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domingo, 22 de febrero de 2009
Grupo de poetas que viajó a Colliure en 1959.
Cultura-Granada "Mi Idea"
'Ínsula' recuerda a Machado
La revista literaria homenajea al poeta sevillano con los testimonios de los poetas que viajaron a Colliure en 1959. 70 años de la muerte de Machado.
'Ínsula' recuerda a Machado
/ IDEAL
La revista 'Ínsula' conmemora los setenta años de la muerte de Antonio Machado (Sevilla, 26 de julio de 1875-Colliure, Francia, 22 de febrero de 1939) con un monográfico, 'Colliure, 1959', que revisa la significación política y literaria del poeta andaluz. Lejos de ser un número contemporizador, 'Ínsula' hinca el diente en todas las manipulaciones e intereses -políticos, literarios y editoriales- que han rodeado y siguen rodeando la figura del vate.
En los primeros años cuarenta, Dionisio Ridruejo -a través de la revista 'Escorial'- reivindica un Machado que, en su opinión, comulga con el ideario del régimen. Ese Machado «intimista, esteticista y ensimismado» es el que continúa ensalzando la revista 'Cuadernos Hispanoamericanos' a los diez años de su muerte. Sus colaboradores se vuelcan en alabar una pluma «eterna y trascendente». Sólo un jovenzuelo, Eugenio de Nora, se atrevió a mencionar el «inconformismo de un hombre combativo que se convirtió en portavoz de la conciencia colectiva». La semilla de Nora germina y en 1959 surge el 'otro' Machado.
Un grupo de escritores y poetas, entre los que figuran Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald, peregrinan a la tumba del poeta en Colliure. Y allí alzan la voz para referirse al hombre «de moral republicana» y a la persona «de impecable coherencia democrática».
José Ángel Valente discrepa de sus compañeros y se lamenta de que se utilice a Machado como «pancarta y propaganda». A partir de aquel momento la poesía se bifurcaría en dos bandos irreconciliables: por un lado los 'poetas de la experiencia', que creen que la poesía debe conectar con la vida (Jaime Gil de Biedma), y por otro los 'poetas del silencio', que piensan que la poesía debe aproximarse a la metafísica (José Ángel Valente).
Instrumentalizado
La coordinadora del monográfico de 'Ínsula', Araceli Iravedra, defiende al Machado «integral». «Tanto la derecha como la izquierda le instrumentalizaron, y es un poeta al que hay que leer sin prejuicios», aseguró esta profesora de Literatura en la Universidad de Oviedo. «Tan interesante es su faceta combativa de 'Campos de Castilla' como el intimismo de 'Soledades'», subrayó.
Iravedra cree que la vigencia de Machado no declinará nunca. «Hubo poetas en los sesenta que renegaron de él, pero más por actitud iconoclasta, por derribar al 'mito academicista', que por consideraciones puramente poéticas. De hecho muchos de estos poetas están hoy olvidados, mientras que el magisterio de Machado continuó influyendo en las siguientes generaciones».
Luis García Montero es uno de sus grandes devotos. También José Manuel Caballero Bonald y el cantautor Joaquín Sabina. El monográfico de 'Ínsula' reproduce una fotografía de 2007 en la que se ve a estos autores en la tumba de Colliure. También aparecen en la instantánea el desaparecido Ángel González, la novelista Almudena Grandes y el editor Chus Visor. «La gran cualidad de Machado es que era un poeta profundo y, al mismo tiempo, muy asequible para el lector medio», explicó Iravedra.
70 años de la muerte de Antonio Machado
La voz de Machado resuena en Collioure 70 años después de su muerte
22.02.09 | 14:52 h. EFE
Los versos de Antonio Machado han sonado en Collioure, donde murió en el exilio hace hoy 70 años [22 de febrero 2009], en la voz de jóvenes poetas andaluces que han homenajeado al sevillano y rememorado su breve estancia en la pequeña localidad francesa, donde yacen sus restos.
Homenaje realizado al poeta Antonio Machado junto a a su tumba, en Collioure (Francia), con motivo del setenta aniversario de su muerte, en el que estuvieron presentes la consejera de Cultura, Rosa Torres y la presidenta del Parlamento de Andalucia, Fuensanta Coves. EFE
En Collioure, última etapa de su penoso peregrinaje hacia el exilio, una delegación andaluza encabezada por la consejera de Cultura, Rosa Torres, y la presidenta del Parlamento de Andalucía, Fuensanta Coves, ha revivido los últimos días del poeta, declarado por la Junta autor del año junto José Antonio Muñoz Rojas.
