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jueves, 20 de marzo de 2008

LINO NOVÁS CALVO, MIGUEL HERNÁNDEZ Y PABLO DE LA TORRIENTE BRAU: ENLACES ENTRE LAS CULTURAS CUBANA Y ESPAÑOLA.

CIRA ROMERO

Comparto la teoría expuesta por el intelectual español José Luis Abellán[1] a propósito de que durante la Guerra Civil Española se crearon dos grandes modelos culturales. La República encaró este modelo alrededor de la idea de pueblo, en tanto que los militares rebeldes se unieron en torno a la de imperio, que había sido lanzada por Ernesto Jiménez Caballero en 1932 en su libro Genio de España bajo la consigna « ¡Sed católicos e imperiales! ¡César y Dios! Esta es la voz de mando». Pero va a ser el pueblo español, respaldado por la autoridad que otorgaba un régimen político elegido democráticamente, el que va a defender su democracia, lo cual va a provocar una exaltación de lo popular. El hecho no puede pasar inadvertido y mucho menos que sea Viento del pueblo el título preciso que en 1937 le da Miguel Hernández a su famoso poema, mientras que a Antonio Machado ese sentimiento lo va a impulsar a desarrollar una teoría sobre la cultura que se expresa de manera más detallada en su discurso Sobre la defensa y la difusión de la cultura, donde basa su ideal literario de «escribir para el pueblo».

Es aquí, precisamente, donde entroncan los nombres de Lino Novás Calvo, Miguel Hernández y Pablo de la Torriente Brau, quienes participaron en la contienda bélica tanto desde posiciones culturales como armadas. ¿Cómo se entrecruzaron la vida de estos tres nombres decisivos, los de Lino y Pablo, para la cultura cubana, y el de Miguel para la española en medio de los avatares de una guerra, cruenta como todas? Lino era gallego. Había nacido en la aldea serrana de Grañas do Sor en 1903 y, como tantos otros, vino a Cuba en busca de mejores opciones económicas que nunca conquistó, mas sí un lugar relevante en la literatura de habla española, en particular la narrativa. Regresó a España en 1931 como corresponsal del semanario gráfico Orbe (1931-1933), donde reflejó, tanto para Cuba como para el resto de América, muchas de las aristas político-sociales de la España republicana. El estallido de julio de 1936 lo sorprendió en Asturias, donde hacía un reportaje sobre el sistema penitenciario ibérico, y regresó de inmediato a Madrid para colocarse al lado de las tropas republicanas como oficial de enlace de la tropa comandada por Valentín González, El Campesino, y se vinculó a periódicos revolucionarios como Ayuda, órgano del Socorro Rojo Internacional, en los que publicó diversos trabajos relacionados con la contienda. Desde Cuba ya conocía a Pablo de la Torriente Brau, de quien había reseñado su libro de cuentos Batey,[2] aparecido en el año 1930, y que el cubano-puertorriqueño había escrito con la coautoría Gonzalo Mazas Garbayo. En Madrid Lino y Pablo compartieron, en tanto colaboradores, en el citado periódico Ayuda, cuando el segundo ya era comisario político de batallón. Fue a Novás a quien le correspondió darle la noticia a otro gran cubano, el hispanista José María Chacón y Calvo, que consideraba a Pablo como a un hijo, de la muerte de éste en una escaramuza bélica. En carta fechada en Madrid el 21 de diciembre de 1936 le expresa: «Hoy, día 21 de diciembre, me han dado la noticia: nuestro entrañable Pablo ha quedado herido de muerte, en campo enemigo. Prefiero darle así, brutalmente, la noticia. No tengo ánimo para hacerlo de otro modo. Me bastó el tratarle pasajeramente en Cuba, y brevemente aquí, para quererle como a un hermano. Cuba ha perdido a Pablo (lo damos ya por perdido): lo hemos percibido todos físicamente; yo lo llevaré en el corazón mientras viva. Esta guerra terrible se alarga. Yo sigo donde me mandan, con la esperanza de que la sangre vertida por el pueblo no será estéril, y con esperanzas también de que un día volveré a Cuba a recordar entre nuestros amigos al amigo caído». Dos días después le comunica al propio Chacón: «Hace días le escribí una breve carta dándole la noticia de la muerte de nuestro Pablo. Hay vuelvo a hacerlo para preguntarle qué hacemos con las cosas que ha dejado en su casa y en manos de sus compañeros de batallón. Su pongo que Saavedra[3] le escribirá sobre lo mismo, dándole relación de los objetos que se conservan. De esos objetos una máquina fotográfica está en mi poder; un reloj pulsera y algunos billetes, en poder de Miguel Hernández, comisario de cultura de Campesino; el resto en casa de usted. Yo fui allí, y he visto que tenía ropa, documentos personales, cuadernos de notas, una máquina de escribir /…/ y copias de artículos enviados a El Machete y a New Masses. Se me ocurre que todo esto debemos mandárselo a su mujer, [4] menos las copias de los artículos (artículos-reportajes sobre esta lucha) que pudiéramos editarlos ahora o más tarde en folletos. /…/ Hoy puedo completarle los datos de mi carta anterior: el cadáver de Pablo ha sido rescatado; el enemigo no lo tocó. El día 21 le dimos tierra en el cementerio de Chamartín. Fue un acto conmovedor. Yo lo he despedido. Le vi bajar a la tierra; no lo olvidaré jamás. Mi admiración hacia él creció con el trato personal; le he llegado a querer como se puede querer a un hermano. Hemos perdido uno de los talentos y uno de los corazones más grandes de América».

