Leonardo Padura
Cuando en 1978 se produce al fin la esperada publicación de La consagración de la primavera, Alejo Carpentier ha concluido un ambicioso y agónico proceso en el que se ha visto enfrascado por unos quince años, y cuyo propósito fue escribir una obra dedicada exclusivamente al tema de
El tema de las revoluciones, como se sabe, fue una de las recurrencias de la narrativa del novelista cubano. Desde su primera obra de madurez, El reino de este mundo (1948), dedicada al proceso de ascenso y desintegración de la revolución independentista haitiana, la visión historicista y filosófica de las revoluciones aparece en otras dos de sus novelas capitales: El acoso, de 1956, ubicada en el contexto de la frustrada revolución popular de 1933 que siguió al derrocamiento del dictador cubano Gerardo Machado y, sobre todo, en El siglo de las luces, su gran novela de 1962, también de compleja y dilatada elaboración, y en la cual se introduce en el proceso de la gran revolución burguesa de Francia y sus consecuencias en
El hecho de que en esas tres novelas se abordaran procesos revolucionarios que, sin fracasar el todo, quedaron a mayor o menor distancia de los objetivos políticos y sociales que estuvieron en sus principios gestores, provocó que parte de la crítica le achacara al escritor una cierta visión pesimista sobre los destinos revolucionarios, una postura incluso existencialista, y hasta inoportuna políticamente, como ocurrió a raíz de la publicación de El acoso, según la opinión de Juan Marinello. Tal vez esos juicios, el carácter mismo de los fenómenos históricos que reflejó en esas obras y la propia realidad que Carpentier vive en Cuba a partir de 1959, impulsó el interés del escritor por elaborar una novela donde, a una suma de fracasos históricos, siguiera la consumación de una victoria revolucionaria capaz de cambiar, real y radicalmente, un estado de cosas ya inadmisibles en el plano político y social. A ese propósito intrínseco habría que sumar, a mi entender, otra intención que sin duda sustentó y atizó el proyecto novelesco concretado en 1978: la escritura de una novela sobre
Los agónicos tientos y diferencias entre los que se movió Carpentier para concretar su propósito literario tal vez pueda hacerse patente si seguimos la complicada y por momentos contradictoria gestación de la novela. Como hemos podido rastrear en investigaciones anteriores (1), a lo largo de quince años Carpentier fue dando diversas noticias, generalmente optimistas y muchas veces contradictorias, sobre la escritura de una obra de carácter épico, dedicada a la revolución triunfante. Llamada en principio El año 59, considerada después parte de una trilogía que integraría también una novela breve titulada Los convidados de plata, luego fundidas ambas obras en una mayor, lo cierto es que solo en 1978 el escritor dio a sus editores la obra definitiva que sería La consagración de la primavera.
El complejo y errático proceso de elaboración de esta novela tiene, a mi entender, un origen conceptual bastante evidente: se trata de una obra en la que su autor asumía plenamente un compromiso político-ideológico expreso, y para sustentarlo había optado por reproducir, con precisión de cronista, una sucesión de acontecimientos reales, tratados casi con respeto testimonial, con los que se propuso contar una sola historia (la que relata su argumento), desde una sola perspectiva estética (la de un realismo ortodoxo e historicista). Pero, tratándose de una novela esencialmente política, de sucesos y valoraciones políticas expresas, este realismo a ultranza conduce al escritor hacia la difícil manipulación de ciertas reglas de la estética entonces vigente y actuante del realismo socialista, tan ajenas a su universo literario tradicional y en franco detrimento de su visión de lo real maravilloso (sistema en el que abundan los componentes de lo mágico, lo insólito y lo extraordinario) como modo de expresión de las singularidades americanas. En este sentido, La consagración de la primavera resulta una novela ideotemáticamente atrapada en el conflicto general que caracteriza el arte cubano de los años 70 y hace evidente que ni la estatura artística del escritor ni su lejanía física del ambiente cultural del país –diplomático en París desde 1966- consiguieron liberarlo de los pesados lastres de la ortodoxia instituicionalizada de ese período y de los dogmas estéticos entonces en boga.
