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martes, 18 de marzo de 2008

LOS AMIGOS CUBANOS DE MIGUEL HERNÁNDEZ

LOS AMIGOS CUBANOS DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Contra el tiempo amarillo 1 (1RA PARTE)
Tania Cordero y Amado del Pino
La Habana. Revista "La Jiribilla"

Año IV
La Habana

17 - 23 de DICIEMBRE
de
2005


“De niño yo jugaba al pie de una estatua de Cervantes que hay en La Habana donde nací. De viejo, hallo nuevas enseñanzas, cada día, en su obra inagotable…”2. El hombre anciano y ya enfermo está terminando su discurso este 4 de abril de 1978, que significa consagración definitiva. Su forma de hablar podría parecer afrancesada, pero los amigos de décadas saben de su acendrada cubanía y que las palabras arrastradas no se deben a la cómoda visitación de idiomas extranjeros, sino a un pertinaz frenillo. Estamos en Alcalá de Henares. El premio literario más importante de la lengua acaba de otorgarse por segunda vez y corresponde al cubano Alejo Carpentier.

Pablo de la Torriente Brau, como el novelista ganador del Cervantes, anduvo antes por España. Eran tiempos de bombas. Década del 30 de posiciones políticas y pasiones extremas, de ilusiones y fusilamientos. A la Guerra Civil Española llegó Pablo como culminación de una voluntad cívica, de una creciente vocación solidaria. Aunque nació en la también caribeña isla de Puerto Rico en 1901, es en Cuba donde se fragua su personalidad y donde cuaja temprano su excelente obra de periodista y narrador. En 1936 arribó a la cuna cervantina en el fragor de la batalla, primero en calidad de reportero y después asumió su puesto a la manera de un combatiente más de las Brigadas Internacionales: “Nos han dado a Alcalá de Henares como centro de organización (…) En aquella ciudad nació y vivió Miguel de Cervantes Saavedra. Y no he tenido tiempo ni interés mayor de ver su casa. Desde la máquina, he visto que es un antiguo pueblo, con esa dignidad sencilla de la típica sobriedad castellana. Hay edificios grandes de viejos ladrillos, torres elegantes de iglesias y conventos y una paz silenciosa por las calles. Habrá, también, plazas de retretas y fiestas originales y tesoros numerosos de arte y de historia. Dicen que hay famosas almendras. Y no te puedo decir más nada de Alcalá de Henares. Algún día iré a conocerla”3.

Poco tiempo después se cumpliría su pronóstico. Junto al gran poeta soldado recorrerían el sitio venerable para la cultura occidental. “El día 23 creo que lo pasé todo en Alcalá. Descubrí un poeta en el batallón, Miguel Hernández, un muchacho considerado como uno de los mejores poetas españoles, que estaba en el cuerpo de zapadores. Lo nombré Jefe del Departamento de Cultura y estuvimos trabajando en los planes para publicar el periódico de la brigada y la creación de uno o dos periódicos murales, así como la organización de la biblioteca y el reparto de la prensa. Además, planeamos algunos actos de distracción y cultura. Y con él me fui después a ver algunas cosas famosas de Alcalá. Vi la Hostería del Estudiante, digna de una página del cine olorosa a historia y a tiempo viejo; el Paraninfo de la Universidad Complutense, que fundó el cardenal Cisneros, con sus artesonados mudéjares y sus paredes platerescas; el bello patio trilingüe, en el que hoy no se habla ninguna lengua; la fachada y el patio de la Universidad; y pasé por frente al Archivo, bellísimo, y a la viejas murallas. Luego, fui hasta el Henares. De Cervantes no hay sino una estatua, obra maestra de ridiculez, y una placa con faltas de ortografía, en el lugar donde estuvo su casa”4.