Lino escribió también un artículo titulado «El entierro de Pablo de la Torriente Brau», [5] testimonio invaluable de este postrer momento, cuando, en compañía del poeta Aparicio «subimos a una terraza alta, desde donde se dominaba el bosque. El Comisario de Cultura de la Brigada de Campesino, Miguel Hernández, escribía al sol un informe jurídico. Me senté junto a él, esperando que terminara y me contara despacio cómo había sido rescatado el cadáver. Mientras aguardaba me dio a leer uno de sus últimos y magníficos poemas, una elegía a García Lorca:

Tú el más firme edificio destruido.

Tú, el gavilán más alto desplomado,

Tú, el más grande rugido,

Callado y más callado y más callado.

Me leí una y otra vez aquel poema, continúa Lino. Así yo hubiera querido escribir uno a la muerte de Pablo. Por no poder, pensé que hubiera querido morir con él, luchando a su lado».[6]

Y Miguel Hernández le contó cómo había sido la muerte de Pablo de la Torriente: «Una bala de fusil o de ametralladora le atravesaba el corazón. Sólo le había quedado tiempo para decir Me muero y echar mano a su cartera con ánimos de deshacerse de documentos que pudieran interesar al enemigo. Pero este no llegó a pisar aquel campo. Sus manos manchadas con la sangre de los trabajadores no llegaron donde sus balas habían llegado».

Al momento de bajar el féretro de Pablo a lo hondo de la tierra, volvió a la mente de Lino «otra estrofa de la Elegía de Miguel Hernández dedicada a Lorca y se me apretó al corazón:

¡Qué sencilla la muerte, qué

sencilla,

pero qué injustamente arrebatada!

¡No sabe andar despacio y acuchilla,

cuando menos se espera, su turbia

cuchillada!

Fue Pablo de la Torriente Brau lazo de unión entre Lino Novás Calvo y Miguel Hernández, en medio de una lucha que cada vez adquiría un carácter más internacional. Pero quizás no haya sido la trinchera lo que primero los unió, sino haber podido intercambiar en el plano cultural inquietudes similares, propuestas de textos o lecturas comunes. Ahora la contienda entre ellos se torna, más que pelear desde una misma zanja abierta a golpe de fuerza bruta, una acometividad cultural que en esa tríada de nombres adopta una especie de microhistoria como entendimiento más allá de las comunes ideologías, sino mediante la estatura del verso o de la prosa beligerante. Es imposible, pues, que estos intelectuales estén au dessus de la mèelee, pues se trata de una guerra civil. «Yo no sé, ha señalado Eugenio Imaz en su Topía y utopía,[7] si el hombre es un microcosmos; lo que sí sé, porque lo he vivido, es que la guerra civil es una microhistoria, y por eso en ella el hombre vive y comprende la historia entera con una intensidad y una concentración únicas. ¿Y ha de ser el intelectual el que huya de esta experiencia humana medular?». Claro que no, y entonces, aunque después Lino Novás Calvo tomara caminos políticos opuestos a los de entonces, quizás – es solamente una posibilidad—porque los sufrimientos de la guerra lastimaron profundamente su ser, estos intelectuales no se permitieron la contemplación y, como muchos, se introdujeron en ese mundo para conocerlo y para, conociéndolo, hacerlo. Había que tomar una postura y había que forjarse posiciones, y cada uno de ellos adoptó la justa, la que les dictaba el momento que se vivía, que no era otra que estar al lado de la República, desde la cultura y desde la trinchera.

