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jueves, 20 de marzo de 2008

Los poetas de la Generación del 27 y Cuba


Jorge Domingo Cuadriello

El fin de la dominación colonial de España sobre Cuba representó, además de un cambio en las relaciones políticas entre la ex-Metrópoli y la Isla, un distanciamiento de los vínculos intelectuales entre ambos países. Si bien la comunidad española en Cuba continuó siendo muy significativa desde el punto de vista numérico y siguió en posesión de sus cuantiosas propiedades y, por otro lado, se mantuvo el flujo de inmigrantes económicos procedentes en su mayor parte de Galicia, Asturias e Islas Canarias, no puede decirse lo mismo con respecto a la relación entre intelectuales españoles y cubanos. De seguro como consecuencia del dolor causado por la pérdida de los últimos reductos coloniales en América y de un resentimiento, no siempre oculto, ante la emancipación de Cuba, se abstuvieron de visitar su territorio casi la totalidad de los miembros de los círculos intelectuales de la Península Ibérica. Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que desde 1899, cuando concluyó la evacuación de las tropas vencidas, hasta noviembre de 1909, cuando desembarcó en el puerto habanero el entonces célebre poeta, dramaturgo, académico y senador Juan Antonio Cavestany, hoy por completo olvidado, ningún intelectual español de al menos cierta relevancia puso los pies en tierra cubana.

Al año siguiente de su arribo, en 1910, realizaron por separado ese viaje dos personalidades de renombre: el historiador Rafael Altamira, Catedrático de la Universidad de Oviedo, y el poeta malagueño Salvador Rueda. La visita de ambos sirvió para avivar el sentimiento patriótico, a veces excesivo, que latía en el seno de la colonia española. El primero a través de las conferencias sobre el hispanoamericanismo que impartió en la Universidad de La Habana y en otras instituciones; el segundo por medio de los incontables recitales de su producción poética que ofreció no sólo en la capital, sino también en Matanzas, en Cienfuegos y en otras ciudades. Sin embargo, la estancia de estos dos hombres de letras también sirvió para demostrar la hospitalidad de los cubanos. Ambos fueron muy bien acogidos por el público, los académicos y los poetas nativos. A Rafael Altamira no le faltaron homenajes y a Salvador Rueda hasta se le colocó una corona de oro y plata en un acto fastuoso realizado en el Teatro Nacional.

A partir de entonces se incrementaron las visitas a la isla de los escritores y de los profesores españoles. La emancipación de Cuba era un hecho consumado e irreversible y convencidos de esa realidad ya en la década del 20 arriban a La Habana para dictar conferencias y estrechar vínculos con la sociedad y con los intelectuales del país el ensayista Marcelino Domingo, el poeta Francisco Villaespesa, el dramaturgo Jacinto Benavente, recién nombrado entonces Premio Nobel de Literatura, los novelistas Vicente Blasco Ibáñez, Ramón del Valle Inclán y Carmen de Burgos, el célebre jurista Luis Jiménez de Asúa y el historiador Adolfo Bonilla San Martín. La fundación en 1926 de la Institución Hispanocubana de Cultura, que presidió el polígrafo Fernando Ortiz, sirvió para canalizar invitaciones personales a destacadas figuras de las letras españolas y en los años siguientes ocuparon la tribuna de dicha entidad el ensayista Gregorio Marañón, el historiador Américo Castro, el profesor Fernando de los Ríos y el periodista Luis Araquistain, entre otros. Por aquel tiempo ya la inmensa mayoría de los españoles había superado el desgarramiento que les causara la independencia de Cuba y en particular los intelectuales veían con buenos ojos los adelantos ocurridos en la Isla.

Esta situación favorable para el diálogo y el entendimiento entre los escritores cubanos y españoles propició un notable incremento de los vínculos culturales entre ambos. Los libros, los folletos y las revistas literarias impresos en España circulaban casi de inmediato en Cuba y las obras de autores cubanos comenzaron a conocerse de un modo más amplio en la ex-Metrópoli. Como continuación de aquellos vínculos tan beneficiosos para las dos partes vamos a encontrar poco después el surgimiento de relaciones recíprocas entre los integrantes de un nuevo movimiento poético conocido como la Generación del 27 y Cuba.