¿Habrá llegado el desenfado de Pablo hasta compartir con su acompañante la displicencia fronteriza con el desdén? De haberlo hecho es de imaginar que el fervoroso lector de la herencia del Siglo de Oro debatiera con él, pero deslizándose sobre la espuma de la broma. Miguel recordaría después que desde el principio lo fascinó el humor despampanante del cubano. Visto desde hoy, puede parecer incultura del héroe señalar detalles donde todos suelen inclinarse ante la grandeza literaria. Vale recordar que Pablo fue un hombre de sensibilidad artística, un vehemente seguidor de nuestro poeta y ciudadano mayor José Martí, en cuyas páginas de La Edad de Oro aprendió a leer, pero su formación fue más bien la del autodidacta, aunque es de suponer que admiraba al Ingenioso Hidalgo. En la punta de su verbo brotaba más la ironía o la simpatía beligerante que la solemnidad del homenaje. Miguel parece haberlo entendido.

“Conocí a Pablo en Madrid, una noche en la Alianza, esperando yo a María Teresa León, que no venía. Recuerdo que fue en septiembre del año pasado. Esa noche, recién amigos, bromeamos como antiguos camaradas. El sentido humorístico de Pablo era realmente irresistible. Quien estaba a su lado tenía que reír siempre, siempre, porque él sabía encontrar como pocos el costado grotesco de las cosas más solemnes. Y lo hacía con una originalidad y una fuerza…”5.

Estalla la duda. Tal parece que De la Torriente olvidó aquel primer encuentro o sería que la timidez del levantino no propició que su rostro se grabara en la agitada memoria del visitante. Lo esencial es que simpatizaron ambos y supieron aquilatar la valía del otro. Hernández tomaría a Pablo como referencia para el personaje de El Cubano en su obra teatral Pastor de la muerte.

Nuestros dos hombres habían participado juntos sin saberlo en los combates de Pozuelo y Boadilla del Monte. Ahora queremos reunirlos a través de una evocación del reportero. Por esos días los dos comentan de mujeres en la guerra. Pablo evoca a cuatro combatientes, se les acerca, las describe, asiste a la muerte de Lolita Márquez, habla del color del cadáver y lo compara con un canario enfermo, “pero es ridículo comparar con nada a una muchacha muerta en la guerra”6. Miguel, en sus apuntes sobre la contienda, celebra el coraje de Rosario, la dinamitera cuya entrega casi suicida formaba parte del libro de lecturas de la enseñanza secundaria e inflamaba pasiones en nuestros adolescentes de los 70.

Asistimos a un instante de reflexión del guerrero, a un remanso de quietud en alguien que aparentó ser tormenta interior, dinámica perenne. Asomémonos a la intimidad de un ser signado por lo exterior y lo público. “Me acosté a cielo abierto, porque no había más espacio en las pocas chabolas que aún se habían hecho. Había una clara luna remota, de menguante. Y las estrellas, mis viejas amigas del cielo del Presidio. Tanto tiempo sin verlas. De pronto me entró una duda. ¿Era Casiopea la constelación que brillaba sobre mi cabeza? El cuerpo me temblaba por el frío, como si fuera un flan. ¿Tendré yo miedo —pensé— que no me acuerdo bien de lo que sé? Me acordé de Cuba, de Teté Casuso, de mis perros y de mis árboles, en Punta Brava. Yo me dije: a lo mejor, en la guerra, cuando uno tiene un recuerdo es que se tiene miedo. Pero no estaba convencido”7.

Vale recordar que al Presidio Modelo dedicó Pablo uno de sus más brillantes y hondos libros. También que, más allá de cualquier coquetería con rastros apenas visibles, Teté Casuso, compañera de exilio en Nueva York, fue su gran amor. Esta mujer, muy poco entrevistada y de la cual la posteridad no se ha ocupado lo suficiente, se nos aparece en 1940 formando parte de la primera hornada de estudiantes de teatro en la Isla. Allí fue discípula de Juan Chabás, el brillante profesor alicantino8.

Por los días en que nuestro escritor descifraba el santo y seña de las estrellas, Miguel también solía ser presa de la melancolía. Si en carta a su Josefina Manresa, de julio de 1936, al borde del inicio de la contienda, soñaba con matrimonio y vida apacible en la Orihuela de los dos, ya en noviembre de ese mismo año el poeta establece los términos del contraste: “¡Qué gran diferencia entre estos días y aquellos tan pacíficos de antes, cuando íbamos por Orihuela y solo se oían nuestros pasos juntos!”9.