No obstante, en el espíritu de ese período, un crítico tan respetable como Rogelio Rodríguez Coronel, hace la defensa ideoestética de la novela y asegura que:
En La consagración de la primavera culmina la evolución del método artístico y la perspectiva ideológica de un escritor que encuentra respuesta a las inquietudes que en torno al hombre y su realidad histórica se debaten en toda su obra. Es el surgimiento de un mundo mejor en el reino de los hombres lo que, desde un punto de vista teórico y práctico, provoca una maduración ideológica del ámbito carpenteriano, lo que le otorga un sentido objetivo a su concepción de la historia, lo que reacondiciona valores estéticos --gnoseológicos y artísticos-- presentes en su narrativa del período prerrevolucionario. (2)
Estamos pues ante una novela política, ortodoxamente política y por tal razón, la historia, más que marco, universo, referencia, panorama, es ahora pauta que obliga al argumento a seguir una determinada sucesión de acontecimientos justamente históricos, una cronología de la cual a Carpentier no se le ha escapado ningún hecho significativo: desde
La elipsis que caracterizó el tratamiento de la historia en obras como El reino de este mundo y la visión de
El huracán generador de esos vientos, y sobre el cual me centraré en esta ocasión es una de las derrotas históricas más polémicas, dolorosas y sórdidas sufridas por la humanidad en el siglo pasado: la llamada Guerra Civil Española (GCE), que se desarrolló entre julio de 1936 y abril de 1939, cuando se concreta al fin la victoria de las tropas franquistas. En el espacio histórico de esa guerra, Carpentier ubica el inicio de la trama novelesca cuando se produce el encuentro entre los que luego serán sus protagonistas y conductores de los hilos narrativos de la historia: Enrique, el joven cubano entonces integrante de las Brigadas Internacionales (BI), y Vera, la bailarina rusa, emigrada de su patria luego del triunfo de
Aunque desde el plano propiamente argumental los sucesos de
El antecedente más notable de la visión carpenteriana sobre
En la novela,
La llegada de Vera a Valencia, en viaje hacia Benicassim, marca el inicio de la novela. La bailarina, que se dirige a un hospital donde se recupera su amante Jean Claude, tiene una primera relación con el mundo de la guerra en la ciudad que entonces era la capital de los republicanos y donde conoce a Enrique, también convaleciente de una herida de guerra. Este encuentro ocurre en los días posteriores a la dolorosa batalla de Brunete, en julio de 1937, considerada una victoria republicana en la cal, sin embargo, se afirma que estos perdieron 25 mil hombres por 13 mil sus enemigos.
La guerra, en una Valencia lejana de los frentes de combate pero sometida a bombardeos nocturnos y en un Benicassim aislado de la actividad militar del conflicto, se ve, por tanto, desde un ángulo sesgado (mucho más sesgado que el aportado por Fabricio del Dongo de la batalla de Waterloo, que cita el propio Carpentier en la novela). Sus personajes no están en los frentes de combates ni envueltos en las complejas urdimbres de la retaguardia (el Madrid asediado por los fascistas que aparece en los reportajes de 1937 o
¿Por qué esta visión “sesgada”, más aun, distante, de la guerra y de las pugnas interiores que hacían arder el corazón dividido de
Antes de aventurar una respuesta vale la pena que nos ubiquemos con mayor precisión en el contexto histórico en que se produce el primer encuentro de estos cuatro personajes.