Animados por el deseo de buscar nuevas formas expresivas y de superar recursos y lenguajes heredados de la ya retrógrada poesía finisecular, al estilo de Núñez de Arce, estos nuevos poetas asimilaron en un principio las propuestas de los movimientos de vanguardia y cultivaron un verso en el que prevalecía la originalidad, la imagen novedosa y una mayor diversidad temática. Más tarde, ya realizado ese tránsito por los senderos recién inaugurados de la poesía, fueron en busca de una voz personal más reposada y de inquietudes más hondas. Entre los autores españoles que tomaron parte en aquella aventura literaria estuvieron Federico García Lorca, Rafael Alberti, María Teresa León, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Luis Cernuda y Gerardo Diego. Todos ellos permanecieron una temporada en Cuba, desarrollaron en ese período una meritoria labor cultural y establecieron estrechas relaciones con escritores de nuestro país. Hubo además otro autor, Juan Chabás, que se asentó en nuestro suelo de forma definitiva.

No son escasos los testimonios y las investigaciones acerca de la visita efectuada por García Lorca a Cuba en 1930. Procedente de Nueva York e invitado por la Institución Hispanocubana de Cultura, arribó al puerto habanero en marzo de aquel año. Ya entonces, a pesar de su juventud, había alcanzado celebridad como poeta con su Romancero gitano y como dramaturgo con el estreno en Barcelona de la pieza Mariana Pineda. Durante su estancia ofreció en el Teatro Principal de la Comedia bajo el auspicio de dicha institución las conferencias “Mecánica de la nueva poesía”, “Las nanas españolas (Canciones de cuna)”, “La imagen poética de Don Luis de Góngora”, “Homenaje a Soto de Rojas” y “El cante jondo (Primitivo canto andaluz)”: También ofreció lecturas de sus poemas, se trasladó a las ciudades de Cienfuegos y Santiago de Cuba y estableció estrecha amistad con Antonio Quevedo, María Muñoz, Juan Marinello, los hermanos Loynaz y otros intelectuales residentes en la capital. Aprovechó además su estancia para concluir la versión definitiva de su obra teatral La zapatera prodigiosa y escribir la obra El público, cuyo manuscrito entregó como obsequio al poeta Carlos Manuel Loynaz.

García Lorca conquistó con rapidez las simpatías no sólo de los intelectuales, sino de un amplio sector de los amantes de la cultura. Vivió con intensidad los tres meses que permaneció en Cuba y años después afirmaba que este había sido el período más feliz de su vida. Acerca de aquella visita declaró Juan Marinello: “La estancia cubana de Federico – deslumbramiento y hallazgo – fue sedienta y desbordada. Quería saberlo todo, entenderlo todo, absorberlo todo. (…) se metió de rondón en las cadencias negras y en la risa de los niños; se inclinó con limpia avidez sobre la obra de los creadores jóvenes; atravesó la Isla de una punta a la otra”.[1] El imperdonable asesinato de García Lorca, víctima de la barbarie fascista, causó honda conmoción en Cuba y desde entonces hasta el presente numerosos han sido los poetas de la Isla que se han alzado para cantarle. Así lo demuestra el volumen Arpa de troncos vivos (1999), compilado por César López. También debemos señalar que como homenaje a su memoria el más importante escenario teatral cubano lleva su nombre.