El acto, promovido por el Centro Andaluz de las Letras, ha servido de unión simbólica de las ciudades que vieron nacer y morir al autor de "Soledades" en forma de arrayán, el que procedente del Palacio de las Dueñas de Sevilla, donde Machado nació en 1875, ha sido depositado en su tumba junto a un ramo de flores.
Tras la lectura, en la Casa de la Cultura de Collioure, de una selección de poemas de Machado a cargo de una joven generación de poetas procedentes de las ocho provincias andaluzas, la delegación ha revivido la llegada, el 28 de enero de 1939, del autor sevillano junto a parte de su familia -su madre, su hermano José y la mujer de éste- a esta pequeña localidad francesa de unos 3.000 habitantes.
Con Monique Alonso, promotora de la Fundación Antonio Machado de Collioure, como guía, el recorrido se ha iniciado en la estación a la que aquel lluvioso día llegaron el poeta y su familia desde Barcelona en la que fue la última etapa de su penoso periplo hacia el exilio huyendo de la Guerra Civil por sus ideales republicanos.
Acompañados por el periodista y escritor Corpus Barga, los Machado se dirigieron, por recomendación de un ferroviario, hasta el cercano hotel Bougnol-Quintana tras un corto pero difícil recorrido a pie y en taxi en el que la madre de Machado, exhausta y desorientada, preguntaba cuándo llegarían a Sevilla.
Tras una breve parada en un comercio de lencería masculina (hoy tienda de vinos) para reponerse del trayecto, los Machado se instalaron en el hotel, donde el poeta, sin apenas dinero y ya gravemente enfermo de neumonía, murió apenas un mes después de su llegada a Collioure y tres días antes que su madre.
La pensión, ubicada en una calle que hoy lleva su nombre, conserva intacta la habitación en la que ambos pasaron sus últimos días y en la que probablemente Machado escribió uno de sus últimos versos, el que a su muerte encontró su hermano en el bolsillo de su abrigo -"Estos días azules y este sol de la infancia"-, que hoy ha rememorado su sobrina nieta, Mercedes Lecea, presente en los actos.
Mercedes Lecea ha pedido a las jóvenes generaciones de poetas andaluces que extiendan el mensaje de "compromiso, integridad moral y tolerancia" que legó Machado con su obra, su vida y su muerte.
Durante el acto, en el que también han participado los escritores Antonio Rodríguez Almodóvar y Aurora Luque, entre otros, la consejera de Cultura ha subrayado la complejidad de la obra del que ha considerado "una de las voces más lúcidas de la lírica andaluza" y el compromiso de un hombre "de ideas e ideales".
Por su parte, la presidenta del Parlamento de Andalucía, Fuensanta Coves, ha resaltado la valentía de Machado por "elegir decididamente la luz" ante "los agresores de las libertades", y ha abogado por rememorar a este miembro tardío de la Generación del 98 "en tiempos de incertidumbre".
El homenaje, que se inició con una visita al Ayuntamiento de Collioure, donde la delegación andaluza fue recibida por el alcalde, Michel Moly, ha concluido en el cementerio donde yacen los restos de Machado y de su madre, que hoy, como cada 22 de febrero, ha recibido numerosas visitas, entre ellas la del cantautor Paco Ibáñez, que ha interpretado "Proverbio y cantares" a los pies de la tumba.
MI HOMENAJE A ANTONIO MACHADO
Amada Alicante
Cartas a Alicante /Alacant, por Ramón Fernández Palmeral
1.- AMADA ALICANTE
Aún recuerdo como si el presente se quisiera adueñar del pasado, aquel elogiado día de un verano del noventa entre la suerte de la luz y el mar sosegado y tendido de “verdesazulados”, en que te vi cercana desde la autovía que pasa quieta y paralela al ferrocarril de Murcia de rojos y blancos vagones bordeando la ibérica nave donde los cangrejos hablan griego y latín, lágrimas de alegría de un recordar malagueño, por semejanzas: arriba el monte Benacantil como el Gibralfaro, ambos cerros como una corona real que en la historia perviven, remos que al agua hieren entre diminutas olas cómodas, lánguidas y tristes. Quiero declarar mi amor por ti, ramblas de leche, cabaña del sol, playas de Madrid, mar que besas los labios de las estrellas intrépidas y silbantes céfiros, y las aladas almas de las rosas de Miguel Hernández de requiero.