Para que se tenga una idea de hasta qué punto se había establecido la política de posposición revolucionaria, en una fecha tan temprana como el 23 de julio de 1936, prácticamente con el inicio de los combates, se había producido una reunión del Comité Ejecutivo de
Pero en agosto de 1936 Stalin había dado un paso más allá y había enviado a España al tétrico oficial de
La complejidad de este panorama político, que finalmente daría al traste con las aspiraciones de victoria del bando republicano, escapan de la posibilidad del análisis que nos hemos propuesto en este breve estudio y por eso apenas nos conformaremos con un esbozo de la situación, capaz, pienso, de hacer evidentes las tensiones que se ponían en juego. Pero algo queda claro –o parece haber quedado claro- en la política de los soviéticos hacia España: Stalin no deseaba ni buscaba una revolución en aquel país. Y esa exigencia, hecha por el único aliado real con que contó
Las Brigadas Internacionales, queriéndolo o no, formaron parte de este conflictivo panorama, tanto en el frente como en la retaguardia, pues su presencia y papel en España fueron utilizados como argumento por unos y otros sectores del caleidoscopio político del bando republicano.
Carpentier, al acercarse en la novela al ambiente de
Como se sabe, en el propio año de 1936 se produce la llegada de voluntarios antifascistas a España. Este fue, en principio, un movimiento espontáneo generado por la solidaridad y el sentimiento antifascista, pero pronto fueron funcionarios del Comintern, en coordinación con Moscú, quienes organizaron a aquellos hombres en las llamadas Brigadas Internacionales. Asesores soviéticos y de
Con justicia se ha reconocido el papel decisivo de las Brigadas Internacionales, sobre todo a lo largo del primer año de la guerra (1936-37) y específicamente en situaciones tan álgidas, como la defensa de Madrid, en noviembre de 1936, en Las Rozas, en enero de 1937, en la batalla de Jarama, en febrero de ese año y en la que el coronel Sverchevsky (conocido como Walter en España) califica como “la afanosa y enlodada marcha de Guadalajara, cuando derrotaron a las columnas fascistas italianas”. “Guadalajara constituye, a mi juicio, la página más espléndida y más brillante en la historia de las Brigadas Internacionales”, afirmaría Sverchevsky (6).
Pero a partir de aquellos acontecimientos –justo cuando se encuentran en Benicassim los protagonistas de la novela- ha comenzado a producirse un declive de su importancia relativa. La organización más férrea y efectiva del Ejército Popular, con un mando en el que se destaca una mayoría de oficiales comunistas, más disciplinados y organizados, sumado a la ubicación de soldados españoles en las unidades de los internacionales, cambió el carácter de estos contingentes y comenzó a provocar diferencias que llegarían a tornarse dramáticas. Uno de los problemas que creó tensiones, según documentos de la época, fue la idea de que los brigadistas estaban “salvando” a España, y no que solo la estaban “ayudando”, lo que engendró un doloroso conflicto con los españoles integrados a las brigadas, con el resto del Ejército Popular y con el mismo gobierno de Valencia (7).
El año 1937 marca pues un rápido declive de las Brigadas, tal y como se concibieron en los primeros meses de la guerra, que casi se disuelven, por las bajas y luego por la ubicación de miembros del ejército regular en ellas. Se comienzan a hacer patentes entonces los conflictos internos y los internacionales se quejaban de que les llegaban pocas armas y, sin embargo, eran enviados al sector más difícil de la batalla. Algunos autores, documentos en mano, hablan entonces de que empieza a dominar la noción de que las brigadas eran utilizadas como fuerza de choque, por su valor propagandístico, y no por que se le consideraba una fuerza bélica seria. (8) e incluso Palmiro Togliatti, nuevo representante de
Justo en el momento en que Carpentier ubica el inicio de la novela, la situación de esta fuerza es descrita del modo siguiente en una “Nota confidencial sobre la situación de las Brigadas Internacionales”, fechada en junio del 37: “La gran mayoría de los oficiales y voluntarios de las Brigadas Internacionales son militantes u hombres con conciencia política que saben ver, juzgar y entender. Ya sean comunistas o socialistas, republicanos o antifascistas sin pertenencia a un partido político definido, todos ellos se sienten hoy día deprimidos por la idea de que las BI son consideradas un cuerpo extraño, una banda de intrusos, no diré que por todo el pueblo español, pero sí por la gran mayoría de los dirigentes políticos, soldados, funcionarios y partidos políticos de
Este informe, al parecer fue escrito por Vital Gayman, comunista francés conocido como Vidal, uno de los jefes de la base de las BI. Y aunque tal vez el informante carga la mano en ciertos tintes oscuros, lo cierto es que ésta es una de las opiniones existentes y que llega a Moscú.