Rafael Alberti, ya entonces celebrado autor del poemario Marinero en tierra, realizó una primera visita a La Habana en abril de 1935 acompañado de su esposa, la también poetisa y dramaturga María Teresa León. Aunque en aquellos días imperaba en el país un clima de marcada violencia política, ambos pudieron iniciar una estrecha amistad con Nicolás Guillén, Labrador Ruiz, Regino Pedroso y Juan Marinello. A este último lo conocieron en el Castillo del Príncipe, donde se encontraba encarcelado al igual que otros editores de la publicación comunista Masas. Juntos volvieron a la capital cubana en marzo de 1960, en un momento histórico muy diferente, marcado por las amplias expectativas que creaban las transformaciones económicas y sociales de la recién victoriosa revolución. En esta oportunidad Alberti, entonces exiliado de la España franquista, dictó conferencias en la Universidad de Oriente y en la Dirección General de Cultura sobre la producción literaria de Antonio Machado y de García Lorca. María Teresa León, por su parte, en estos mismos escenarios disertó sobre la obra de Bécquer y de Cervantes. Ambos fueron homenajeados en el teatro de la Central de Trabajadores de Cuba y propusieron la compra de un Avión de la Poesía, destinado a “bombardear” con juguetes, caramelos y libros para niños las zonas de la Sierra Maestra que habían sufrido los bombardeos reales de la aviación de Batista.

La Guerra Civil, drama que ensangrentó a toda la Península Ibérica, tuvo entre sus nefastas consecuencias la desarticulación del rico movimiento cultural que coincidió, no de modo fortuito, con el período republicano. Los poetas de la Generación del 27 también sufrieron en mayor o menor medida las consecuencias de aquel terrible conflicto. Lorca fue asesinado, Miguel Hernández murió de penalidades en una cárcel franquista, otros tuvieron que emprender el camino del exilio y algunos se sumieron en el retraimiento. Bajo la condición de exiliados, arribaron en 1939 a La Habana Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Al año siguiente llegó Juan Chabás.

Impresor y poeta, Altolaguirre a los veinte años había publicado el poemario Las islas invitadas y poco después, junto a Emilio Prados, había fundado la revista literaria Litoral. A los pocos meses de su arribo fundó en La Habana, con la ayuda monetaria de la millonaria María Luisa Gómez Mena, la imprenta La Verónica, de gran significación para las letras cubanas. En ese taller se confeccionaron cerca de doscientos títulos, entre ellos los pertenecientes a libros de versos de Agustín Acosta, Regino Pedroso, Emilio Ballagas, Nicolás Guillén y Mariano Brull, los Cuentos negros de Cuba, de Lydia Cabrera, novelas de Carlos Enríquez y de Pablo de la Torriente Brau y ensayos de María Zambrano, Juan Marinello y Antonio Martínez Bello. También Altolaguirre creó la revista La Verónica, que tuvo pequeño formato y corta vida; pero elevada calidad literaria, impartió conferencias sobre literatura española y fue además un entusiasta animador de los movimientos pictórico y teatral cubanos. En La Habana publicó su cuaderno de poemas Nube temporal y colaboró en Espuela de Plata, Carteles, Lyceum y Universidad de La Habana, entre otras revistas.

Por su parte, Concha Méndez, quien ya había conquistado un sitio en el panorama poético español con los poemarios Inquietudes y Surtidor, una vez en territorio cubano tomó parte igualmente en la realización de los proyectos de la imprenta La Verónica, dio a conocer un nuevo libro de composiciones poéticas, Lluvias enlazadas, así como la pieza teatral El solitario; misterio en un acto, y colaboró en Lyceum, Espuela de Plata y en otras revistas. Después de haber llevado a cabo una activa y muy provechosa labor cultural en Cuba, este matrimonio de poetas en 1943 marchó a establecerse en México. Atrás dejó, en particular Altolaguirre, una ola de afecto entre no pocos escritores y artistas cubanos.