La bien lunada ciudad de Alicante taladra mis retinas, y, al fondo como la pared norte de una catedral gótica, unas montañas difusas entre la boira y la cálima de violetas indulgentes y difusos de los cerros del Puig Campana y el cielo cómplice de ligeros algodones que el viento se lleva el óxido y níquel de la tarde azoriniana. A la izquierda palmeras con dorados datilados racimos y de brazos altos y verdes limpios, sultanas de cuellos de dinosaurios con ojos verdes que me abrazan, y a la derecha dos brazos largos de tendidos hierros y el bosque de piedras como malecón abofeteado por espumas secretas y envidiosas de ese mar que pide una atención y un requerimiento de mis ojos que olvidan la lejanía de una tierra andaluza malagueñas.
Llegué a tus brazos a finales de junio de 1990 con la cara seca y el corazón lleno de truenos por un destino nuevo de dos estrellas desconocidas, guía de luz mediterránea que apacientas noches en el límite de sombras vulnerables e invisibles hachazos de la emigración legalizada e interna, nacional y obligatoria. Me acogiste entre tus dos pequeños senos, redondos y nutrientes, desnudez de la nada, dientes de edificios limpios bañándose en el puerto que habitan barcos de corazones metálicos, y en la explanada, cubierta de magnolias altas, flores que navegan ahogadas por el destino de unas olas de piedras transparentes y lisas, volando en círculo de besos, aduanas del fisco, comandancias de marina y vida vertebrada en velas plegadas de veleros amarrados al diente férreo de los muelles.
Has dado porvenir a mi familia y placer a quien es tu secreto amante y tu confidente de noches que se alargaron en el dolor de sufrir esta mutilación sin perseguirla, sin atormentarla, plácido sosiego, Sí, lo sabes muy bien, eres tú, la única, relieve de dulzura: Alicante, mi amante y mi consuelo del calvos pinceles. Ahora, ya lo sabes, que yo vivo en los divanes de la angustia de este amor insobornable y puro, por ti, por amor a la tierra, por una nueva Arcadia encontrada en la deriva de mi vida y en la singladura de los pasos perdidos del destino que es verte, verde cada día más verde.
Mía amada,/ impasible perfección,/ rosa desplumada al viento dócil del levante,/ belleza azul alcanza/ , santidad vendita/.
Alicante,1995
El barrio [viejo de Alicante /Alacant]
Por Mariano Sánchez Soler. "La ciuddad Transparente"
Con paso firme, es preciso dejar atrás la plaza de Sant Cristófol y adentrarse por el carrer dels Sants Metges. Es el único barrio de Alacant donde las calles se denominaban carrers desde tiempos -no tan lejanos por lo que vemos últimamente- en que los capitostes pretendían elevar el enclave geográfico a la categoría de región. Aquellos viejos manises blancos, de caligrafía valenciana, colocados en las fachadas de las esquinas estratégicas, siempre despertaron la sorpresa de muchos colegiales a quienes nos habían engañado, entre himnos exóticos, con historietas de héroes castellanos, de los que nosotros estábamos situados al «Sureste», por supuesto.
Se siente cierta emoción cuando los pies se adentran en el arrabal del primer Alacant, al pie del barrio de Santa Cruz, con sus calles estrechas, empinadas y olorosas de cal y de geranios. Fue, con sus palacetes, la zona noble del siglo XIX limitada por la Rambla y la Explanada. Llauradors, Sant Nicolau. «Ay, el Barrio», es fácil suspirar cuando se enfila el carrer de la Mare de Déu de Betlem, al pasar junto a los portalones sombríos de las pensiones viejas, sitiadas ya por pubs tan postmodernos como La Misión, Curé, El Sitio, Límite, Cabra Loca... Al torcer, por la calle de Sant Nicolau, ningún signo recuerda al Porronet, donde servían los mejores capellans de la ciudad y los barretjats más cargados.