En esta época, sin embargo, las BI, a pesar de las bajas sufridas y las deserciones, todavía constituía la cuarta parte de la fuerza de choque del ejército republicano, y comenta Vidal: “…los supervivientes de los veinticuatro mil voluntarios que han venido a España [Enrique y Gaspar entre ellos] no deben regresar a sus hogares con la impresión de que su sacrificio por la causa será ignorado o inútil”. (10).
Solo un mes después del encuentro de Vera y Enrique en Valencia, André Marty, también envía a Moscú sus opiniones. Marty, uno de los hombres fuertes de
Por su parte Manfred Stern (a. Emilio Kléber), uno de los consejeros de más alto rango, afirma que los internacionales falsificaban informes y desafiaban al mando de la base de Albacete, al mismo tiempo que trataban a los soldados españoles de las brigadas como ciudadanos de segunda clase en su propio país. También muestra en un informe secreto que los internacionales eran en gran medida culpables de los problemas que sufrían las unidades. (11)... Todas estas opiniones, como se ha visto, parten de los propios directivos de las Brigadas y forman parte de la documentación de la época destapada en Moscú medio siglo después, y aunque podamos dudar de su exactitud en una coyuntura histórica en la que la mentira se convirtió en estrategia de supervivencia para los enviados de Moscú –la mayoría de estos asesores, llamados en
Ya a principios de 1938 las BI habían declinado como fuerza de combate y solo contaban para los soviéticos y el Comintern como medio de propaganda e instrumento de negociación con las demás potencias. En el interior de las BI existía todo tipo de problemas, incluso étnicos, pues unas nacionalidades se consideraban superiores a las otras. Además de la subvaloración de los españoles (a los que acusaban muchas veces de las derrotas) había prejuicios contra los judíos, los franceses, etc. Las deserciones fueron creciendo y en diciembre de 1937 los comandantes se negaban a dar las cifras para encubrir la cantidad. Paralelamente, el prestigio de personajes como André Marty había decaído y por su disciplina y métodos de terror fue apodado “el carnicero de Albacete”.
Una sexta parte de los voluntarios había desaparecido en mayo de 1938: o habían desertado o se trataba de “elementos poco fiables” que habían sido sacados de circulación por diversos medios. A mediados de año sólo quedaban 5 mil combatientes, totalmente agotados y casi sin capacidad de combate. El anuncio del retiro de esos soldados podía servir, no obstante, como golpe propagandístico para obligar a los fascistas a hacer lo mismo con las unidades alemanas e italianas.
El 29 de agosto Jorge Dimitrov envía un memorandum a Manuilsky y a Voroshilov (director en Moscú de las operaciones españolas, quien lo remite a Stalin inmediatamente) sobre el planteamiento del Buró político del PCE y de Marty sobre la evacuación de los voluntarios de las BI. El presidente del gobierno español, Negrín, también insistía en la evacuación, pues tiene noticias de que los hombres están agotados y las BI han dejado de existir, de hecho, como unidades especiales. Sacarlas demostraría además la suficiencia del ejército republicano y quitaría pretextos a la intervención de Alemania e Italia.
La orden de disolución la dio Negrín, aunque ya no tenía control sobre las BI, pero incluso los documentos prueban que para hacerlo tuvo que pedir el permiso del PCE y el Comintern. Sin embargo, solo Stalin tenía autoridad para tomar la decisión y debió consultarse su parecer. (13). Finalmente, el 15 de noviembre de 1938, se celebra en Barcelona un gran desfile para despedir a los restos de las Brigadas Internacionales. El doctor Juan Negrín, jefe del gobierno, y la dirigente comunista Dolores Ibárruri,
La falta de información y perspectiva histórica, sumada a una visión que hemos llamado “sesgada” de los acontecimientos de la guerra, dejaron fuera de La consagración de la primavera la mayoría de estos conflictos y acontecimientos que tanto debieron o pudieron influir en la actitud posterior de sus personajes. En un momento de la novela, cuando Enrique y Gaspar se refieren a las causas de la derrota este último ofrece su opinión: “la perdimos [la guerra] en España porque las retaguardias estaban podridas, por disensiones, anarquismos y puñeterías” (14), sin más capacidad, posibilidad o deseos de profundizar en su análisis, por lo que Enrique, que tampoco tiene una respuesta, apenas apunta que: “no compartía su visión harto simplificadora de los hechos” (15). Pero la visión complejizadora tampoco aparece entonces.