Reflexión aparte merece el lugar que le conceden estos artistas a la mujer, la fertilidad y la familia. Miguel es hombre apegado a la tierra, capaz de lograr el prodigio de comparar sin asomo de lo soez a la mujer con la cabra, individuo natural que se sabe destinado a sembrar la simiente. Solo cuando el entusiasmo bélico y, tal vez, la extrema pertenencia clasista lo dominan en el punto culminante de la guerra, llega a aconsejar que el soldado sea “breve y poco asiduo en frecuentar la compañera”10. Pero, en el resto de su obra, Hernández emana sana voluptuosidad, lúbrica complicidad con la hembra. Además, la base católica de su educación sentimental lo lleva a centrarse en el matrimonio y los hijos, a privilegiar la familia como vía primordial de realización humana. Si Josefina no lo acompaña totalmente, él intuye que la causa radica en la secular formación de la mujer española de su tiempo: “Llega hasta nosotros y parece fatigada, sin ganas de hacer otra cosa que tomar compañero, parir y resistir sobre sus espaldas las indignas cargas que se le han ido echando durante siglos”11.

De la Torriente es animal de ciudad, hijo y nieto de intelectuales, altamente politizado desde muy joven, de un ateísmo a ratos fervoroso. Todo parece indicar que su modelo de pareja es mucho más contemporáneo, pero también menos familiar. En sus cartas conocidas cuesta desentrañar un párrafo puramente personal y no hemos encontrado referencias a la posibilidad de un hijo. La olvidada Teté es también mujer moderna, traductora de escritores de habla inglesa. Pablo pertenece a la estirpe de los seres extrovertidos, francos en un primer nivel de acercamiento, aunque suelen reservar escrupulosamente su intimidad. Pero en la noche estrellada, cuando los disparos dan tregua a su estampido, una común y humana melancolía, los asalta.

“De una forma vestida de preclara

has perdido las plumas y los besos,

con el sol español puesto en la cara

y el de Cuba en los huesos”12.

Lino Novás Calvo regresó a España en 1931 como corresponsal de la revista Orbe. Se conjuga la forma verbal regresar porque había nacido en Galicia en 1903. Pero fue en La Habana —su ciudad desde los siete años— donde entre diversos oficios de buscavidas se formó su peculiar visión del mundo. Aunque todavía no ha escrito sus libros esenciales, que marcarían un hito en la narrativa cubana del siglo XX, Lino es respetado ya como periodista y autor de algunos cuentos brillantes. En esta crónica sobre el entierro de Pablo laten algunas de las esencias del estilo que lo consagrará, en la siguiente década, dentro de la narrativa latinoamericana. Está el estilizado naturalismo de las descripciones, el descarnado contraste de los sentimientos, la pulsación exacta del adjetivo.

“Envuelto en una sábana blanca, tendido en la camilla que le trajo del frente, estaba el cadáver. (…) Parecía reducido. Todo el músculo y el vigor de aquel joven alegre y deportivo, había venido a ser una contracción de hombre, después de tres días de abandonado en campo enemigo. Los zapatos brotaban arriba en forma de X, las anchas suelas encostradas todavía de la última tierra que pisara”13. El cubano murió junto a un adolescente asturiano huérfano que había asumido bajo su amparo, después de una de las batallas. Tal vez Pablo vio en el muchacho de 13 años algo del hijo que le faltaba. En su crónica solo cuenta la pasión con que lo defendió de la suspicacia de que fuera un infiltrado. Miguel también narra con ternura el encuentro con un simpático niño de aldea, uno que quiere ser grande para combatir: “Todas las noches me acuesto queriendo tener al otro día 20 años, y nunca paso de los siete”14.

Novás parte del testimonio de Hernández para informar sobre el rescate del cadáver. Después, en esta especie de brillante documental cinematográfico, la cámara se centra en nuestro poeta: “Subimos a una terraza alta, desde donde se dominaba el bosque. El comisario de Cultura de la Brigada de Campesinos, Miguel Hernández, escribía al sol un informe jurídico”15. Miguel le da a leer al reportero un fragmento de la Elegía que dedicara a Federico. Allí seguramente no tuvo tiempo de contarle lo decisiva que resultó la influencia de Lorca en la arrancada de su carrera. De cómo le fascinó y entusiasmó una función teatral de La Barraca, allá por Murcia en 1931. Lino pensó que le hubiera gustado escribir una despedida así para su amigo y a la larga lo consiguió, con esta crónica espléndida que —a seis décadas de distancia— puede dialogar con el poema en el que Miguel eternizaría la imagen de Pablo.