A su regreso a Cuba en 1939, Lino Novás Calvo publicó muchos artículos relacionados con la contienda recién finalizada en el periódico de los comunistas cubanos: Noticias de Hoy, colaboraciones que se extendieron de manera sistemática hasta el año 1940, cuando rompió su vinculación con dicha organización. La muerte del poeta de Orihuelaa no estuvo presente en sus artículos del momento, que entonces aparecían, sobre todo, en Bohemia y en Gaceta del Caribe, pero sí en sus cartas. En una dirigida a Chacón y Calvo, fechada en diciembre de 1942, al hacer una especie de recuento de su vida, le comenta: «De España guardo buenos y malos recuerdos. Cuando salí de allí era un niño y cuando regresé me costó trabajo adaptarme al ambiente literario de Madrid, me era ajeno. Durante la guerra, en la que me vi involucrado en un minuto, tuve la oportunidad de conocer a gente muy valiosa, de intimar con algunos, y estuve muy cerca de nuestro Pablo. También compartí con Miguel Hernández, de cuya grandeza de alma puedo dar fe. Su muerte me ha conmovido y la veo como otra tragedia más de esa guerra que tantos estragos hizo. Amigo Chacón, la vida da esos golpes y yo tengo los nervios deshechos de ver tanto malo /sic/».

De esta manera se despide Lino Novás Calvo de Miguel Hernández, cuando ya, entre uno y otro no quedaba más que el sabor amargo de la pérdida de una lucha que les pertenecía y que vieron caer en el crepúsculo de las hordas fascistas.

Las respectivas obras literarias de Lino Novás Calvo, Miguel Hernández y Pablo de la Torriente Brau tienen como sustrato común, ser expresión de una realidad multivalente y de cuya comprensión se han ocupado y preocupado historiadores, filólogos y críticos, escorados muchas veces en posiciones doctrinales antagónicas. No obstante, las tres enfrentan y asumen una «realidad cultural» desde flancos francamente humanistas y donde la empatía tiene un espacio común dictado por fuertes circunstancias epocales que refuerzan las claves que en unos y en otros se dan. Si Pablo cayó en el frente y Miguel Hernández en la soledad de una cárcel, Novás Calvo pudo traspasar los Pirineos hasta llegar a territorio francés y arribar a su capital «esquivando los campos de concentración, con toda la tragedia de España sobre el alma y un trapo sobre el cuerpo /… No sé todavía si me mandarán a valencia o Madrid. No quisiera ir, tengo los nervios destrozados». Es su comentario casi final, cuando está apenas a unos meses de regresar a Cuba, donde el recuerdo de la guerra atormentará sus días.