Al girar en Montegó, la piedra del convento de les Monjes de la Sang se mantenía intacta, sin que el paso de los siglos pudiera con ella. Tan resistente como el club Mogambo, la barra americana más famosa de Alacant, que se mantuvo abierta hasta el año 2000, con el Dalila y Los Candiles, en la plaça del Carme, reducidos a escombros desde los años ochenta. El Mogambo siempre fue, junto a La Gata Negra, el antro de perdición con más solera del antiguo barrio chino, un lugar prohibido y misterioso para los estudiantes de principios de los sesenta; en cuyas calles, los bares canallas se emparentaban con los clubs de alterne mientras corría la juerga en los mesones «typical spanish» para turistas de sol y playa, con su marcha rumbera en faralaes, sus tunas y sus inevitables referencias al toro que mató a Manolete.
Es fácil que aquella primera visión resucite al pisar los adoquines vencedores del asfalto, y al divisar la fachada del convento o los rótulos supervivientes del Mogambo, en la confluencia de Sant Agustí con Montegó. Donde antaño estuvo el mesón Sin Problemas, se alzó después un pub llamado Makoki, como el antihéroe frenopático del comic, y en su espacio rehabilitado, hoy es posible asistir a un espectáculo de boys en un nuevo local de colores nocturnos.
La zona fue famosa en otro tiempo con consignas como aquella que decía: «La virginidad produce cáncer. ¡Vacúnate! Casa de vacunación: Sin Problemas y alrededores». El Sin Problemas fue un mesón emblemático y sinuoso donde, tras pasar junto a una barra estrecha, se descendía a un sótano sombrío. Su mobiliario consistía en mesas y taburetes de madera rústica barnizada; el vino se servía en jarras de barro con el nombre grabado y las paredes estaban decoradas con horcas de campesinos, cencerros, ristras de ajos y trozos de jamón expuestos como si se tratara de una declaración de principios.
Allí se iba a cantar en grupos, a beber vino y cerveza en litronas -antes de que se llamaran así- mientras se hablaba mucho y los más listos trataban de meter mano, apelmazados en un desmadre sudoroso. Era el Sin Problemas un poco más pérfido que los mesones de la calle Llauradors -entonces General Sanjurjo-, pero no demasiado.
Reducidos al recuerdo, o convertidos en simples solares pendientes de construcción, vale la pena hacer el inventario de aquellos antros previos al disco bar, anteriores al pub autóctono. Allí estaban: El Coso, donde se reunían los estudiantes más progres de la pre-democracia; Labradores, uno de los últimos en morir; El Mesón del Pollo, en cuyo local está instalado ahora el Archivo Municipal; El Coscorrón, donde al entrar se dejaban la frente los más borrachos; la Peña Santacrucina, sobre cuyas ruinas erigieron el disco bar Yerbeta. Y más arriba, ya en Santa Creu, y a pocos metros del bar Luis, El Loro, en la esquina del carrer del Carme con Pere Sebastià, incomparable en las noches de verano...
Aunque el tiempo ha cambiado aquellos antros de nombre y de dueños, y el disco bar ensordecedor ocupa el lugar de los pubs donde antaño, armónicamente, cabía la charla, el flirteo, el virtuosismo de Supertramp, el jazz-rock de Weather Report, Sisa, Pau Riba o el pasodoble Amparito Roca en versión de la Orquesta Platería, el Barrio es uno de los paisajes favoritos de los jóvenes de entonces, que ya han pasado de la cuarentena, entre mistelas y plis-plais. El Barrio ha soportado todos los embates de los años difíciles, los últimos estertores de la Dictadura y la ingenua marcha transicional de unos jóvenes politizados, radicales y con el corazón siempre a la izquierda. Hoy, aquellos mismos jóvenes, ya maduritos, siguen frecuentando establecimientos como Jamboree, Armstrong y La Naia, local ya desaparecido donde fueron frecuentes las tertulias sobre literatura catalana y los recitales de poemas en la nostra llengua.
Con paso firme, es preciso dejar atrás la plaza de Sant Cristófol y adentrarse por el carrer dels Sants Metges. Es el único barrio de Alacant donde las calles se denominaban carrers desde tiempos -no tan lejanos por lo que vemos últimamente- en que los capitostes pretendían elevar el enclave geográfico a la categoría de región. Aquellos viejos manises blancos, de caligrafía valenciana, colocados en las fachadas de las esquinas estratégicas, siempre despertaron la sorpresa de muchos colegiales a quienes nos habían engañado, entre himnos exóticos, con historietas de héroes castellanos, de los que nosotros estábamos situados al «Sureste», por supuesto.
