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jueves, 20 de agosto de 2009

Los Escullos y La Isleta del Moro

Los Escullos y La Isleta del Moro (Almería)


Podemos llegar desde Rodalquilar o por la carretera que lleva a San José desde Almería o Níjar. Pasada la Boca y poco antes del Pozo de los Frailes encontramos un desvío que, a la izquierda, nos introduce en el valle. Cortijadas asiladas salpican el camino hacia el mar. A la derecha, una línea de cerros es la pared lateral de la caldera de 5 Kms., de diámetro que va desde Punta del Esparto a Cala Higuera, junto a San José y cuyo centro le da nombre: El Cerro de los Frailes, última afloración magmática del volcán depositada hace 8,5 millones de años.
Llama nuestra atención el molino de los Cortijos Grandes, oasis de hábitat tradicional bien restaurado que vemos a la derecha de la carretera. A la izquierda, las Presillas Bajas, pequeña aldea dormida en el tiempo, con una vida oculta de huertas y plagada de silencios que se halla a una prudente distancia del mar. En casa de María encontramos sabrosas comidas caseras rodeados de gallinas, palomas, gatos y toda la fauna típica de un cortijo nijareño, con rústico y humilde alojamiento. Podemos aprovechar para visitar el cráter de Majada Redonda, al que llegaremos bien si consultamos el mapa y mejor si preguntamos a María. Siguiendo hacia el mar aparece la ensenada de los Escullos que define el espacio que va desde la Isleta del Moro hasta la Punta del Esparto, con la playa del Arco y la cala del Embarcadero. Hemos llegado a través de un valle sedimentado por las ramblas provenientes de los cráteres extintos de Majada Redonda y los Frailes cuya cima es uno de los más bellos lugares que podemos contemplar dentro del Parque.
La playa del Arco resulta algo incómoda para el baño por sus escalones y piedras, pero es de bellísimo entorno y cuenta con cercano alojamiento en camping o en las limpias y confortables casas de Pedro o Emilio, de buen comer y amable atención, junto a éstas el castillo de San Felipe vigila el mar con el viejo cuartel de la Guardia Civil. Hacia poniente, la cala del Embarcadero y el camino ascendente de tierra nos adentran en los espacios que escogió Spielberg para algún film fantástico: calas y riscos que al atardecer y a pié resultan inolvidables y además permiten llegar a San José recorriendo el interior de la única caldera del mundo que puede ser contemplada desde el mar, al estar un tercio de ella sumergida, mostrando increíbles acantilados de hasta 200 metros de altura que culminan tan cerca del mar y tan alto que parece que los barcos navegasen por el cielo. En los días especialmente claros se pueden ver las cimas de los montes de Africa.
Desde los Escullos ya se ve La Isleta del Moro (o de Mohamed) Arráez, que así se apellida. La palabra árabe “ar-rais” significa “patrón de barco” y en el siglo XVIII aparecía escrita como “jarraez”, llegando a nosotros como topónimo proveniente de una profesión a la que hoy todavía se dedica la población. Junto a un colosal Peñón doble repleto de gaviotas, viven aquí unas gentes sencillas que encalan de blanco sus casas y las adornan de rojo geranio y malvas de red pescadora. La vida brota en una placeta de tierra, piedras y lavadero público en el que las mujeres aún hacen la colada y donde la Virgen del Carmen, Patrona del mar y tesoro de la aldea, nos habla de la fe y gran corazón de estos pescadores desde la minúscula cajita en la que la guardan y a la que llaman Santuario, antiguo trozo de la escuela convertido en capilla, cuyo altar es una red que ha cambiado lo más profundo por lo más elevado
No deje de probar las tapas, paellas y parrilladas que cualquiera de sus bares y restaurantes le ofrecen. Exquisita comida marinera que le recibirá coleteando en los mostradores.
Encontrará alojamiento en su único hostal frente a un mar siempre quieto, con vistas a los Frailes. El entorno invita a excursiones entre oasis de palmeras, lomas y acantilados repletos de flores, curiosas piedras y, el Peñón Blanco, bella playa de arena al levante con “capricho” volcánico central y grandes paredes basálticas. El barranco del Negro, frente al cruce de la entrada en la carretera, nos ofrece un ejemplo de exhuberancia que esta tierra árida, con cuidado y atención, es capaz de mostrar. Cerca, de los llanos del Cortijo del Paraíso, son un raso de verdor durante el otoño e invierno y de flores en primavera. En verano, los amarillos y rojos de fuego son comentados por las cigarras, que sólo nos recomiendan el amanecer o el ocaso para pasear. Siguiendo la carretera hacia Rodalquilar podemos visitar calas vírgenes descendiendo por senderos trazados por el barranco. Mantener su limpieza y respetar religiosamente el entorno no resultará difícil en un lugar donde la Naturaleza se manifiesta con esplendor y nos permite admirar lo que en tantos lugares hemos echado a perder.
La Isleta, que en el paleolítico y eneolítico se pobló de gentes que tallaron la piedra y dejaron enterramientos císticos en el islote, fue puerto de fenicios y romanos y fondeadero para la aguada de árabes y piratas. Más tarde, la inseguridad de las costas la mantuvo desierta, pues aún a mediados del XVIII eran frecuentes los asaltos por mar a los campesinos.
Creación por fin durante el siglo pasado al amparo del castillo de San Felipe. Los primeros asentamiento fueron de pescadores que, al final de siglo, también trabajaron en la minería de Rodalquilar. “Los Chinorros”, “Los Freneras” y “Los Matames” son familias de pescadores reconocidas por su profesionalidad y valentía en todo el litoral almeriense. Se conoció el alumbrado eléctrico en 1969, se asfalto la carretera de acceso en 1979 y contó con el primer teléfono de todo el valle en 1982 hasta reunir una población que ronda el centenar de vecinos.

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