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domingo, 25 de enero de 2009

Perito en sueños/ José Luis Ferris


JOSÉ LUIS FERRIS
INFORMACION. 25-01-2009

El pasado 20 de enero el mundo celebraba la jura del nuevo presidente del los Estado Unidos, Barack Obama, y los alicantinos despedíamos con emoción de amigo al maestro de las ondas, Vicente Hipólito, tras años y años liderando la información local en la Cadena SER.


El pasado 20 de enero el mundo celebraba la jura del nuevo presidente del los Estado Unidos, Barack Obama, y los alicantinos despedíamos con emoción de amigo al maestro de las ondas, Vicente Hipólito, tras años y años liderando la información local en la Cadena SER. Sin embargo, a todos se nos pasó por alto un hecho aparentemente baladí (pero no menos curioso) que hace setenta y seis años colmó las expectativas de un joven aspirante a poeta.
El 20 de enero de 1933, en los talleres tipográficos del diario "La Verdad" de Murcia, se concluyó la edición del primer libro de un muchacho de Orihuela que soñaba con ser poeta laureado. Aquella obra titulada "Perito en lunas" significaba mucho para su autor, un joven con ansias de mundo, de universo y de palabras en vuelo. Se llamaba Miguel Hernández Gilabert.
Intentemos imaginar ahora su rostro cuando tuvo aquel libro entre las manos, el primer ejemplar con sus versos en letra de molde, sus poemas recogidos en un fajo de hojas encuadernadas, cosidas con hilo vegetal en cuadernillos de 16 páginas y encolados a un lomo rústico y humilde de cartón de escaso gramaje. Aquella obra, en formato de cuarto mayor, era tan rudimentaria como el propio poeta y, sin embargo, apuntaba hacia un paisaje de glorias deseadas, de reconocimiento entre los grandes. Allí estaba materialmente su obra, con prólogo de Ramón Sijé, por supuesto, y un retrato del autor a carboncillo realizado por Rafael González Sáenz, profesor de Dibujo en el Instituto "Gabriel Miró" de Orihuela.
Un mes antes, a comienzos de diciembre de 1932, Miguel había acudido a la redacción de "La Verdad" para firmar el contrato de su obra junto a dos avalistas: el abogado José Martínez Arenas y el canónigo Luis Almarcha (no nos engañemos, eran los poetas quienes corrían inicialmente con los gastos de sus libros). Fue el capellán quien aportó de su bolsillo las cuatrocientas veinticinco pesetas de la edición, "aunque se convino -como señala Martínez Arenas- que Miguel lo reembolsaría cuando pudiera, lo que él trató de hacer más tarde, sin que don Luis aceptara...".
Se imprimieron trescientos ejemplares y sabemos el esfuerzo que debió de suponer para el autor dejar en sólo 42 poemas el amplio material que había recopilado en los últimos meses entre composiciones de una extensión considerable y piezas breves de ocho o diez versos. El caso es que el producto final fue aquel libro homogéneo compuesto exclusivamente de octavas reales que mantenía el hermetismo y el enigma de esa poesía en la que creía ciegamente Miguel en esa etapa de su vida.
Los poemas, dentro de su opacidad y su misterio, figuraban sin título que desvelase su realidad o que ofreciera una clave de lectura. La versión, sin embargo, que conocemos de esta obra sí recoge las composiciones encabezadas con título, y ello se debe al hallazgo de un ejemplar anotado por un lector, Federico Andreu Riera, conocido de Miguel, quien le pidió al poeta una aclaración a cada una de las octava. Hernández no tuvo inconveniente en ir dictándole, como un acertijo, la solución y la referencia explícita a la que aludía el poema.
En opinión de Juan Cano Ballesta, es en esta obra primera donde "el rudo pastor-cabrero (tenía veintidós años) sale victorioso de la prueba, ofreciéndonos en un supremo esfuerzo de superación, no un manojo de extravagancias barrocas lejos de toda realidad, sino un conjunto de elementos contemporáneos en bouquet gongorino". Si hay algo que, en efecto, diferencia el neogongorismo de "Perito en lunas" de otras recreaciones culteranas como "Cal y Canto" de Rafael Alberti o ciertas obras de "Gerardo Diego", es el material metafórico empleado por Hernández, que lejos ya de temas e imágenes de origen fabuloso, conectan con su vida más cercana, con su tierra, su paisaje, con las vibraciones de su mundo cotidiano.
Conviene finalmente recordar al lector que "Perito en lunas" no ha alcanzado todavía, setenta y seis años después, la consideración que merece, como tampoco la profunda lectura que exige un poeta tan exhaustivo como ya apuntaba a ser Miguel.
Dentro de nada celebraremos su centenario y momento habrá de poner las cosas en su sitio.

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