Los acontecimientos vividos en España, además, no parecen haber enriquecido realmente la visión histórica de los personajes. El mismo Gaspar, al referirse a otra coyuntura de gran complejidad, de muchas lecturas y que tantas decepciones provocó, opina sobre el pacto germano-soviético de agosto de 1939 que ha sido una jugada maestra para aplazar una guerra inevitable con Alemania, mientras que la invasión soviética a Polonia tiene como descargo el juicio de que “más valía que media Polonia hubiese sido soviética a que Polonia toda fuese nazi” (16). Como era de esperar, Gaspar se cuida de mencionar las invasiones a los países bálticos, la ocupación de una parte de Rumanía y el fracaso sufrido por el ejército Rojo en su invasión a Finlandia. Enrique, como era de esperarse, vuelve a irse sin opinión.
Solo la visión tradicionalmente romántica –que incluso un autor como Hemingway puso en duda en Por quién doblan las campanas, una novela escrita casi al calor de la guerra, o que Orwell rechazó en su revelador Homenaje a Cataluña (17), escrito incluso antes de que terminara la guerra-, es la que nos deja La consagración de la primavera. La necesidad o el deseo de problematizar la frustración o el aborto de una revolución en un libro dedicado a la revolución, no parecía estar entre sus intereses ideológicos y políticos, quizás porque las verdades españolas, mal conocidas o conocidas a media, podían ser lacerantes y contradictorias en un texto que es un canto a la necesidad y la apoteosis de las revoluciones.
"Abrí todas las ventanas de la casa. Las calles estaban llenas de una multitud jubilosa (...) Frente a mí pasaron algunos con el puño en alto: "¡Viva
Es el grito final de Vera, la apolítica, la que ha sufrido el trauma de las revoluciones, la que no leía periódicos ni quería saber de política. Pero es también la voz de Carpentier, marcando el signo ideológico y el propósito esencial de su agónica y última novela.
Mantilla, enero de 2008.
Notas.
(1) Ver Leonardo Padura. Un camino de medio siglo. Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso. Ed. Letras Cubanas,
(2) Rogelio Rodríguez Coronel. La novela de la revolución cubana, Ed. Letras Cubas,
(3) Alejo Carpentier. “España baja las bombas (I-IV)”, en Crónicas, tomo II, Editorial Arte y Literatura,
(4) Ver José María Zavala. En busca de Andreu Nin. (Prólogo de Stanley G. Payne), Plaza y Janés, Barcelona, 2005.
(5) Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov. España traicionada. Stalin y la guerra civil. Planeta, Barcelona, 2002, p.513.
(6) Ibidem, p. 150. Ver también José María Zavala, op. cit.
(7) Ibidem, p. 513.
(8) Ibidem, p. 290-291.
(9) Ibidem, p. 289 y 299.
(10) Ibidem, p. 305.
(11) Ibidem, p. 328.
(12) Ver Ibidem.
(13) Ibidem, p. 511.
(14) Alejo Carpentier. La consagración de la primavera, Ed. Letras Cubanas,
(15) Ibidem, p. 212
(16) Ibidem, p. 210.
(17) George Orwell. Orwell en España. Homenaje a Cataluña y otros escritos, Ed. Tusquets, Barcelona, 2003. Entre otros libros que profundizan con nuevos argumentos en la historia de
(18) Alejo Carpentier, op. cit., p 421.