grandes planos geométricos y al mismo tiempo con grandes superficies, se han ido contaminando. Ahora hay más elementos y más sugerentes, y ha ido habiendo una evolución de determinadas formas que en principio fundamentalmente eran para crear una arquitectura dentro del cuadro, y poco a poco se han ido soltando y convirtiendo en algo que en esta exposición son como sugerencias vegetales.
Incluso selváticas, es cierto.
Pero de una selva dulce. Los antiguos círculos, sencillamente por aplastamiento o alargamiento, se fueron transformando en otras manchas y devinieron en exposiciones anteriores en algo que semejaba pez, o ave. Siempre estamos jugando con esa ambigüedad en un lenguaje que antes era como más puramente pictórico, y ahora creo que hay elementos tan evidentes que ni yo misma me los puedo negar. Lo cual no quiere decir que yo construya ahora los cuadros menos que antes, o los piense menos, o cambie el concepto de una exposición. Pero la propia evolución te va llevando a ciertos sitios. Y, bueno, a lo mejor en lo personal también me siento más libre, menos condicionada; para construir unas cosas tienes ir dejando de lado otras. Son caminos y tú mismo te vas definiendo, el propio impulso de la pintura te va llevando.
Impulsos de libertad, eso es especialmente hermoso.
Lo que es evidente es que en esta exposición presento una pintura más vital, menos tenebrosa.
Tocada por la alegría. ¿Quiere eso decir que ahora es usted más feliz que antes?
La verdad es que no me lo he planteado; pero sí quiero contarte algo que tú vas a entender mejor que nadie. Hace algo más de un año murió de cáncer de pulmón un hermano mío al que adoraba: fue una etapa angustiosa, desde que se lo diagnosticaron. Yo tenía compromisos profesionales y no sabía ni cómo afrontarlos, estuve con él todo el tiempo que pude, mi vida estaba pendiente de aquel dolor. Hubo un cierto bajón en mi obra, no en el tono sino en los elementos, no sólo era oscurecer los colores, sino ensuciarlos.
Es natural: se le había ensuciado la vida.
Sí. Utilicé esos trucos que ya conoces para seguir en pie, aceptarlo, tratar de ser feliz y sobre todo hacer felices a los demás. Y luego he descubierto que ese tapón que te pone la vida, cuando estalla, te das cuenta de que es legítimo que vuelvas a ser feliz.
Más que legítimo, María. Es el legado que nos dejan los que se van: un legado de luz.
Y eso se refleja en la obra. Me ha servido para dar por lo menos tres pasos de golpe hacia la alegría de vivir. Ahora verás elementos como el uso de pequeños dorados; el uso de ciertos brillos, de ciertas lacas utilizándolas como color, se ha ido pasando a los dorados. Y ahí sí que hay como una cierta poética, religiosidad, no sé como llamarlo?
Por su nombre: llámelo amor.
Lo cierto es que lo he buscado como necesidad. Yo siempre he buscado que a mi pintura se pueda acceder directamente, sin tener que analizar demasiado, por lo menos al principio. Fíjate, algunas veces he pensado que sería interesante exponer, no los bocetos, sino todas esas obras que aparcas, que abandonas, en las que buscas y no acabas de encontrar.
Eso que luego se paga a precio de oro, como los originales llenos de tachones de un escritor.
Claro, todo lo que uno se niega a sí mismo, las trampas, las dudas.
Lo que dice Fabrice Melquiot de su obra es muy hermoso: interrogatorio al otoño, azafrán de los prados, tu boca en tres inviernos, cénit del lago? cuadros que miran y hacen temblar.
Es que yo, como títulos no sé poner, siempre pongo: pintura.
Deje las palabras a otros y siga pintando, no es menester más. Oiga, he visto a su marido quedarse fascinado ante cuadros suyos que ni conocía, ¿qué supone Fernando en relación a su obra?
A mi obra y a mí: muchísimo. Nosotros nos casamos jovencillos en el 72 y hemos crecido juntos como personas, afectivamente, intelectualmente, con todo lo que eso implica. En Fernando tengo apoyo, equilibrio, calor? Él es muy razonable y muy racionalista. Creo mucho en él y, además, somos complementarios; él me aporta su pragmatismo, sus pies en la tierra, siempre está a mi lado cuando necesito un ancla para no perderme en las nubes, algo a lo que soy muy dada por naturaleza. Que él pueda quedarse fascinado ante un cuadro mío después de más de treinta años juntos es realmente alentador. Y lo bueno es que nuestras trayectorias profesionales nunca se interfieren; a veces pasa tiempo sin ir por el estudio, no sabe qué estoy haciendo, y yo tengo una recompensa fantástica; el ver su mirada limpia, de descubrimiento? Yo ahí me leo, leo mi obra a través de su mirada y eso me sirve mucho, porque respeto y me fío de su criterio estético para saber dónde sí he acertado, dónde no? Es bonito, yo le doy a él una alegría y él me la da a mí.
En nuestra anterior entrevista usted me habló de una infancia feliz, cuatro hermanos, vacaciones en la sierra? ¿recuerda?
Cercedilla, claro. Siendo una niña de Madrid mi conocimiento del campo, o de lo que más se le pudiera parecer, se limitaba al Retiro y el Botánico, porque yo vivía en Atocha. Mis primeras ensoñaciones, a través de las lecturas y los cuentos, fundamentalmente eran en el Botánico. Así que en Cercedilla descubrí lo que eran las vacas, y las boñigas de las vacas, y la planta del cardo, y las moras y el color que te dejan cuando te manchas? ¡y los vilanos! Los vilanos eran fascinantes.