Se siente cierta emoción cuando los pies se adentran en el arrabal del primer Alacant, al pie del barrio de Santa Cruz, con sus calles estrechas, empinadas y olorosas de cal y de geranios. Fue, con sus palacetes, la zona noble del siglo XIX limitada por la Rambla y la Explanada. Llauradors, Sant Nicolau. «Ay, el Barrio», es fácil suspirar cuando se enfila el carrer de la Mare de Déu de Betlem, al pasar junto a los portalones sombríos de las pensiones viejas, sitiadas ya por pubs tan postmodernos como La Misión, Curé, El Sitio, Límite, Cabra Loca... Al torcer, por la calle de Sant Nicolau, ningún signo recuerda al Porronet, donde servían los mejores capellans de la ciudad y los barretjats más cargados.
Al girar en Montegó, la piedra del convento de les Monjes de la Sang se mantenía intacta, sin que el paso de los siglos pudiera con ella. Tan resistente como el club Mogambo, la barra americana más famosa de Alacant, que se mantuvo abierta hasta el año 2000, con el Dalila y Los Candiles, en la plaça del Carme, reducidos a escombros desde los años ochenta. El Mogambo siempre fue, junto a La Gata Negra, el antro de perdición con más solera del antiguo barrio chino, un lugar prohibido y misterioso para los estudiantes de principios de los sesenta; en cuyas calles, los bares canallas se emparentaban con los clubs de alterne mientras corría la juerga en los mesones «typical spanish» para turistas de sol y playa, con su marcha rumbera en faralaes, sus tunas y sus inevitables referencias al toro que mató a Manolete.
Es fácil que aquella primera visión resucite al pisar los adoquines vencedores del asfalto, y al divisar la fachada del convento o los rótulos supervivientes del Mogambo, en la confluencia de Sant Agustí con Montegó. Donde antaño estuvo el mesón Sin Problemas, se alzó después un pub llamado Makoki, como el antihéroe frenopático del comic, y en su espacio rehabilitado, hoy es posible asistir a un espectáculo de boys en un nuevo local de colores nocturnos.
La zona fue famosa en otro tiempo con consignas como aquella que decía: «La virginidad produce cáncer. ¡Vacúnate! Casa de vacunación: Sin Problemas y alrededores». El Sin Problemas fue un mesón emblemático y sinuoso donde, tras pasar junto a una barra estrecha, se descendía a un sótano sombrío. Su mobiliario consistía en mesas y taburetes de madera rústica barnizada; el vino se servía en jarras de barro con el nombre grabado y las paredes estaban decoradas con horcas de campesinos, cencerros, ristras de ajos y trozos de jamón expuestos como si se tratara de una declaración de principios.
Allí se iba a cantar en grupos, a beber vino y cerveza en litronas -antes de que se llamaran así- mientras se hablaba mucho y los más listos trataban de meter mano, apelmazados en un desmadre sudoroso. Era el Sin Problemas un poco más pérfido que los mesones de la calle Llauradors -entonces General Sanjurjo-, pero no demasiado.
Reducidos al recuerdo, o convertidos en simples solares pendientes de construcción, vale la pena hacer el inventario de aquellos antros previos al disco bar, anteriores al pub autóctono. Allí estaban: El Coso, donde se reunían los estudiantes más progres de la pre-democracia; Labradores, uno de los últimos en morir; El Mesón del Pollo, en cuyo local está instalado ahora el Archivo Municipal; El Coscorrón, donde al entrar se dejaban la frente los más borrachos; la Peña Santacrucina, sobre cuyas ruinas erigieron el disco bar Yerbeta. Y más arriba, ya en Santa Creu, y a pocos metros del bar Luis, El Loro, en la esquina del carrer del Carme con Pere Sebastià, incomparable en las noches de verano...
Aunque el tiempo ha cambiado aquellos antros de nombre y de dueños, y el disco bar ensordecedor ocupa el lugar de los pubs donde antaño, armónicamente, cabía la charla, el flirteo, el virtuosismo de Supertramp, el jazz-rock de Weather Report, Sisa, Pau Riba o el pasodoble Amparito Roca en versión de la Orquesta Platería, el Barrio es uno de los paisajes favoritos de los jóvenes de entonces, que ya han pasado de la cuarentena, entre mistelas y plis-plais. El Barrio ha soportado todos los embates de los años difíciles, los últimos estertores de la Dictadura y la ingenua marcha transicional de unos jóvenes politizados, radicales y con el corazón siempre a la izquierda. Hoy, aquellos mismos jóvenes, ya maduritos, siguen frecuentando establecimientos como Jamboree, Armstrong y La Naia, local ya desaparecido donde fueron frecuentes las tertulias sobre literatura catalana y los recitales de poemas en la nostra llengua.