Lino Novás Calvo: “Solo le había quedado tiempo para decir: `Me muero´, y echar mano a su cartera con ánimo de deshacerse de documentos que pudieran interesar al enemigo. Pero este no llegó a pisar aquel campo. Sus manos manchadas con la sangre de los trabajadores no llegaron donde sus balas extranjeras habían llegado”16.

Miguel Hernández: “Nadie llora a tu lado: / desde el soldado al duro comandante, / todos te ven, te cercan y te atienden/ con ojos de granito amenazante, / con cejas incendiadas que todo el cielo encienden”17.

L.N.C.: “En pocos meses, Pablo se había hecho querer y admirar de todos. Todos se dieron cuenta de que habían perdido un héroe. Yo hubiera querido decirles allí mismo que todos habíamos perdido también un gran escritor”18.

M.H.: “Como el yunque que pierde su martillo, / Manuel Moral19 se calla/ colérico y sencillo”20.

L.N.C.: “Tengo la impresión de marchar llevado por una fuerza mágica y sombría y de que este caminar sería el destino de toda mi vida, de que ya no haré nada más que marchar así, a paso rítmico y eterno, detrás del cadáver de Pablo”21.

M.H.: “Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan. / No temáis que se extinga su sangre sin objeto, / porque este es de los muertos que crecen y se agrandan/ aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto”22.

NOTAS:

1 «Sigue pues, sigue cuchillo/ volando, hiriendo. Algún día,/ se pondrá el tiempo amarillo/ sobre mi fotografía». Miguel Hernández: El rayo que no cesa (I), en Poesía, editorial Arte y Literatura, La Habana, 2003, p.188.

2 Alejo Carpentier: un hombre de su tiempo, editorial Letras Cubanas (edición homenaje por el centenario del natalicio del autor), La Habana, 2004, p.64.

3 Pablo de la Torriente Brau, Peleando con los milicianos, Editora Política, La Habana, 1987, p-87-88.

4 Ob.cit., p.97.

5 Nicolás Guillén, «Un poeta en Espardeñas», en revista Mediodía, 25-10-1937.

6 Pablo de la Torriente Brau, Ob.cit., p.173.

7 Ob.cit., p.170-1.

8 Para ahondar en este asunto, ver Por amor al arte, de Francisco Morín, ediciones Universal, Miami, 1998.

9 Miguel Hernández, Obra Completa, tomo II, editorial Espasa Calpe, Madrid, 1992, p.2474.

10 Ob.Cit., p.2174.

11 Ob.cit., p.2192.

12 Miguel Hernández, Poesía, editorial Arte y Literatura, La Habana, 2003, p.246.

13 Lino Novás Calvo, «El entierro de Pablo de la Torriente Brau», en Pablo: cien años después, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2001, p.148.

14 Miguel Hernández, Obra Completa, Ob.cit., p.2213.

15 Lino Novás Calvo, Ob.cit., p.149.

16 Lino Novás Calvo, Ob.cit., p.150.

17 Miguel Hernández, Poesía, Ob.cit., p.245.

18 Lino Novás Calvo, Ob.cit., p.150.

19 Manuel Moral existió realmente. Miguel Hernández lo menciona en una de sus crónicas de la guerra como un conductor procedente de Jaén. En ese mismo texto menciona a Candón, otro cubano en la guerra que «lo que más echa de menos es el clima de Cuba, y el invierno cortante y penetrante de Castilla encoge un tanto su figura y le lleva a buscar lumbre por todos los rincones de la comandancia que ocupa».

20 Miguel Hernández, Ob.cit., p.245.

21 Lino Novás Calvo, Ob.cit., p. 251-252.

22 Miguel Hernández, Ob.cit., p.246.

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Ramón Fernández Palmeral, publicó en abril de 2005 "La amistad de Miguel Hernández con Pablo de la Torriente Brau" En la revista Orihuela Digital de Alicante


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