Como una metáfora de la vida, que cada vez que quieres cogerlos se te deshacen en las manos.
¡Sí, exactamente! ¿Y cómo se podría pintar eso, sin hacer realismo? Es como cuanto Antonio López intenta atrapar el tiempo, el devenir, el paso de la vida.
El sol del membrillo.
Y no puedes, es una frustración continua porque el presente al pasar un segundo ya es pasado. Los vilanos me parecían hermosísimos, eso de ni siquiera poder guardarlos en un botecito.
Sabe usted muy bien que la belleza se guarda en el corazón.
Claro. Así que son recuerdos preciosos, las vacaciones en familia, reencontrarnos con otras familias numerosísimas y llenas de niños, la libertad absoluta, eso de que te caes y te destrozas una pierna y no pasa nada porque las heridas dolían mucho menos. ¿Tú te acuerdas de aquellos telefonitos que hacíamos con cajas de cerillas?
Claro, y escuchar a través de la pared arrimando un vaso.
Y trasnochar; y hacer excursiones que, al ser pequeño, te parecen lejísimos; los olores del campo y de los animales; los sonidos, los ecos? todo eso que dentro de una ciudad lo desconoces.
Pero aunque su infancia sea madrileña María Chana es nuestra, ¿cuánto tiempo lleva aquí?
Veintiséis o veintisiete años porque David, mi hijo, tenía tres y va a cumplir treinta. Muchísimo tiempo, a mí me parece que llevo toda la vida en Alicante.
Y sin parar de pintar.
Efectivamente. Todos los días voy al estudio, mañana y tarde; y no me gusta que me interrumpa nadie cuando estoy pintando, eso me suele perturbar bastante.
Usted es de esos artistas que separan totalmente el ámbito de trabajo del familiar, según creo.
Sí, me parece fundamental diferenciar entre la creación y la vida, tener un espacio para cada una de las dos. Vivimos por la zona de El Cabo, y el estudio lo tengo en el barrio antiguo, en la calle Argensola.
Pues mucha tranquilidad no debe disfrutar para pintar, entre grúas y andamios.
Es un poco terrible, verdaderamente. Por el ruido, por el polvo que se mete por todas partes, y más en las casas antiguas como es la de mi estudio, con balcones que no cierran bien y cosas así. No son sólo las grúas, las zanjas y los martillazos sino las canciones de los albañiles, el barullo de la gente que sale de marcha, el ruido de los camiones de botellas? bueno, al final aprendes a abstraerte para poder trabajar, qué vas a hacer.
Ahora que en su obra renace la vegetalidad, ¿qué siente viendo que la ciudad la pierde?
A mí me parece terrible el dibujo, el croquis que se ha hecho de esta ciudad y que se agrava cada día con más y más cemento. Todo son paralelismos, grandes avenidas impersonales, no hay barrios diferenciados? pero eso es lo que diseñan los políticos.
Y los políticos, ya se sabe, no hacen caso ni a su madre.
Ni a su madre. Pero la gente los sigue votando. Mira, yo que todavía compro tabaco, y el pan y así cerca del estudio, oigo a la tendera quejarse todos los días. Pero luego llegan elecciones y en esos barrios sale mayoría de la derecha; oye, si no te gusta lo que hacen, ¿por qué los votáis?
A usted no parece haberle afectado la «travesía del desierto» a que han condenado a otros artistas «rojos» como Arcadi Blasco, ¿cómo ha logrado salvarse?
No lo sé; yo creo que los cambios políticos no me afectan tanto como a un escultor al que se le encarga obra pública por parte de las instituciones; las galerías y el público se mueven con más libertad. En cualquier caso todo el mundo sabe que yo soy una mujer de izquierdas; aunque yo creo que las izquierdas y las derechas en cierto modo han cambiado. Bueno, las derechas menos. Pero las izquierdas, una gran parte de ellas, se han contaminado mucho para ganarse a la gente.
Y un voto no vale una idea.
Yo entiendo que no se puede cambiar tanto. Y volviendo a lo que hablábamos de las zonas verdes, que deberían ser pequeñas islas de sosiego y lugares de encuentro, no hay más que una triste realidad: eso desaparece.
Nunca lloraremos bastante el Paseíto de Ramiro.
¡Nunca!. Lo seguiremos llorando con el muro del Raval y con todo lo demás que destruyan. Esta ciudad ha tenido varias oportunidades de enderezar eso y no se ha hecho: la están desgarrando. La están sacrificando por pura y dura especulación, no es verdad que la población crezca tanto, no hace falta construir tanto.
Y de las líneas culturales que se siguen, ¿qué opina? ¿Le gusta el Castillo de Santa Bárbara cuajadito de estatuas, por ejemplo?
Tú sabes muy bien lo que opino. Y yo tampoco subo al castillo, por no ver esas agresiones. Pero no puedo dejar de pasar por la Puerta del Mar, y cuando veo a los soldaditos me da un vuelco el estómago. No por lo que representan (que también, porque no es el lugar idóneo) sino por la nula calidad del monumento. Está claro que eso sólo le puede gustar al señor Trillo.
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