Miguel Hernández, último desprecio
Arrebatos /Por Marino Sánchez Soler
Miguel Hernández, último desprecio
Desde hace meses vivo completamente sitiado por la figura de Miguel Hernández. Mi amigo José Luis Ferris está escribiendo una biografía sobre el poeta que romperá muchos tópicos e inercias interesadas. Es la primera visión panorámica, independiente y contrastada hasta el mínimo detalle, que se ofrece de Miguel Hernández Gilabert. Y sorprende que, cuando tantos estudiosos viven y diseccionan la obra de los poetas muertos, después de tantos libros y poemas inéditos desvelados, nadie se halla planteado esta tarea global hasta hoy. Quizás tenga razón Lucía Izquierdo, la nuera del poeta, cuando dice que la figura de Miguel sigue siendo incómoda para muchos. Por fortuna, las palabras de Hernández siguen presentes en el arte y la voz de numerosos creadores. Se vive un momento de interés hacia su obra y su vida. En Orihuela y Madrid, TVE ha rodado un serial dramático sobre la vida del poeta; una obra de teatro conduce estos días a Miguel hasta los escenarios. El 2002 será sin duda un año hernandiano mientras los poderes públicos miran hacia otro lado.
En un disco recién editado, Manuel Gerena canta con Miguel Hernández, en una obra impetuosa. «Querido Miguel -escribe Gerena-, tu verso profundo lo sonoriza mi voz en la jondura del cante flamenco». Granadinas, malagueñas, peteneras, cartageneras, martinetes... sobre versos de El Niño yuntero, de Viento del pueblo, de Sentado sobre los muertos... Y como regalo impagable, la voz real del poeta, sacada de una vieja y única grabación parisina, nos recita su Canción del esposo soldado, y se hace próximo, vital, humano; más allá de los símbolos y las iconografías, con un encuentro memorable.
Ayer mismo, José Luis Ferris terminó de redactar su investigación histórica, escrita con la pulsión de quien, además de narrador, es poeta. Y de los buenos. La pasión creativa y la contundencia de documentos y testimonios están garantizadas en un libro necesario que despertará la polémica y que los lectores agradecerán muy pronto, en cuanto lo tengan entre sus manos. Me consta. José Luis con su libro y Gerena en su cante, sitúan la figura de Miguel Hernández en el lugar fundamental que le corresponde. Y de alguna manera, con sus aportaciones, hacen justicia con un gran poeta a quien Alicante y Valencia jamás hicieron caso. Por no hablar de la Orihuela de las sacristías, donde siempre fue estigmatizado por comunista y cuyo obispo Almarcha demostró que sólo le preocupaba que claudicara de sus convicciones para salvar su alma. Entre todos lo dejaron morir. Esa es la historia. Los vencedores impusieron su violencia. A cambio de ofrecerle la libertad, quisieron que repudiara parte de sus poemas, que rechazara Viento del Pueblo e incluso que quemara los ejemplares de sus libros. Le pedían un público arrepentimiento de sus ideas y de su obra. Tenía que renunciar a ser él mismo si deseaba la libertad.
Hoy, estos hechos del pasado, oficialmente superados por la historia, parece que siguen fastidiando a nuevas generaciones de prohombres. De lo contrario, no se entiende lo que está ocurriendo con la figura del poeta, con el deterioro físico de su legado, con la Fundación Miguel Hernández. No se comprende el desprecio que, desde hace años, sufre la memoria viva del único gran poeta en lengua castellana, incontestable, que ha parido esta tierra. De seguir así, su legado, sus manuscritos, sus retratos y pertenencias (protegidos por Josefina Manresa, contra viento y marea, escondidos a los registros de la Guardia Civil, y a la soberbia de los inquisidores nacional-católicos) acabarán depositados en Madrid, en la Residencia de Estudiantes o en alguna entidad con visión de futuro y amor a la palabra. Mientras tanto, en la Comunidad Valenciana seguiremos haciendo el ridículo.