Juan Chabás disfrutaba ya de cierto reconocimiento literario gracias a la publicación de su novela Sin velas, desvelada y de su libro de poemas Espejos y había comenzado a consolidarse en el ámbito académico español cuando estalló la guerra. Sus posiciones políticas antifascistas lo llevaron entonces a dejar la enseñanza, vestir el uniforme militar y empuñar el fusil. En suelo cubano Chabás desarrolló una intensa labor de divulgación de la literatura, en general, y de la española en específico. Además de haber impartido estas materias en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, disertó en la Institución Hispanocubana de Cultura, en la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana, en el Lyceum y Lawn Tennis Club y en otras muchas instituciones a lo largo del país. También dio a conocer los textos, de obligada consulta aún hoy para los estudiantes cubanos, Literatura española contemporánea 1898-1950 e Historia de la literatura española.

Con carácter póstumo vieron la luz su colección de cuentos Fábula y vida, el conjunto de poemas Árbol de ti nacido y el volumen de ensayos breves Con los mismos ojos. En la compilación de sus comentarios para la radio habanera, que fue publicada también de modo póstumo, Poetas de todos los tiempos: hispanos, hispanoamericanos, cubanos, además de ocuparse de autores de honda significación para nuestra lengua como Quevedo, Neruda y Vallejo, se encargó de reseñar la producción poética de los cubanos Mariano Brull, Cintio Vitier y Navarro Luna, entre otros. Poco después de la prematura muerte de Chabás, ocurrida en La Habana en el año 1954, afirmó la profesora cubana Blanca Dopico al hacer referencia a su quehacer como conferencista: “A despecho de las naturales vicisitudes a que se ve sujeto todo exiliado, Chabás no se daba pausa. Las instituciones académicas y los círculos intelectuales del país tuvieron en él un colaborador generoso y desinteresado: disertaciones, cursillos, lecturas, fueron las vertientes por donde corrió la savia de su talento y la solidez de su cultura.”[2]

Procedentes de los Estados Unidos y de México, donde habían fijado su respectiva residencia, los también poetas y profesores exiliados Pedro Salinas y Luis Cernuda se trasladaron a la capital cubana con el fin de ofrecer varias lecciones. El primero de ellos realizó el viaje a mediados del año 1944 y en el Seminario de Investigaciones Históricas de la Universidad de La Habana, en el Lyceum y Lawn Tennis Club y en el Ateneo de La Habana se hizo cargo de disertar sobre la obra poética de Góngora y la literatura barroca. Durante su estancia en la Isla fue bien acogido por los escritores cubanos Medardo Vitier, Chacón y Calvo y Jorge Mañach y se reencontró con sus coterráneos María Zambrano y Juan Chabás.

Mucho más intensa y extensa fue, en cambio, la permanencia de Cernuda en la capital cubana, que abarcó desde noviembre de 1951 hasta febrero del año siguiente. En su caso llevó a cabo el viaje por invitación personal de José Rodríguez Feo, crítico y uno de los editores de la revista Orígenes. Cernuda empleó también como escenario de sus conferencias las tres instituciones antes mencionadas y eligió entre sus principales temas la obra poética de Bécquer, la de Unamuno y la de sus compañeros de generación. Durante su visita trabó buena amistad con Lezama Lima, Gastón Baquero, Cintio Vitier y otros autores del Grupo Orígenes, recorrió ampliamente la ciudad y concibió el bello texto poético “Aire de La Habana”, que termina con estas palabras: “La Habana es su cielo, y éste no parece parte del cielo común a toda la tierra, sino proyección del alma de la ciudad, afirmación soberana de ser lo que ella es. ¿No se diría que hermosa, airosa y aérea: un espejismo?”[3]

