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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ha muerto Enrique Morente, un flamenco hernandiano

Enrique Morente, por derecho, maestro de maestros

Patricio Peñalver. La Verdad de Murcia.

La noticia de la muerte de Enrique Morente (lunes 13 de diciembre) que nunca debió de ser noticia la recibí como un golpe helado como un hachazo invisible al más puro estilo hernandiano, de pronto sentí que se me había muerto un amigo a quien tanto quería. Enrique y Miguel, Morente y Hernández forman un binomio sentimental de una parte muy importante de mi vida, desde que la voz y la poesía se fundieron en el homenaje discográfico que el maestro Morente le hizo al poeta de Orihuela en 1971.

Morente ha sido uno de los grandes del flamenco de los últimos tiempos, para mí el más grande, el gran revolucionario de los cantes desde el más puro conocimiento de la historia de la flamencología, bajando al pozo del clasicismo y empapándose sin prisas, bebiendo sorbo a sorbo la esencia, para después darse por entero hasta entregarse, ha recorrido un intrincado camino, a veces con muchas bifurcaciones, hasta que encontró el estilo y el espíritu de su voz.
Enrique Morente tenía la llave de los cantes, desde su conocimiento enciclopédico, por eso desde los cánones con su innata genialidad se adentraba en la fusión de los compases y los tercios jondos con otras músicas, sin perder nunca un ápice de flamencura, como un heterodoxo que buscara el más allá, sin perder nunca el norte de lo más puro, desde un sentido ortodoxo. No hay contradicción, cuando las cosas se hacen desde el conocimiento y la verdad: uno puede amar al pintor Velázquez y querer ser un Picasso de su tiempo. Si observamos la historia del Flamenco, desde principios del siglo pasado, con esas dos escuelas: la del don Manuel Torre y la don Antonio Chacón, esa misma historia se repite con los dos genios del reciente tiempo. Enrique Morente viene a representar a la escuela de don Antonio Chacón y Camarón de la Isla representaría la gran siguiriyero Manuel Torre. A su vez, en este caso, las dos maneras diferenciadoras de cantar propiamente con ese rajo tan especial; la de manera de los payos y las de los cales. Dos concepciones que se igualan en la genialidad ya sin matices.
Si el Flamenco es una forma de vivir, Morente era el Flamenco. Enrique era el gran intelectual del flamenco si ser propiamente un intelectual. A través de su ciencia infusa y de su condición de humilde de autodidacta le llegaban los cantes como revelados. Y así llegó a ser el gran maestro de maestros por su magisterio sencillo, por su forma de dar y de darse era un auténtico Sócrates del Flamenco.
Desde mi condición de comentarista, como a mi me gusta, o critico de flamenco como otros me llaman, he tenido la ocasión de reseñar muchas actuaciones de este gran genio. Y ninguna me ha dejado indiferente, siempre había algo nuevo en sus cantes, era algo así como ir a ver torear a Curro Romero o Rafael de Paula. Las actuaciones de Morente tenían ese halo espiritual porque él nunca dejaba de aprender y siempre subía al escenario como si fuera un joven a punto de empezar. Y de pronto, en las últimas actuaciones surgía el misterio, Morente cantaba los tercios de un cante con el compás de otro, como un domador de leones como un encantador de serpientes, mezclaba las letras clásicas, y no sabías que estaba cantando, y aquello sonaba a cante grande. Y encima era una persona educada, sencilla y la mar de divertida con un sentido de la ironía y del humor creativo e inigualable, lo que le hacía un gran personaje.
Desde muy joven ya me adscribí a la cofradía de aquella minoría selecta de morantianos que disfrutábamos con cada nueva entrega, con cada nuevo experimento y creación del maestro, por lo que obviamente todos aquellos a los que no les gusta Morente, pueden considerar parciales mi comentario, con toda la razón. Lo mío con Morente ha sido, es, y seguirá siendo pura devoción. A principios de los 90, estaba calentando motores en los camerinos de La Unión para cantar en el Festival de las Minas, con los rasgueos del maestro Juan Carmona. Afinaba la garganta y mientras tantos se iba cambiando de camisas; tenía tres: una floreada, otra lisa de color verde y otra negra. Al final eligió la negra. Les dije: “Os pongo un trago”. Y Morente miró al gran Habichuela y exclamó respetuosamente: “Bueno por mí, pero lo que diga el maestro Juan”. Y el maestro Juan, muy solemne, dijo: “Vale, ponnos unos buchitos de güisqui”. Así era el maestro respetando por edad a otro maestro. No me gusta escribir sobre la muerte reciente de los personajes a los que admiro, prefiero dejar un tiempo, en esta ocasión no sucede así, que el maestro me lo perdone cuando esté junto al coro de los serafines. Descanse en paz.

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