Aunque a veces el complejo de culpa se transmite de generación en generación, aquí nos hallamos ante un caso clínico de miopía política; ante una expresión del sectarismo cultural con el que ciertos personajes públicos demuestran su propio desconocimiento. ¿No será que quienes tienen que tomar las decisiones desconocen la obra de Miguel Hernández? ¿No será que no han leído al poeta?. Por si acaso, y como terapia frente al despropósito, recomiendo a los responsables de este desaguisado una aproximación a sus versos. A lo mejor así descubren a un ser humano que fue capaz de convertir la tragedia en arte y el dolor en belleza. Ahí está su poesía amorosa, intensa, cargada de verdad y universalidad. A sus 31 años nos dejó una obra intensa, con dos libros fundamentales en la poesía española del siglo XX: El rayo que no cesa y Viento del pueblo, un testamento desgarrador: Cancionero y romancero de ausencias, y una vida de hombre bueno, honrado y orgulloso. Como él escribió: «Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas». Algunos no se han enterado todavía. Pobres.
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La biografía
José Luis Ferris es uno de esos escritores capaces de convertir cualquier encargo en una obra personal. Su pasión por la literatura le lleva a implicarse hasta el fondo. Le pidieron que escribiera una biografía divulgativa de Miguel Hernández; que a través de doscientas páginas diera a conocer la figura humana y literaria del poeta de Orihuela, tan secuestrada durante años, tan desdibujada entre la ideología y la familia, pero él ha llegado más lejos.
Se puso manos a la obra, y su biografía, Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, editada por Temas de Hoy, se transformó en una investigación de quinientas páginas que desentraña la vida de Miguel, que habla de tú a la generación del 27 y denuncia a los destacadísimos cómplices de su muerte. Algunos dioses han caído bajo la fuerza certera de este libro valiente, documentado, recomendable y polémico, que desborda los ámbitos especializados con su relato vital.
Por sus páginas discurre la intensa aventura de un poeta del pueblo, un poeta soldado, comprometido en la causa republicana. Ferris ilumina los rincones oscurecidos hasta ahora por todo tipo de intereses. Los verdaderos amores de Miguel Hernández, sus años de escolarización, el papel exacto de su viuda Josefina Manresa, la sucia actuación carcelaria del obispo Almarcha, la fobia que provocaba en Lorca y Cernuda, los enfrentamientos con Alberti... Un libro apasionante y apasionado que ha sacado a Miguel de las necropsias académicas para devolverlo a nuestras vidas.
La ciudad transparente
Alicante, 2003
Mariano Sánchez Soler
Miguel Hernández, último desprecio
Desde hace meses vivo completamente sitiado por la figura de Miguel Hernández. Mi amigo José Luis Ferris está escribiendo una biografía sobre el poeta que romperá muchos tópicos e inercias interesadas. Es la primera visión panorámica, independiente y contrastada hasta el mínimo detalle, que se ofrece de Miguel Hernández Gilabert. Y sorprende que, cuando tantos estudiosos viven y diseccionan la obra de los poetas muertos, después de tantos libros y poemas inéditos desvelados, nadie se halla planteado esta tarea global hasta hoy. Quizás tenga razón Lucía Izquierdo, la nuera del poeta, cuando dice que la figura de Miguel sigue siendo incómoda para muchos. Por fortuna, las palabras de Hernández siguen presentes en el arte y la voz de numerosos creadores. Se vive un momento de interés hacia su obra y su vida. En Orihuela y Madrid, TVE ha rodado un serial dramático sobre la vida del poeta; una obra de teatro conduce estos días a Miguel hasta los escenarios. El 2002 será sin duda un año hernandiano mientras los poderes públicos miran hacia otro lado.
En un disco recién editado, Manuel Gerena canta con Miguel Hernández, en una obra impetuosa. «Querido Miguel -escribe Gerena-, tu verso profundo lo sonoriza mi voz en la jondura del cante flamenco». Granadinas, malagueñas, peteneras, cartageneras, martinetes... sobre versos de El Niño yuntero, de Viento del pueblo, de Sentado sobre los muertos... Y como regalo impagable, la voz real del poeta, sacada de una vieja y única grabación parisina, nos recita su Canción del esposo soldado, y se hace próximo, vital, humano; más allá de los símbolos y las iconografías, con un encuentro memorable.