A diferencia de los anteriores, Gerardo Diego no eligió el camino del exilio al concluir la guerra española. Partidario de la sublevación, se sintió complacido con el triunfo del dictador Franco y continuó en España el engrandecimiento de su valiosa producción poética, iniciada bajo el influjo del creacionismo de Vicente Huidobro. Su visita correspondió a la invitación que le formularon la Academia Cubana de la Lengua y el Instituto Nacional de Cultura y se llevó a cabo en un momento de gran tensión política en la Isla: diciembre de 1958, cuando la ofensiva revolucionaria avanzaba de un modo indetenible. No obstante esa circunstancia desfavorable, Gerardo Diego expuso en el Anfiteatro de Bellas Artes, en el Ateneo de La Habana y en el Instituto Cubano de Cultura Hispánica sus criterios acerca de diversos temas literarios, entre ellos el ritmo en la poesía de San Juan de la Cruz y la significación de la producción poética de Juan Ramón Jiménez. Durante su visita, que se extendió hasta pocos días antes del derrumbe de la dictadura de Batista, estableció relaciones amistosas con Lezama Lima, Gastón Baquero, Max Henríquez Ureña y otros intelectuales cubanos.

En la obra de algunos de los autores antes mencionados quedó la huella de su paso por Cuba. En el caso de García Lorca podemos mencionar su conocido poema “Son de negros en Cuba” y en el de Alberti su “Casi son”. Concha Méndez, por su parte, concibió la “pantomima cubana escrita en verso” La caña y el tabaco, de la cual sólo se publicó un fragmento en la revista La Verónica y aún no ha sido divulgada en su totalidad. Juan Chabás nos legó el bello poema “Luna en La Habana” y eligió el ámbito cubano como escenario de algunos pasajes de sus cuentos. Ya citamos en párrafos anteriores el texto poético de Cernuda.

Por otra parte, faltaría abordar la impronta de estos poetas en la obra de no pocos autores cubanos, amplio y complejo asunto que supera los limitados objetivos del presente trabajo. Sin embargo, al menos anotaremos que en algunos versos de Nicolás Guillén se asoma el duende poético de García Lorca y que no es poca la influencia de éste en el poemario de juventud de Lezama Lima Inicio y escape, que permaneció inédito hasta el año 1985. Resulta evidente cuánto le debe la “Elegía sin nombre” de Emilio Ballagas a “El joven marino” de Luis Cernuda. Rafael Alberti y Nicolás Guillén entrelazaron sus décimas en un recital que ofrecieron en La Habana en 1960. Y ya el investigador Enrique Saínz se ha encargado de anotar las analogías existentes entre los libros impresos en Madrid en 1944 Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, por una parte, y los poemarios que dio a conocer por aquella fecha Cintio Vitier.

Del mismo modo, sería necesario dedicarle un espacio a los vínculos establecidos en suelo español entre los escritores cubanos y estos poetas. Es conocida la amistad que sostuvo el hispanista Chacón y Calvo, durante sus años de investigaciones literarias y de labores diplomáticas en Madrid, con García Lorca, Alberti, Gerardo Diego y otros autores. Durante la guerra compartieron momentos inolvidables en las sesiones del Congreso en Defensa de la Cultura, celebrado bajo los bombardeos, Marinello, Guillén, Alejo Carpentier y Félix Pita Rodríguez con Altolaguirre y Alberti, entre otros poetas. Y más tarde, ya durante la dictadura franquista, Vicente Aleixandre acogió en su retiro con generosa amistad a los entonces jóvenes poetas cubanos César López y José Triana, a quines brindó valiosas orientaciones literarias.

Así, de un modo concreto, hemos tratado de reseñar los vínculos más notorios que existieron entre los poetas de la llamada Generación del 27 y Cuba. Para las letras cubanas fue este un contacto provechoso y una ganancia que contó con diversas aristas. Los escritores de la Isla, a partir de estos contactos, tuvieron un conocimiento más profundo de los postulados ideoestéticos de aquel importante movimiento literario y se enriqueció la visión individual que poseían de los distintos caminos que ofrece la creación poética.



[1] Marinello, Juan “Presencia de América. Huella de Cuba”. En Poesía de Federico García Lorca. La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1977. p. 496.

[2] Dopico, Blanca, “Juan Chabás ha muerto”. En Universidad de La Habana Año XIX Nros. 115-117. La Habana, julio-diciembre de 1954. p. 41.

[3] Cernuda, Luis “Aire de La Habana”. En su Antología poética. La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1996. p. 25.

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