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viernes, 25 de febrero de 2011

Visita a la Casa Museo de Azorín de Mario Vargas Llosa.

Por Juan José Payá

¿Y por qué Azorín no tuvo descendencia?

El escritor Mario Vargas Llosa
El escritor peruano, Mario Vargas Llosa, visitaba la Casa Museo Azorín una soleada mañana del verano de 1993. El autor de La ciudad y los perros buscaba, en la casa del escritor de Monóvar, los apuntes necesarios para confeccionar el discurso que, tres años después, peroraría en su ingreso en la Real Academia Española.

La visita ocupó varias horas. Pauta habitual en Vargas Llosa; escritor de curiosidad insaciable y de inquietudes infinitas. Y en aquella estancia, al eterno candidato al Nobel le entregaron la llave de un tesoro que abre la biblioteca de Azorín. Una exquisita colección de ejemplares que reúne a los intelectuales más influyentes del siglo XIX y XX. Pensadores y estudiosos españoles y extranjeros, con mucho francés, lengua que Azorín aprendió bajo su incesante actividad de lecturas en el exilio.

Y allí, entre todas aquellas toneladas de papel releídas y revisadas por Azorín, Mario Vargas Llosa aprendió a querer la figura de un artesano que mimaba y moldeaba las palabras con una sensibilidad asombrosa, llegando a deparar los textos más bellos y engalanados con los que se ha podido contemplar nuestra lengua.

Mario Vargas Llosa, conforme incrementaba su sed de conocimientos, acortaba en mayor medida los silencios protocolarios entre pregunta formulada y respuesta recibida. Y el director de la Casa Museo Azorín, José Payá, satisfacía la demanda cultural del periodista peruano con una cascada de datos, libros, reflexiones y conclusiones de otros trabajos bibliográficos.

En la comida, distintos comensales rodeaban una mesa repleta de diversos productos de la comarca del Bajo Vinalopó. Y en este círculo de comentarios, la mujer de Mario Vargas Llosa, desvela pegada al oído del director del museo uno de los secretos más preciados por todo reconocido escritor: “Que sepa usted, don José, que Mario siempre guarda un libro de Azorín en su mesilla de noche”.

De pronto, Vargas Llosa reclama la atención del director con un ademán de sus manos. El tono es pausado, requiriendo intimidad. Ambos llevaban unas cinco horas ininterrumpidas desgranando la vida y obra del escritor que acuñó la Generación del 98. ¿Una cuestión trivial? Mario Vargas Llosa pregunta bajo un susurro: “¿Por qué Azorín no tuvo descendencia?”.

La respuesta es única pese a que las malas lenguas multipliquen estas versiones. Azorín no tuvo hijos porque no pudo. Punto. Aunque a muchos les dé por decir que, debido a su obra tan prolífica, no tuviera tiempo para esas cosas. Lo que no es más que una mera estupidez, claro.

Don José expone a Mario Vargas Llosa los distintos argumentos de esta historia. Y el periodista peruano afirma, intercambia algunas impresiones y esboza una enigmática sonrisa, como el misterio que siempre envuelve a sus novelas, entre la realidad y la mentira.

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