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lunes, 16 de febrero de 2009

Nicanor Parra, perdón y olvido

Parra, perdón y olvido

Raúl Rivero blanquitud@yahoo.com


La dictadura cubana sufre ataques de rabia en primavera. Lo sabe muy bien el poeta chileno Nicanor Parra que, en mayo de 1970, fue desterrado de la izquierda latinoamericana con un cable fechado en La Habana. Se le transfería, mediante la prosa seca del telegrama, a las filas del enemigo, a la torva cueva de burgueses vendidos al imperio y a las filas de los escritores que se quedarán para siempre sin porvenir.

El poeta estaba invitado a trabajar como jurado en un concurso literario en la isla, pero cometió el pecado de asistir a un té cultural en Washington, junto a otros escritores del continente y con la esposa del entonces presidente Richard Nixon.

Los amos de la hacienda ideológica izquierdista se pusieron al borde del infarto y procedieron a expulsarlo de sus tierras y a borrarlo de la historia literaria, como tratarían de hacer después con otros tres chilenos: Pablo Neruda, Jorge Edwards y Roberto Ampuero.

A 40 años del cable de la demolición de Parra, la dictadura necesitaba que el poeta acompañara a la presidenta Michelle Bachelet a un viaje a Cuba. Y decidieron llamarlo otra vez a sus desvencijados parapetos de guerra.

Nicanor Parra, a sus 95 años, sabio por viejo, por diablo y por poeta, desde el porvenir, rechazó la invitación. Discreto, sin declaraciones ni ataques a quienes le pasaron la piedra de esmeril, dejó que un amigo refrescara en la prensa este viejo artefacto de su obra poética: Hasta cuando siguen fregando la cachimba/ yo no soy derechista ni izquierdista/ yo simplemente rompo con todo.

Así es que el poeta, pasado el breve sobresalto de sentirse amenazado por el perdón, tiene que haber vuelto a sus poemas sin atender siquiera a un zalamero tracatán caribeño que, desesperado por verlo en la pasarela habanera con la señora Bachelet, había escrito con el mismo lápiz coreano de los insultos: «Nos habría encantado tenerlo y disfrutar su palabra de doble filo o de miles de filos».

Yo creo que, en aquella primavera de 1970, Nicanor Parra se sintió molesto y herido. Y, más tarde, liberado. Fuera de la cobertura del mando a distancia, como puede haberse sentido ahora, libre otra vez porque se le ha dado la oportunidad de romper de nuevo.

El es un profesional de las rupturas y eso fue lo que hizo para llegar al hallazgo de la anti poesía a finales de la década de los 50, muchos años después de su primer libro, Cancionero sin nombre (1937), que estaba más cerca de Federico García Lorca que de casi todo el mundo, Parra incluido.

Se quitó de arriba al poeta de Granada, al viejo tumultuoso Walt Whitman con su barba de mariposas y a Charles Chaplin, el indigente que comía zapatos. A los poetas ingleses y a los surrealistas. A todo el que le había dejado algo en el corazón y en la palabra. En esas reyertas de amor y renuncias está el origen de la corriente literaria que lo ha puesto en el sitio donde vive hoy fiel al recuerdo de una mujer que se hacía la dormida. Lejos de los trasiegos de la politiquería, a salvo de los críticos y de los oportunistas que se indignan y rechazan a los dictadores de derecha y bendicen y reverencian a los de izquierda.

Nicanor Parra está vivo, nadie lo puede envolver y montarlo en un avión para ir a celebrar 50 años de esclavitud en un país donde es bien leído y bien querido.

No se lo pueden hacer al hombre alerta, irónico y lúcido que escribió, entre otros libros, Poemas y anti poemas, Canciones rusas, Chistes para desorientar a la policía, Poemas para combatir la calvicie, Coplas de Navidad, Hojas de Parra, Páginas en blanco, Versos de salón, El hombre imaginario y Discurso de sobremesa.

Envío: como no pudieron llevar a Nicanor, llevaron la sombra de Enrique Linh. El poeta de La pieza oscura trabajó un tiempo en La Habana y regresó a Chile decepcionado y molesto. Así murió.

Han publicado una antología de sus versos a toda prisa, más que para complacer a los lectores, para redondear el inventario de libros en una feria dedicada a Chile. La exposición, inaugurada por la presidenta Bachelet, tiene su sede en las instalaciones de una fortaleza militar, La Cabaña, donde montó su comandancia Ernesto Guevara en 1959. Los cubanos creen que ahí se escuchan todavía las órdenes de fuego a los pelotones de fusilamientos.

No. Qué va. Nicanor Parra no quiso ir.



http://www.elmundo.es/opinion/columnas/raul-rivero/2009/02/2596490.html



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