Al preguntarle al poeta y profesor español Jaime Ferrán, compañero de Lino Novás Calvo en la universidad norteamericana de Syracuse, donde ambos ejercieron la docencia, acerca de si Lino le había comentado sus experiencias en torno a la Guerra Civil Española, me respondió: «Cada vez que le traté ese tema, nunca quiso hablar de él». Pero en 1943, al escribir el prólogo al libro Órbita de España (1943), de Fernando G. Campoamor, había expresado: «He estado dentro de aquella sangre y de aquel fuego. No puedo decir que los vi. Estaba demasiado dentro de ellos para ver. Por eso, al retorno -- que es como volver de la muerte—me interesa comprender las cosas que tuve cerca, a través de los demás. Es ahora cuando tengo que estudiar realmente –en el documento y en la emoción ajenos—lo que allí ha pasado. La historia tiene estos dos aspectos: interior y exterior, que no se contradicen, sino que se complementan. Y los dos son verdaderos. Hasta las mentiras que se han dicho de España han tenido su sentido y su meta. Pasará tiempo antes de que se puedan destruir esas mentiras. Todo falta por hacer. Otros acontecimientos, todavía más voluminosos, parecen ahogar su servicio, empujarlo al pasado. Pero no olvidemos que la guerra de España fue el preludio y puente de la presente. La que allí, españoles e internacionales hemos librado, será siempre la batalla inicial de todas las batallas de nuestra época. Por eso está bien que, todos los que la hemos vivido de cerca o a distancia, llevemos al papel su sentido y su pasión. /…/ España es una tumba, es un desierto cubierto de esqueletos. Pero sobre esa piel sembrada de muerte se escribió una gran lección que el mundo ya ha debido aprender». Intentó llevar al papel lo allí sufrido, hasta con una novela, como le expresa a José Antonio Portuondo en una carta. Pero, al parecer, no tuvo la fuerza suficiente para concluirla, además de que «me enredo en situaciones y personajes y se me hace muy difícil poder avanzar». Lo cierto es que tras el prólogo antes citado, poca o ninguna referencia existe en la bibliografía de Lino Novás Calvo que dé cuenta de haber tratado esos hechos,[8] que también fueron escasamente abordado en su notable obra de ficción, donde solamente se localiza el cuento titulado «El comisario ciego», aparecido en 1939, como portador temático de una escaramuza guerrillera en el frente de guerra.

Tres temperamentos artísticos y personales diferentes aunaron demasiadas certezas como para poder ignorarse mutuamente. Lino Novás Calvo, Miguel Hernández y Pablo de la Torriente Brau, unidos por la dinámica de la crueldad de una guerra, establecieron con sus contactos una especie de continuidad desgarradora, alimentada por ideales comunes y por anudar posturas existenciales no aisladas de una realidad que se hacía cada vez más dolorosa. Todo conflicto bélico presupone una rasgadura interior y este triunvirato de nombres se adentró, por una causa justa, en la geografía de una escritura que hoy se nos muestra como un ejercicio de entendimiento y de práctica de una conducta que devino no en una huida, sino en un lugar invulnerable para el fluir del sentimiento.



[1] Cfr. «La ‘Guerra Civil’ como categoría cultural», en Cuadernos Hispanoamericanos. Madrid, (440.441): 43-55, febrero-marzo, 1987.

[2] Revista de Avance. La Habana, abril 15, 1930, p. 125.

[3] Pedro Saavedra Alemán. Funcionario de la Legación de Cuba en Madrid.

[4] Teté Casuso (1912-1914). Poetisa y novelista.

[5] Puede publicado en la revista costarricense Repertorio Americano del 23 de enero de 1937, p. 52. Se reprodujo en la revista habanera Mediodía del 25 de febrero de 1937, pp. 10-11. en Evocación de Pablo de la Torriente Brau. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1987 y en Lino Novás Calvo, periodista encontrado, de Norge Céspedes. Matanzas, Ediciones Aldabón, 2004.

[6] Sin embargo, poco tiempo después publicó su «Soneto a Federico García Lorca», donde expresó:

No lloran, Federico, que estallaron

las cuerdas de tu Sur atormentado;

y galopa, de fuga, amedrentado,

el eco del fragor a que callaron.

Las Gracias de tus versos despertaron

y en libros resonancias han mimado,

volviéndose el poeta asesinado,

de piedra calcinada se tornaron.

No llora, Federico, que enrojece,

la entraña que en romanos palpitara

con ardor de cadera estremecida:

por pueblos que tu verso se merece,

impune tanta ofensa no quedara,

si a este pueblo costara cara vida.

Fue publicado originalmente en la revista Repertorio Americano correspondiente al 7 de noviembre de 1936. Puede consultarse en Arpa de troncos vivos. De Cuba a Federico. Compilación y prólogo de César López. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2006, p. 59.

[7] México, 1946, p. 9.

[8] Véase al respecto, elaborada por Carlos Espinosa Domínguez, la Bibliografía de Lino Novás Calvo. Los libros de las cuatro estaciones, Cincinnato, Ohio, invierno, 2007.

http://www.centropablo.cult.cu/jornada_hernandiana_ponencias.html


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