Ayer mismo, José Luis Ferris terminó de redactar su investigación histórica, escrita con la pulsión de quien, además de narrador, es poeta. Y de los buenos. La pasión creativa y la contundencia de documentos y testimonios están garantizadas en un libro necesario que despertará la polémica y que los lectores agradecerán muy pronto, en cuanto lo tengan entre sus manos. Me consta. José Luis con su libro y Gerena en su cante, sitúan la figura de Miguel Hernández en el lugar fundamental que le corresponde. Y de alguna manera, con sus aportaciones, hacen justicia con un gran poeta a quien Alicante y Valencia jamás hicieron caso. Por no hablar de la Orihuela de las sacristías, donde siempre fue estigmatizado por comunista y cuyo obispo Almarcha demostró que sólo le preocupaba que claudicara de sus convicciones para salvar su alma. Entre todos lo dejaron morir. Esa es la historia. Los vencedores impusieron su violencia. A cambio de ofrecerle la libertad, quisieron que repudiara parte de sus poemas, que rechazara Viento del Pueblo e incluso que quemara los ejemplares de sus libros. Le pedían un público arrepentimiento de sus ideas y de su obra. Tenía que renunciar a ser él mismo si deseaba la libertad.
Hoy, estos hechos del pasado, oficialmente superados por la historia, parece que siguen fastidiando a nuevas generaciones de prohombres. De lo contrario, no se entiende lo que está ocurriendo con la figura del poeta, con el deterioro físico de su legado, con la Fundación Miguel Hernández. No se comprende el desprecio que, desde hace años, sufre la memoria viva del único gran poeta en lengua castellana, incontestable, que ha parido esta tierra. De seguir así, su legado, sus manuscritos, sus retratos y pertenencias (protegidos por Josefina Manresa, contra viento y marea, escondidos a los registros de la Guardia Civil, y a la soberbia de los inquisidores nacional-católicos) acabarán depositados en Madrid, en la Residencia de Estudiantes o en alguna entidad con visión de futuro y amor a la palabra. Mientras tanto, en la Comunidad Valenciana seguiremos haciendo el ridículo.
Aunque a veces el complejo de culpa se transmite de generación en generación, aquí nos hallamos ante un caso clínico de miopía política; ante una expresión del sectarismo cultural con el que ciertos personajes públicos demuestran su propio desconocimiento. ¿No será que quienes tienen que tomar las decisiones desconocen la obra de Miguel Hernández? ¿No será que no han leído al poeta?. Por si acaso, y como terapia frente al despropósito, recomiendo a los responsables de este desaguisado una aproximación a sus versos. A lo mejor así descubren a un ser humano que fue capaz de convertir la tragedia en arte y el dolor en belleza. Ahí está su poesía amorosa, intensa, cargada de verdad y universalidad. A sus 31 años nos dejó una obra intensa, con dos libros fundamentales en la poesía española del siglo XX: El rayo que no cesa y Viento del pueblo, un testamento desgarrador: Cancionero y romancero de ausencias, y una vida de hombre bueno, honrado y orgulloso. Como él escribió: «Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas». Algunos no se han enterado todavía. Pobres.
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La biografía
José Luis Ferris es uno de esos escritores capaces de convertir cualquier encargo en una obra personal. Su pasión por la literatura le lleva a implicarse hasta el fondo. Le pidieron que escribiera una biografía divulgativa de Miguel Hernández; que a través de doscientas páginas diera a conocer la figura humana y literaria del poeta de Orihuela, tan secuestrada durante años, tan desdibujada entre la ideología y la familia, pero él ha llegado más lejos.
Se puso manos a la obra, y su biografía, Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, editada por Temas de Hoy, se transformó en una investigación de quinientas páginas que desentraña la vida de Miguel, que habla de tú a la generación del 27 y denuncia a los destacadísimos cómplices de su muerte. Algunos dioses han caído bajo la fuerza certera de este libro valiente, documentado, recomendable y polémico, que desborda los ámbitos especializados con su relato vital.
Por sus páginas discurre la intensa aventura de un poeta del pueblo, un poeta soldado, comprometido en la causa republicana. Ferris ilumina los rincones oscurecidos hasta ahora por todo tipo de intereses. Los verdaderos amores de Miguel Hernández, sus años de escolarización, el papel exacto de su viuda Josefina Manresa, la sucia actuación carcelaria del obispo Almarcha, la fobia que provocaba en Lorca y Cernuda, los enfrentamientos con Alberti... Un libro apasionante y apasionado que ha sacado a Miguel de las necropsias académicas para devolverlo a nuestras vidas.
La ciudad transparente
Alicante, 2003
Mariano Sánchez Soler
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